Querido Telémaco,
la Guerra de Troya
ha terminado. No
recuerdo quién venció.
Los griegos, deben
ser: los griegos, quién si no,
pueden dejar en
tierra extraña tantos muertos…
De todos modos, el
camino que me lleva al hogar
resulta que se alarga
demasiado.
Como si Poseidón,
mientras perdíamos el tiempo,
hubiera dilatado el
espacio.
Ignoro dónde estoy y
lo que veo ante mí.
Al parecer, una isla,
sucia, arbustos,
casas, gruñir de cerdos,
un jardín
abandonado, cierta
reina, hierba y pedruscos…
Telémaco, querido, en
verdad
todas las islas se
parecen una a otra
cuando es tan largo
el viaje: el cerebro ya
va perdiendo la
cuenta de las olas,
el ojo, tiznado de
tanto horizonte, echa a llorar,
la carne de las aguas
obtura el oído.
No recuerdo ya cómo
acabó la guerra,
ni cuántos años
tienes hoy recuerdo.
Hazte hombre,
Telémaco, y crece.
Sólo los dioses saben
si hemos de encontrarnos.
Tampoco ahora ya no
eres el chiquillo
ante el cual detuve aquellos
toros.
Hoy, de no ser por
Palamedes, estaría a tu lado.
Pero tal vez sea
mejor así: pues sin mí
te has librado de los
males de Edipo,
y en tus sueños,
Telémaco, ignoras el pecado.
Joseph Brodsky
PREMIO NOBEL DE LITERATURA 1987
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