Se detuvieron
en un claro y Halt dejó en el suelo un pequeño fardo que había estado oculto
bajo su capa.
Will contempló
el fardo, dubitativo. Cuando pensó en armas, se imaginó espadas, hachas de
combate y mazas de guerra, las armas que llevaban los caballeros. Era obvio que
ese pequeño fardo no contenía ninguna de ellas.
—¿Qué clase de
armas? ¿Tenemos espadas? —preguntó Will con los ojos pegados al fardo.
—Las
principales armas de un montaraz son el sigilo y el silencio, y su habilidad
para evitar que le vean —dijo Halt—. Pero si no lo consigue, quizás tenga que
luchar.
—Entonces sí
que usamos una espada, ¿no? —dijo esperanzado.
Halt se
arrodilló y desenvolvió el fardo.
—No. Entonces
usamos un arco —dijo al tiempo que lo dejaba a los pies de Will.
La primera
reacción de Will fue de decepción. Un arco era algo que la gente utilizaba para
cazar, pensó. Todo el mundo tiene un arco. Es más una herramienta que un arma.
De niño ya le tocó hacerse más de uno, flexionando una rama elástica de árbol
para darle forma. Luego, como Halt no dijo nada, observó el arco más de cerca.
Éste, se percató, no era una rama forzada.
No se parecía
a ningún arco que Will hubiera visto antes. La mayor parte de éste seguía una
larga curva, como un arco largo normal, pero después las puntas se volvían a
curvar en el sentido contrario. Will, como la mayoría de las gentes del reino,
estaba acostumbrado a los arcos habituales, que consistían en una pieza larga
de madera flexionada en una curvatura continua. Éste era mucho más corto.
—Se llama arco
recurvado —dijo Halt, advirtiendo su confusión—. No eres lo suficientemente
fuerte aún para manejar un arco largo, así que la doble curvatura le dará a tus
flechas más velocidad y fuerza, con una menor carga de tensión. Aprendí de los
temujai a hacer uno (…)
Will contempló
de nuevo el arco en sus manos. Ahora que se estaba acostumbrando a su inusual
forma, podía ver que se trataba de un arma maravillosamente bien elaborada.
Habían pegado láminas de madera de diversas formas, con las vetas en diferentes
direcciones. Tenían grosores dispares y era eso lo que conseguía la doble
curvatura del arco, según las distintas fuerzas presionaban unas contra otras,
flexionando las palas del arco hasta un punto cuidadosamente planificado. Puede
ser, pensó, que aquello en realidad fuera un arma, al fin y al cabo.
—¿Puedo tirar?
—preguntó.
Halt asintió.
—Si tú crees
que es una buena idea, adelante —dijo.
Con rapidez,
Will escogió una flecha del carcaj que había estado junto al arco, en el fardo,
y la situó en la cuerda. Tiró hacia atrás de la flecha con el pulgar y el
índice, apuntó al tronco de un árbol a unos veinte metros y disparó.
¡Plas!
La potente
cuerda del arco le golpeó en la piel desnuda del interior del brazo, con el
picor de un látigo. Will gritó de dolor y dejó caer el arco como si estuviera
al rojo vivo.
Ya le estaba
saliendo en el brazo un grueso verdugón de color rojo. No tenía ni idea de
adonde había ido la flecha. Ni tampoco le importaba.
—¡Qué daño!
—dijo mientras miraba al montaraz de modo acusador.
Halt se
encogió de hombros.
—Siempre
tienes prisa, jovencito —dijo—. Esto te puede enseñar a esperar un poco la
próxima vez.
Se agachó ante
el fardo y extrajo un largo brazalete de cuero endurecido. Lo deslizó en el
brazo de Will para que pudiera protegerlo de la cuerda del arco.
Arrepentido,
se fijó en que Halt llevaba un brazalete similar. Más arrepentido aún, se dio
cuenta de que se había fijado antes, pero en ningún caso se preguntó por la
razón para llevarlo.
—Vuelve a
probar ahora —dijo Halt.
Will escogió
otra flecha y la colocó en la cuerda. Cuando fue a tensarla de nuevo, Halt le
retuvo.
—No con el
pulgar y el índice —le mostró—. Deja que la flecha se apoye en la cuerda entre
los dedos índice y corazón... Así.
Le enseñó a
Will cómo el culatín —la muesca en el extremo trasero de la flecha— se
enganchaba a la cuerda y mantenía la flecha en su sitio. Después le demostró
cómo la cuerda debía apoyarse en la primera falange de los dedos índice,
corazón y anular, con el índice por encima del punto de colocación de la flecha
y el resto por debajo.
Finalmente, le
enseñó a permitir que la cuerda se deslizara para soltar la flecha.
—Eso está
mejor —dijo, y según Will llevaba la flecha hacia atrás, continuó—: Intenta
usar los músculos de la espalda, no sólo tus brazos. Haz como si estuvieras
tratando de unir los omóplatos...
Will lo
intentó y el arco pareció tensarse con un poco más de facilidad. Se vio capaz
de sujetarlo de manera más estable.
Lanzó de
nuevo. Esta vez erró por poco el tronco del árbol al que había estado
apuntando.
—Necesitas
practicar —dijo Halt—. Déjalo por el momento.
Con cuidado,
Will depositó el arco en el suelo.
John Flanagan, Las Ruinas de Gorlan
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