Y otra. Y
otra. Siempre los mitos griegos (y romanos, que son más o menos los mismos con
otros nombres). Porque son extraños y maravillosos, pero también familiares y
cercanos. Porque están vivos. Porque seguimos hablando de ellos, porque los
tenemos incorporados al idioma (¿acaso a un hombre forzudo no se lo llama un hércules?,
¿acaso las palabras Eros o Venus no siguen evocando al amor y al deseo?),
porque son la fuente de la que seguimos nutriéndonos los escritores, los guionistas
de cine, los inventores de historias del mundo entero, y también los pintores,
los arquitectos, los músicos. En los dibujos animados, en las películas de
aventuras, en las estatuas, en los edificios, los mitos griegos y romanos están
presentes y nos saludan (o nos acechan) todos los días.
Cada época ha
sentido la necesidad de volver a contar a su manera, de acuerdo con su propia
sensibilidad, estas historias en las que parecen concentrarse al mismo tiempo
todo el poder de la fantasía y todas las contradicciones de la razón y la
sensibilidad humanas. Yo las leí por primera vez en un libro para chicos que
estaba muy de moda allá por los años cincuenta del siglo pasado: El Tesoro de
la Juventud. Y me enamoré para siempre de los héroes y los dioses, pero también
de los monstruos, con sus múltiples cabezas, su aliento de fuego, sus cabellos
de serpiente. Por eso sentí una enorme alegría cuando empecé a leer y estudiar
los mitos para tratar de escribirlos una vez más a la manera del siglo XXI.
Ojalá haya logrado transmitir a mis lectores una pequeña parte del terror, la
emoción y la felicidad que me provocan estas historias extraordinarias.
Síganme. Les
propongo entrar al más extraño y oscuro de los laberintos: el de la imaginación
humana.
Ana María Shua, Dioses y Héroes
de la Mitología Griega
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