lunes, 17 de mayo de 2021

DOS AÑOS DE VACACIONES

 

Cierta madrugada del año 1886, Jules Verne estaba, como de costumbre, en el gabinete de trabajo de su casa, en el número 2 de la calle Charles Dubois, en Amiens, una sencilla y provinciana ciudad del norte de Francia.

El silencio era total en aquellas horas tranquilas del alba, así que, arropado por la calma matutina, Verne escribió:

Dos años de vacaciones

En la noche del nueve de marzo, las nubes, que se confundían con el mar, limitaban a unas cuantas brazas el espacio que podía abarcarse con la vista.

Se trataba del título y de la primera frase del capítulo primero del trigésimo segundo libro de Los viajes extraordinarios (¿o era el trigésimo primero o el trigésimo tercero...?), y aunque el párrafo en cuestión le pareció aceptable, no por ello abandonó el lápiz, tan apto para eliminar tropezones lingüísticos, tan fácil de borrar. Tiempo habría de repasar aquello a tinta para transformarlo en texto definitivo.

Siguió escribiendo a buena velocidad, sin detenerse demasiado en relecturas y correcciones, algo inusual en él dado su carácter meticuloso y perfeccionista. Pero tenía cincuenta y ocho años, no era por tanto un jovencito ilusionado y vital, y se encontraba además en la época más amarga de su vida.

En las siguientes semanas se dedicó por completo a la nueva obra, una historia de pequeños robinsones en la que quince niños de entre ocho y catorce años tienen que sobrevivir en una isla desierta durante dos años solos y sin la ayuda de adultos.

A menudo Verne se fatigaba por la postura casi inmóvil del escritor y con gran esfuerzo recolocaba esa pierna inflamada y dolorida en la que una profunda herida de bala a la altura del tobillo no terminaba de curarse.

Pero seguía escribiendo.

Con frecuencia sentía desánimo, mal humor, agotamiento vital.

Pero seguía escribiendo. Había un contrato firmado que no podía incumplir; escribir era su oficio, su obligación.

Y un día, inesperadamente, algo muy fuerte sucedió en su vida e hizo que Jules Verne renunciara de golpe a continuar con esa novela. ¿Qué fue? En la soledad de su gabinete de trabajo, apartando el manuscrito de su vista, derramó odio sobre los protagonistas de la historia con inmensa e injusta acritud.

–¡Al diablo! ¡Al diablo el jovencito Briant, el envidioso Doniphan y todos los muchachos de la maldita isla!

Lo cual era excesivo y desacostumbrado, pues Verne amaba profundamente a sus personajes, en los que ponía gran ilusión, sobre todo durante la época de génesis de las novelas. Pero 1886 era su año nefasto (y no solo por el atentado que había sufrido), y una considerable depresión le embargaba hasta el punto de hundir su estado de ánimo por completo. Y ahora además estaba lo otro, lo que acababa de suceder y había provocado que los ojos secos de un hombre endurecido se ablandaran y humedecieran por las lágrimas.

De ese modo, el manuscrito todavía a lápiz y sin terminar de Dos años de vacaciones fue abandonado y Verne decidió que comenzaría otra novela. Esta no le estaba resultando gratificante.

Así lo hizo. Tituló la nueva obra Norte contra sur, y pronto se vio completamente inmerso en ella.

Mientras, Dos años de vacaciones permanecería en el olvido...

Marisol Ortiz de Zárate, Rebelión en Verne

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