y hace
veinticinco años que no nos vemos. Nos acabamos de cruzar en esta fiesta a la
que me ha invitado Globomedia, la productora de televisión de Mediapro. No me
has reconocido pero no importa. Yo a ti sí te conozco. Te conozco mejor de lo
que piensas.
Según te pides
una copa al fondo, sé que estás rumiando lo que te acaban de anunciar en el
hospital Clínico. Sé que tu hermana es médico. Sé que esta tarde la has pasado
con ella y tu cuñado en la piscina de su urbanización en el norte de Madrid. Sé
que te sentaste bajo una sombrilla, en bañador, sin quitarte una camisa de
manga larga con la que cubrías tus brazos, la misma eslim fit de Hugo Boss que
llevas ahora. Sé que luego tosiste y escupiste sangre. Y sé lo que te han
anunciado los médicos.
Pero hay más:
sé lo que te va a suceder a lo largo de estas trescientas y pico páginas. Sé
tantas cosas sobre ti que, si fueras consciente de todo lo que sé, te
angustiarías. Por eso, lógicamente, no irrumpo en tus pensamientos. Como no me
reconoces, me limito a dejarte una tarjeta con mi nombre, que has guardado
distraídamente en el bolsillo de tu americana: ni siquiera la has mirado.
Es posible que
sea mejor así. No es hora de reencontrarnos. Ya llegará el momento.
Con todo, me
cuesta no observarte por el rabillo del ojo mientras me alejo y me tomo un
segundo burbon con mi mujer en este club privado en pleno centro de Madrid
donde te señalo discretamente. Le indico que eres el personaje más exitoso de
todos los que pueblan mis novelas. Ella me dice que lo entiende, porque eres
atractivo. Insiste en que tienes carisma sexual. Le gusta tu manera de coger la
copa, de moverte entre la gente. Le atrae tu pelo ensortijado, reluciente de
gomina. Le intriga la media sonrisa maliciosa que esbozas en cualquier
situación.
Dice que le
encantaría saber qué ha sido de ti durante estos años.
Y es que hay
mucha gente deseándolo. Gente que te perdió la pista hace veinticinco años y
que tiene ganas de que vuelvas a colarte en las librerías. Cuando le explico
que llevo un tiempo rumiando el contar a todos tu historia, sonríe y dice que
es buena idea. Tú igual no lo sospechas, pero muchos me lo reclaman. Desde hace
ya un tiempo te has convertido en un icono noventero y hasta, para algunos, en
ejemplo de masculinidad tóxica.
Así se
referían a ti recientemente en un artículo de El País. Probablemente ni lo has
leído y, si lo has hecho, te habrás reído un rato. A ti la opinión de los
periodistas nunca te importó ni poco ni mucho. Pero yo me he visto obligado en
mis últimas intervenciones a explicar la esencia negativa de tu personalidad.
Eres como el Mister Jaid que todos llevamos dentro y que casi nunca sacamos a
relucir. Como mi parte oscura, mi némesis. Cuesta creer que un día fuimos
amigos.
Lo cierto es
que durante todos estos años nos hemos alejado tanto, que yo soy el primer
sorprendido esta noche. Siempre pensé que si nos cruzábamos de nuevo no te
reconocería… y ya ves que no ha sido así.
Le doy otro
trago a mi copa y echo un vistazo a mi alrededor. Veo gente del mundo
audiovisual reunida para mirarse unos a otros y ensalzar su glamur castizo.
Acaba de llegar Alba Flores, la hija de Lolita, la sobrina de Antonio Flores:
es una de las estrellas emergentes del panorama televisivo. No está lejos de mí
y la felicito por sus éxitos.
Al rato se me
acerca Javier Méndez, el director de contenidos de Mediapro, a hablarme sobre
nuestro próximo proyecto.
—Tengo muchas
esperanzas puestas en ella, José Ángel… Estoy esperando el piloto.
Le contesto
que estoy trabajando duro en ello, por supuesto. Y a todo esto no te quito el
ojo de encima, porque tú podrías ser el protagonista de esa futura serie. Tu
personaje me tiene obsesionado. Después de tanto tiempo dándole vueltas a cómo
recuperarte, ardo en ganas de volver a oír tu voz.
Vayamos, si te
parece, con ello. Retrotraigámonos un par de horas. A la visita que acabas de
hacer al hospital clínico San Carlos, en la plaza de Cristo Rey, porque eso es
el principio de todo.
¡Que empiece
la función!
José Ángel Mañas, La última juerga
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