Yo, señora, soy de Segovia; mi padre se llamó
Clemente Pablo, (…) él era tundidor de mejillas y sastre de barbas, (…) y robaba
a todos. Estuvo casado con Aldonza de San Pedro, (…) Unos la llamaban zurcidora
de gustos; otros, algebrista de voluntades desconcertadas; otros, juntona; cuál
la llamaba enflautadora de miembros y cuál tejedora de carnes, y por mal nombre
alcagüeta. Para unos era tercera, primera para otros, y flux para los dineros
de todos.
Con estas
palabras comienza el Buscón, la novela picaresca de Quevedo,
que el pasado jueves pudimos ver aquí con alumnos de 3º ESO y Bachillerato, en
el Gran Teatro, gracias a la iniciativa del Ayuntamiento de Villarrobledo
(esperamos que se repita con más espectáculos teatrales).
La adaptación
teatral de Juanma Cifuentes es un relato de la peripecia vital de Pablos,
desde su infancia a la proyectada fuga a Indias con que termina la obra. Entre
estos dos polos se sitúa una serie de aventuras, casi siempre catastróficas
para el personaje, que fracasa en su búsqueda de estabilidad económica y
social, y cuyos fingimientos de nobleza son desenmascarados sin cesar.
Desde su
temprana infancia, hijo de ladrón y hechicera, Pablos solo conoce la
humillación: el hambre y las penalidades en el pupilaje del Dómine Cabra, y las
burlas en la Universidad de Alcalá, donde Pablos aprende navegar en el mundo
inmisericorde que le rodea, y se inicia en los menesteres de la picardía estudiantil.
Luego, la reunión con su tío verdugo, que le guarda la herencia paterna y le narra
al pícaro la ignominiosa muerte del padre. Posteriormente, se introduce en la
vida buscona de la corte, y una vez, arrojado del universo de la nobleza que
intentaba escalar fraudulentamente, se hace cómico (otro oficio infame de
pésima consideración social) y termina este tramo de su vida con el asesinato
de unos corchetes en un grupo de rufianes, y el proyecto de huir a las Indias
para intentar un cambio de vida que se anuncia igualmente improbable.
En el
escenario un solo actor, Antonio Campos, quien encarna el personaje desde su niñez
y lo hace evolucionar hasta que se convierte en hombre. Nadie más. El solo,
cambiando de voces, registros y añadiendo algún detalle a su vestuario,
interpreta a los distintos personajes de la novela. El texto, en su parte
final, se arropa con algunos de los versos más famosos:
Es hielo abrasador, es fuego
helado,
es herida que duele y no se
siente,
es un soñado bien, un mal
presente,
es un breve descanso muy cansado. (…)
su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado. (…)
¡Fue sueño ayer; mañana será
tierra!
Poco antes, nada; y poco después,
humo!
Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco que me
cierra! (…)
Ayer se fue; Mañana no ha
llegado;
Hoy se está yendo sin parar un
punto:
soy un fue, y un será, y un es
cansado.
Os
dejo con unas escenas de la representación:
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