—¿Sabéis
cuántos trabajadores plebeyos murieron construyendo las calzadas del rey
Casamir? —preguntó Risinau.
Se había hecho
visera con la mano contra el sol abrasador para mirar el monumento que dominaba
la plaza de Casamir. O sus restos, por lo menos. Lo único que quedaba sobre el
pedestal de ocho pasos de alto, envuelto en una telaraña de tambaleante
andamio, era un par de botas enormes cercenadas por la pantorrilla. La famosa
estatua de Aropella en honor al legendario rey, que había derrotado a los
norteños e incorporado Angland a la Unión, yacía en pedazos sobre los
adoquines, embadurnada de borrosas consignas. Un alegre golfillo callejero
estaba intentando arrancar la nariz a su majestad con una palanca.
Vick solo
interrumpía el silencio cuando sabía que podía reemplazarlo con algo mejor.
Risinau era la clase de persona que tardaba poco en responder sus propias
preguntas.
—¡Miles!
Enterrados en la marga de Midderland, en fosas sin marcar junto a las calzadas.
Y aun así, a Casamir se lo recuerda como a un héroe. Un gran rey. ¡Todas esas
calzadas tan maravillosas, qué gran regalo para la posteridad! —Risinau dio un
bufido despectivo—. ¿Cuántas veces habré cruzado esta plaza y contemplado esta
oda a un tirano, este símbolo de opresión?
—Sin duda, es
una mancha en el pasado de la Unión. —Al oírlo, Risinau se volvió con reparos
hacia Malmer, que estaba junto a él, con Gunnar Broad alzándose enorme a su
otro lado—. Pero lo que me preocupa a mí es el presente.
La mayoría de
los Rompedores conservaban todavía el fervor de los auténticos creyentes, o al
menos fingían conservarlo, pero Broad se subió los anteojos y miró el monumento
destrozado con cara de estar albergando sus dudas. Nadie sabía lo que podría
ocurrir cuando los demás empezaran a dudar también. Pero a Risinau no parecía
preocuparle. Estaba centrado en cuestiones más elevadas.
—¡Y mirad lo
que hemos conseguido hoy, hermanos! —Cogió a Malmer y Broad por los hombros
como si quisiera fundirse con ellos en un gran abrazo—. ¡Hemos derrocado a
Casamir! ¡En su lugar, erigiremos un nuevo monumento a los trabajadores que
murieron por su vanagloria!
Vick se
preguntó cuántos trabajadores morirían por la vanagloria de Risinau. No serían
pocos, supuso. Derrocar a un rey que llevaba dos siglos muerto era una cosa,
pero el que ocupaba el trono en esos momentos quizá planteara objeciones más
drásticas. Vick empezaba a pensar que el exsuperior estaba como mínimo medio
loco. Pero, claro, de un tiempo a esa parte la cordura escaseaba en Valbeck, y no
parecía que fuese a ponerse de moda otra vez en un futuro próximo (...)
El
levantamiento había cambiado algunas cosas, pero otras parecían agotadoramente
familiares. Los trabajadores seguían trabajando, los practicantes seguían
vigilando, los sombreros importantes quizá hubieran cambiado de cabeza, pero
quienes los llevaban seguían dando lecciones a todos los demás sobre cómo debían
ser las cosas sin mover ni un dedo ellos mismos.
Menudo Gran
Cambio.
—Desde su
fundación por parte de ese charlatán de Bayaz, la Unión siempre se ha alzado
sobre las espaldas de la gente corriente —siguió parloteando Risinau—. La
llegada de las máquinas, la siempre creciente avaricia de los inversores, el
advenimiento del dinero como nuestro dios y de los bancos como sus templos no
son más que los últimos y desalentadores apéndices a nuestra lamentable
historia. ¡Debemos excavar unos nuevos cimientos teóricos para la nación,
amigos míos!
Malmer hizo
otro intento de devolver a Risinau a la realidad.
—La verdad es
que a mí me preocupa más dar de comer a la gente. Uno de los grandes graneros
se incendió el primer día. Otro está vacío. Y este calor no ayuda. Unas cuantas
bombas del casco viejo están a punto de secarse del todo. El agua que dan
algunas de las otras no se la daría ni a un perro, y...
—La mente
también requiere sustento, hermano. —Risinau espantó una mosca, la única
especie que prosperaba en la sofocante ciudad, y luego sonrió a Vick (...)
Vick estaba empezando
a aborrecer de verdad a Risinau. Era vanidoso como un pavo real, egoísta como
un bebé y, por muy grandilocuentes que fueran sus palabras, empezaba a
sospechar que era idiota. Las cosas inteligentes de verdad se dicen con
palabras cortas. Las largas se emplean para disimular la estupidez. Era
imposible que aquel soñador gordinflón pudiera haber organizado él solo aquel levantamiento.
El trabajo duro tenía que haberlo hecho alguien mucho más formidable que él. Y
Vick tenía muchas ganas de saber quién era. De modo que fue asintiendo a las
sandeces que decía Risinau como si jamás hubiera escuchado unas revelaciones
tan profundas (...)
—Escucha,
hermano. —Malmer se lanzó a otro intento desesperado de despertar al soñador,
acercándose a Risinau y poniendo en guardia a sus practicantes—. Hay muchas
buenas personas vivas que están sufriendo. La gente está hambrienta, enferma,
asustada. —Bajó la voz—. Para serte sincero, yo mismo estoy asustado, joder.
—¡No tienes
por qué estarlo! Ni tú ni nadie. Hemos detenido los disturbios, ¿verdad?
—De día. Pero
ha habido palizas. Hasta ahorcamientos. Y no solo de propietarios. Extranjeros,
sirvientes... La gente está aprovechando la ocasión para ajustar cuentas. Para
llevarse todo lo que les apetece. Necesitamos que haya orden.
—¡Y lo habrá,
hermano! Algunos trabajadores llevaban tanto tiempo oprimidos que no es de
extrañar que se hayan dejado llevar un poco por su reciente libertad. (…)
—El día del levantamiento
fue más bien caótico, como digo, incluso más de lo esperado, y...
Broad miró con
preocupación a Malmer por encima de sus anteojos.
—Esperemos que
no la tenga la Jueza.
Vick sintió
una punzada de inquietud incluso más intensa que de costumbre.
—¿Por qué iba
a tenerla la Jueza?
—Los
Quemadores se encargaron de buena parte del casco viejo —dijo Broad—. Tuvimos
que levantar barricadas. No son muy selectivos a la hora de hacer daño.
—No sabemos
qué estará pasando en esa zona —añadió Malmer—, pero han tomado rehenes (…)
Risinau soltó
una pequeña risita, pero nadie lo imitó.
—Dice que va a
empezar a juzgar a sus prisioneros por crímenes contra el pueblo.
Vick sintió
que el horror empezaba a subirle por la garganta.
—¿Cuántos
tiene?
—¿Doscientos?
—Malmer se encogió de hombros desesperanzado—. ¿Trescientos? Hay algunos
propietarios y unos pocos ricachones, pero también mucha gente pobre.
Colaboradores, los llama ella. Cualquiera que no sea lo bastante fervoroso para
su gusto. Y a ella le gustan los muy fervorosos.
—Tenemos que
llevarnos a esos presos —dijo Vick—. Si tenemos alguna intención de negociar
con...
—La Jueza
nunca ha sido una persona muy razonable. —Risinau levantó los hombros como si
todo aquello fuera un desastre natural al respecto del cual no pudiera hacer
nada—. Desde el levantamiento, se ha vuelto directamente corrosiva.
—¿Los
Quemadores no cumplen tus órdenes?
—Bueno... son
gente impredecible. Fogosa. ¡Por eso deben de llamarlos Quemadores! —Soltó una
nueva risita, pero al ver que Vick nunca había tenido menos aspecto de ir a
echarse a reír, carraspeó y siguió hablando—. Supongo que podría pedirle que me
entregue a los prisioneros.
—O podrías
enviarme a mí a pedírselo —dijo ella, cruzando la mirada con él y
sosteniéndosela—. Necesitamos que tú te concentres en lo que es importante de verdad.
Nuestro manifiesto. Nuestros principios. Deja que hable yo con la Jueza.
A Risinau le
gustó la idea. Sus ojitos titilaron al pensar en párrafos y más párrafos de
bonita caligrafía. En solemnes declaraciones. En derechos y libertades(...)
Vick miró
hacia Risinau, que estaba explicando a sus practicantes desenmascarados qué
aspecto quería que tuviera su nuevo monumento, viviendo en un sueño que muy
bien podía convertirse en la pesadilla de todos los demás.
— A este paso,
su nuevo monumento será nuestra tumba.
Joe
Abercrombie, Un poco de odio
No hay comentarios:
Publicar un comentario