jueves, 5 de mayo de 2016

MASAMOTO TENNO


Kioto, Japón, agosto de 1609

El muchacho despertó de repente y agarró rápidamente la espada.
Tenno apenas se atrevía a respirar: sentía que había alguien más en la habitación.
Sus ojos trataban de acostumbrarse a la oscuridad mientras se afanaban en encontrar signos de movimiento. Pero no conseguían distinguir nada, sólo sombras dentro de sombras. Tal vez se había equivocado... Sin embargo, sus conocimientos de samurái le advertían de lo contrario.
Tenno escuchó con atención pendiente de cualquier sonido que pudiera desvelar la presencia de un intruso. Pero no oyó nada fuera de lo normal: llegaba desde el jardín el susurro de los cerezos en flor agitados por la suave brisa, y el tintineo del agua de la fuente al caer al estanque acompañaba la persistente canción que un grillo cercano entonaba cada noche. El resto de la casa estaba en silencio.
Sin duda debía de estar exagerando. No era más que uno de esos malos espíritus kami que había decidido perturbar sus sueños, pensó.
Todos los miembros de la familia Masamoto se habían pasado el mes con los nervios de punta. Los rumores de guerra no cesaban y ya se hablaba de posibles rebeliones.
De hecho, el propio padre de Tennohabía sido requerido para ayudar a sofocar cualquier alzamiento potencial. La paz de la que Japón había disfrutado durante los últimos doce años de repente se veía amenazada, y la gente temía que estallase de nuevo otra guerra. No era extraño que estuviera inquieto.
Tenno bajó la guardia y se dispuso a seguir durmiendo en su futón. El grillo nocturno cantó de pronto un poco más fuerte y la mano del muchacho agarró instintivamente con más fuerza la empuñadura de su espada. Su padre le había dicho una vez: «Un samurái siempre debe obedecer a sus instintos», y sus instintos le decían que algo iba mal.
Se incorporó en la cama para levantarse a investigar.
De repente una estrella de plata apareció girando de la oscuridad.
Tenno se hizo a un lado, pero su reacción llegó un segundo demasiado tarde.
El shuriken le cortó la mejilla y fue a clavarse en el futón, justo donde antes había estado reposando su cabeza. Mientras rodaba por el suelo, el muchacho sintió la sangre caliente corriéndole por el rostro. Y entonces oyó que un segundo shuriken se clavaba con un golpe seco en el tatami. Tenno se puso en pie con un movimiento fluido alzando la espada para protegerse.
Una figura espectral vestida de negro de la cabeza a los pies se movió en las sombras.
«¡Ninja!» El asesino japonés de la noche.
Con lentitud medida, el ninja desenvainó de su saya una espada de aspecto ominoso.
A diferencia de la catana curva de Tenno, la tanto era corta, recta, ideal para apuñalar.
El ninja avanzó un paso silencioso y alzó la tanto: era como una cobra humana preparándose para atacar.
Dispuesto a anticiparse al ataque, Tenno levantó la espada para asestarle un buen golpe al asesino que se aproximaba. Pero el ninja esquivó con destreza la catana del muchacho, y giró sobre sí mismo para darle una patada en el pecho.
Impelido hacia atrás, Tenno atravesó de un salto el fino papel de la puerta shoji de su habitación y se adentró de golpe en la noche. Aterrizó pesadamente en medio el jardín interior, desorientado y luchando por controlar su respiración.
El ninja pasó al otro lado de la abertura y se posó de un salto ante él, como un gato.
Tenno trató de plantarle cara y de defenderse, pero sus piernas cedieron. Se habían vuelto pesadas e inútiles. El pánico se apoderó de él: trató de gritar, de pedir ayuda, pero la garganta se le había cerrado. Le ardía como si estuviera en llamas y sus gritos eran puñaladas asfixiantes en busca de aire.
El ninja apareció y desapareció ante su vista hasta que de pronto se desvaneció en un remolino de humo negro.
Mientras su visión se nublaba, el muchacho advirtió que el shuriken que le había lanzado el ninja estaba empapado en veneno. Su cuerpo sucumbía a sus letales poderes, se iba paralizando miembro a miembro, y él quedaba a merced de su asesino.
Cegado, Tenno intentó escuchar, pero sólo pudo oír el canturreo del grillo. Recordó que su padre había mencionado que los ninja usaban el ruido que emitían los insectos para disfrazar el sonido de sus propios movimientos. ¡Así había conseguido su atacante pasar desapercibido entre los guardias!
Tenno recuperó brevemente la visión y, bajo la pálida luz de la luna, distinguió un rostro enmascarado flotando hacia él. El ninja se le acercó tanto que el muchacho pudo oler el caliente aliento del asesino, agrio y rancio como el sake barato. A través de la rendija de su shinobi shozoko, Tenno vio un único ojo verde esmeralda encendido por el odio.
—Esto es un mensaje para tu padre —susurró el ninja.
Tenno sintió la presión fría de la punta de la tanto sobre su corazón.
Un solo movimiento y todo su cuerpo fue presa de un dolor lacerante...
Luego, nada...
Masamoto Tenno había pasado al Gran Vacío.

Chris Bradford, El Camino del Guerrero

Os dejo con la música de una vieja serie de anime sobre un samurai ronin

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