Ismael
recuerda la época en la que, cuando tenía trece años, sus padres contrataron a
Rai, un chico cinco años mayor que él, para que le diera clases particulares.
Tras una primera sesión poco productiva, establecieron un pacto: el alumno
estudiaría por su cuenta y el profesor le hablaría de libros, de películas, de
música, de la vida… También de Samuel, un joven que se citó por carta con su
exnovia, con la amenaza de que si no se presentaba se suicidaría.
Con este punto
de partida, Martín Casariego ha escrito una novela de iniciación, una
novela sobre el paso de la adolescencia a la madurez; sobre la familia y las
nuevas formas de relación entre los jóvenes; sobre la intensidad de una etapa
tan decisiva en la vida; sobre el peso de la existencia y cómo aliviarlo. Una
historia marcada por las sombras, las dudas y los secretos.
Contada por un
protagonista anónimo que, cual Lazarillo, recuerda nueve años
después el comienzo de su adolescencia: sus relaciones familiares, sus amigos y
sus peleas, sus primeros escarceos con el sexo, su amistad con Rai, al cual va
a considerar su ídolo y que le abrirá unos mundos nuevos sumergiéndolo en
libros, películas, comics y música. Todo ello contado con luidez. Nuestro
protagonista pide, al comienzo de la novela, que le llamemos Ismael, igual que
el protagonista de Moby Dick, y al final también encontrará su ballena blanca, de
la que ha estado huyendo y negando durante años, cambiándolo todo e
impulsándole a replantearse lo que ocurrió.
Martín
Casariego nos cuenta lo siguiente:
“Hace bastantes años tuve la idea de
escribir una historia sobre un chico que amenazaba a su ex novia con suicidarse
si no se presentaba a una cita. Como ocurre a menudo, esa novela no se
escribió, pero dio pie a El Juego Sigue
sin Mí. Esa es la historia que cuenta Rai al narrador, durante sus atípicas
clases, y sirve de hilo vertebrador de la narración. Lo de esas lecciones en
las que se pierde el tiempo surgió a partir del recuerdo de lo que nos contaba
un hermano de las clases que daba a un amigo mío, en las que hablaban de
cualquier cosa menos de la asignatura. Y me interesaba como base para
contraponer la educación sentimental y la académica, un tema muy característico
de las novelas de iniciación. En El juego sigue sin mí, para darle una vuelta
más, concebí una doble historia de aprendizaje: la del narrador, en un primer
plano, mucho más evidente, y una segunda, subterránea, que el lector descubrirá
en algún momento de la lectura, y que tendrá que imaginar en su mayor parte.
Quería reflejar ese momento de la vida en el
que creemos poder descubrir su secreto a través de las películas, los libros y,
sobre todo, las canciones y las chicas, en el que queremos ser adultos, sin
saber exactamente en qué consiste eso ni en cómo se hace, ignorantes de que es
simplemente el tiempo el que nos hace mayores, sin que para ello intervenga
nuestra voluntad.
El juego sigue sin mí es una novela adulta,
pero con protagonistas jóvenes. Creo que sus lectores se pueden mover a ambos
lados de esa difusa frontera que existe entre los “jóvenes adultos” y los ya
maduros, como los de algunos libros que estaban en mi mente mientras escribía
(pienso en Jack Frusciante ha dejado el
grupo, El guardián entre el centeno,
La ley de la calle, Jaulas o Función en el colegio, sin olvidar Lazarillo de Tormes, Moby
Dick, La isla del tesoro, y un
largo etcétera). Ya acabada, creo que es un paso más allá de mi novela” juvenil
más popular, Y Decirte Alguna Estupidez,
Por Ejemplo, Te Quiero, no tanto por la manera en la que está escrita, sino
por el fondo y el trasfondo de lo que se cuenta.
Pero quería hablar, sobre todo, de las heridas
y las cicatrices, y de las heridas que no acaban nunca de cicatrizar. De las
mías, por supuesto, que se pueden confundir con las de tantos otros. Si lo he
conseguido, valió la pena el año y medio que dediqué a escribir El juego sigue sin mí”.
PREMIO DE NOVELA CAFÉ GIJÓN 2014
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