miércoles, 5 de mayo de 2021

EL NUEVO MONUMENTO

 

—¿Sabéis cuántos trabajadores plebeyos murieron construyendo las calzadas del rey Casamir? —preguntó Risinau.

Se había hecho visera con la mano contra el sol abrasador para mirar el monumento que dominaba la plaza de Casamir. O sus restos, por lo menos. Lo único que quedaba sobre el pedestal de ocho pasos de alto, envuelto en una telaraña de tambaleante andamio, era un par de botas enormes cercenadas por la pantorrilla. La famosa estatua de Aropella en honor al legendario rey, que había derrotado a los norteños e incorporado Angland a la Unión, yacía en pedazos sobre los adoquines, embadurnada de borrosas consignas. Un alegre golfillo callejero estaba intentando arrancar la nariz a su majestad con una palanca.

Vick solo interrumpía el silencio cuando sabía que podía reemplazarlo con algo mejor. Risinau era la clase de persona que tardaba poco en responder sus propias preguntas.

—¡Miles! Enterrados en la marga de Midderland, en fosas sin marcar junto a las calzadas. Y aun así, a Casamir se lo recuerda como a un héroe. Un gran rey. ¡Todas esas calzadas tan maravillosas, qué gran regalo para la posteridad! —Risinau dio un bufido despectivo—. ¿Cuántas veces habré cruzado esta plaza y contemplado esta oda a un tirano, este símbolo de opresión?

—Sin duda, es una mancha en el pasado de la Unión. —Al oírlo, Risinau se volvió con reparos hacia Malmer, que estaba junto a él, con Gunnar Broad alzándose enorme a su otro lado—. Pero lo que me preocupa a mí es el presente.

La mayoría de los Rompedores conservaban todavía el fervor de los auténticos creyentes, o al menos fingían conservarlo, pero Broad se subió los anteojos y miró el monumento destrozado con cara de estar albergando sus dudas. Nadie sabía lo que podría ocurrir cuando los demás empezaran a dudar también. Pero a Risinau no parecía preocuparle. Estaba centrado en cuestiones más elevadas.

—¡Y mirad lo que hemos conseguido hoy, hermanos! —Cogió a Malmer y Broad por los hombros como si quisiera fundirse con ellos en un gran abrazo—. ¡Hemos derrocado a Casamir! ¡En su lugar, erigiremos un nuevo monumento a los trabajadores que murieron por su vanagloria!

Vick se preguntó cuántos trabajadores morirían por la vanagloria de Risinau. No serían pocos, supuso. Derrocar a un rey que llevaba dos siglos muerto era una cosa, pero el que ocupaba el trono en esos momentos quizá planteara objeciones más drásticas. Vick empezaba a pensar que el exsuperior estaba como mínimo medio loco. Pero, claro, de un tiempo a esa parte la cordura escaseaba en Valbeck, y no parecía que fuese a ponerse de moda otra vez en un futuro próximo (...)

El levantamiento había cambiado algunas cosas, pero otras parecían agotadoramente familiares. Los trabajadores seguían trabajando, los practicantes seguían vigilando, los sombreros importantes quizá hubieran cambiado de cabeza, pero quienes los llevaban seguían dando lecciones a todos los demás sobre cómo debían ser las cosas sin mover ni un dedo ellos mismos.

Menudo Gran Cambio.

—Desde su fundación por parte de ese charlatán de Bayaz, la Unión siempre se ha alzado sobre las espaldas de la gente corriente —siguió parloteando Risinau—. La llegada de las máquinas, la siempre creciente avaricia de los inversores, el advenimiento del dinero como nuestro dios y de los bancos como sus templos no son más que los últimos y desalentadores apéndices a nuestra lamentable historia. ¡Debemos excavar unos nuevos cimientos teóricos para la nación, amigos míos!

Malmer hizo otro intento de devolver a Risinau a la realidad.

—La verdad es que a mí me preocupa más dar de comer a la gente. Uno de los grandes graneros se incendió el primer día. Otro está vacío. Y este calor no ayuda. Unas cuantas bombas del casco viejo están a punto de secarse del todo. El agua que dan algunas de las otras no se la daría ni a un perro, y...

—La mente también requiere sustento, hermano. —Risinau espantó una mosca, la única especie que prosperaba en la sofocante ciudad, y luego sonrió a Vick (...)

Vick estaba empezando a aborrecer de verdad a Risinau. Era vanidoso como un pavo real, egoísta como un bebé y, por muy grandilocuentes que fueran sus palabras, empezaba a sospechar que era idiota. Las cosas inteligentes de verdad se dicen con palabras cortas. Las largas se emplean para disimular la estupidez. Era imposible que aquel soñador gordinflón pudiera haber organizado él solo aquel levantamiento. El trabajo duro tenía que haberlo hecho alguien mucho más formidable que él. Y Vick tenía muchas ganas de saber quién era. De modo que fue asintiendo a las sandeces que decía Risinau como si jamás hubiera escuchado unas revelaciones tan profundas (...)

—Escucha, hermano. —Malmer se lanzó a otro intento desesperado de despertar al soñador, acercándose a Risinau y poniendo en guardia a sus practicantes—. Hay muchas buenas personas vivas que están sufriendo. La gente está hambrienta, enferma, asustada. —Bajó la voz—. Para serte sincero, yo mismo estoy asustado, joder.

—¡No tienes por qué estarlo! Ni tú ni nadie. Hemos detenido los disturbios, ¿verdad?

—De día. Pero ha habido palizas. Hasta ahorcamientos. Y no solo de propietarios. Extranjeros, sirvientes... La gente está aprovechando la ocasión para ajustar cuentas. Para llevarse todo lo que les apetece. Necesitamos que haya orden.

—¡Y lo habrá, hermano! Algunos trabajadores llevaban tanto tiempo oprimidos que no es de extrañar que se hayan dejado llevar un poco por su reciente libertad. (…)

—El día del levantamiento fue más bien caótico, como digo, incluso más de lo esperado, y...

Broad miró con preocupación a Malmer por encima de sus anteojos.

—Esperemos que no la tenga la Jueza.

Vick sintió una punzada de inquietud incluso más intensa que de costumbre.

—¿Por qué iba a tenerla la Jueza?

—Los Quemadores se encargaron de buena parte del casco viejo —dijo Broad—. Tuvimos que levantar barricadas. No son muy selectivos a la hora de hacer daño.

—No sabemos qué estará pasando en esa zona —añadió Malmer—, pero han tomado rehenes (…)

Risinau soltó una pequeña risita, pero nadie lo imitó.

—Dice que va a empezar a juzgar a sus prisioneros por crímenes contra el pueblo.

Vick sintió que el horror empezaba a subirle por la garganta.

—¿Cuántos tiene?

—¿Doscientos? —Malmer se encogió de hombros desesperanzado—. ¿Trescientos? Hay algunos propietarios y unos pocos ricachones, pero también mucha gente pobre. Colaboradores, los llama ella. Cualquiera que no sea lo bastante fervoroso para su gusto. Y a ella le gustan los muy fervorosos.

—Tenemos que llevarnos a esos presos —dijo Vick—. Si tenemos alguna intención de negociar con...

—La Jueza nunca ha sido una persona muy razonable. —Risinau levantó los hombros como si todo aquello fuera un desastre natural al respecto del cual no pudiera hacer nada—. Desde el levantamiento, se ha vuelto directamente corrosiva.

—¿Los Quemadores no cumplen tus órdenes?

—Bueno... son gente impredecible. Fogosa. ¡Por eso deben de llamarlos Quemadores! —Soltó una nueva risita, pero al ver que Vick nunca había tenido menos aspecto de ir a echarse a reír, carraspeó y siguió hablando—. Supongo que podría pedirle que me entregue a los prisioneros.

—O podrías enviarme a mí a pedírselo —dijo ella, cruzando la mirada con él y sosteniéndosela—. Necesitamos que tú te concentres en lo que es importante de verdad. Nuestro manifiesto. Nuestros principios. Deja que hable yo con la Jueza.

A Risinau le gustó la idea. Sus ojitos titilaron al pensar en párrafos y más párrafos de bonita caligrafía. En solemnes declaraciones. En derechos y libertades(...)

Vick miró hacia Risinau, que estaba explicando a sus practicantes desenmascarados qué aspecto quería que tuviera su nuevo monumento, viviendo en un sueño que muy bien podía convertirse en la pesadilla de todos los demás.

— A este paso, su nuevo monumento será nuestra tumba.

Joe Abercrombie, Un poco de odio

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