y supongo, ya que pienso postergar la publicación de este
documento hasta por lo menos un siglo y cuarto después de la fecha de mi
muerte, que no reconocerán mi nombre. Algunos dicen que soy un jugador
empedernido, y los que aseguran tal cosa están en lo cierto; de modo que
apuesto, querido lector, a que ni ha leído ni ha oído hablar jamás de ninguno
de mis libros ni obras de teatro. Quizás ustedes, británicos o norteamericanos
que están en el futuro, dentro de ciento veinticinco años, ni siquiera hablen
ya inglés. Quizá vistan como hotentotes, vivan en cuevas iluminadas por gas,
viajen por el mundo en globos y se comuniquen mediante pensamientos
telegrafiados sin verse entorpecidos por lenguaje hablado o escrito alguno.
Aun así, apuesto toda mi fortuna actual, al día de hoy, y los
futuros derechos que devenguen de mis obras y mis novelas, sean cuales sean, a
que sí recuerdan el nombre, los libros, las obras y los personajes inventados
por mi amigo y antiguo colaborador, un tal Charles Dickens.
De modo que esta historia real tratará de mi querido amigo (o al
menos del hombre que en tiempos fue amigo mío) Charles Dickens, y del accidente
de Staplehurst, que acabó con su paz mental, su salud e incluso, como murmuran algunos,
con su cordura. Esta historia real tratará de los últimos cinco años de la vida
de Charles Dickens y de su creciente obsesión durante esa época por un hombre,
si es que se trataba de un hombre, llamado Drood, así como de asesinatos,
muertes, cadáveres, criptas, mesmerismo, opio, fantasmas y todas las calles y
callejones de ese vientre de Londres, lleno de negra bilis, que el escritor
llamaba siempre «mi Babilonia» o «el Gran Horno». En este manuscrito (que, como
he explicado, por motivos legales, así como por motivos de honor, me propongo
apartar de todos los ojos durante más de cien años después de su muerte y la
mía), responderé la pregunta que quizá nadie más que viva en nuestra época sabe
responder: ¿conspiró el famoso, querido y honorable Charles Dickens para asesinar
a una persona inocente y disolver su carne en un pozo de sosa cáustica, y
enterró en secreto lo que quedaba de él, unos simples huesos y una calavera, en
la cripta de una antigua catedral que formó parte importante de la propia niñez
de Dickens? ¿Tramó Dickens echar las gafas, anillos, alfiler de corbata,
gemelos y reloj de bolsillo de la víctima en el río Támesis? Y si lo hizo así,
o simplemente «soñó» que hacía tales cosas, ¿qué papel representó un fantasma
muy real llamado Drood en el inicio de esa locura?
Dan Simmons,
La Soledad de Charles Dickens
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