Este
viernes, 2 de febrero, una compañera desde hace muchos años, Pilar, presenta
aquí, en el pueblo, en la Biblioteca de Villarrobledo, su segundo libro de
poemas, Caminar el Tiempo.
Me cuentan historias
de penas ancianas
y furores blancos;
de noches pausadas
y temores épicos;
del mundo que dejé
atrás
y el porvenir que no
ansío.
Y sus versos
nos traen historias, vivencias, que nos hacen reflexionar sobre lo que hemos
sido o lo que hemos querido ser, sobre nuestros sueños e ilusiones, sobre
nuestras raíces (ahí tenemos ese hermoso poema en valenciano, por ejemplo,
entre otros motivos), nuestro hogar, sobre ese amor…
Tal vez el tiempo no
se ensañe
con este pobre
silencio manso.
Tal vez el tiempo no
traspase
el papel manchado de
la ira.
Tal vez si suena de
nuevo
el telar de la locura
la amargura se
estrelle en mi cordura.
No creo en tiempos
circulares,
ni añoro falsas
aletheias...
pero nadie nos
explicó nunca
que el dolor llega y
se queda,
que jamás la juventud
vence,
que el cansancio azul
acecha.
Un amor que
nos trae la pasión, el deseo por el otro, unas caricias, que, a la vez, nos
proporcionan placer y dolor. Y junto a él un sutil erotismo que impregna muchas
de las páginas de su libro sugiriendo, insinuando:
A veces me sumerjo
en té de canela
para evocar tu piel
especiada
mientras quebranto,
con la calma negra
del rechazo,
las leyes básicas del
olvido
y me consuelan
las Cantigas de
Sevilla
y las trompetas
de la Guardia Negra
del Sultán.
Sus ideas, sus
pensamientos, sus sentimientos, fluyen libremente en estos versos cortos,
musicales, en pequeñas estrofas, que nos llaman desde el interior de nuestro
ser, haciéndonos asentir a lo que se nos transmite, lo que se nos sugiere.
Me obsesiona la
belleza:
una manera más de
enfrentarme
a tu sentido
práctico.
Me obsesiona la
belleza:
una manera más de
esconderme
de esta subsistencia
vacua.
Me obsesiona la
belleza:
una manera más de
obligarme
a cuestionar la vida.
Me obsesiona la
belleza:
categoría estética
o búsqueda del
sentido.
Pequeños
hechos cotidianos que nos evocan el simbolismo de una mitología, para muchos ya
olvidada y para otros desconocida, la egipcia Isis, la diosa madre, o el cuervo
y el ciervo, la memoria y la vida. La memoria de lo que hemos sido, de lo que
hemos hecho. La vida, pero una vida plena, que hay que vivirla, apurarla hasta
las heces, como el buen vino o el buen whisky, que Pilar en más de un verso nos
invita a degustar.
Yo soy Isis:
la sacerdotisa y la
sangre.
La protectora.
La vengadora.
Yo soy Isís:
la madre y el fuego.
La que despliega sus
alas
y te acogen.
Yo soy Isis:
la cosecha y la
marea.
La Sophia.
Y
en estos versos se entremezclan, mil y una veces, música y literatura mostrando
unas señas de identidad muy propias. La música no sólo está presente en el
ritmo que nos arrastra a seguir el flujo de sus pensamientos, de sus sentimientos, o las
referencias a grupos de metal, o las óperas de Puccini, sino que nos presenta a
su fiel amiga, a su escudera:
Y aprendí a mecerme
en las hojas del
tiempo
y bebí incansable
la sabiduría de los
malditos.
Y, ahora,
recopilo sonidos de
viento,
me reencuentro con mi
flauta y sus aristas,
revivo de nuevo la
eternidad en una hora.
Huir sigue sin ser
una opción.
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