Quizá tuviera
un poco de culpa la tía Etel, abriendo para él la biblioteca del Abuelo. Un
poco, el Gran Bisabuelo, por haber reunido en una biblioteca tantos volúmenes
sobre viajes, que hablaban de lejanos países y extrañas gentes. Y, sobre todo,
del mar… Jujú no había visto nunca el mar; pero lo adoraba con toda la fuerza
de su corazón. También contribuían a sus sueños la música y las novelas de aventuras
de tía Leo. La música le llegaba a veces, a través de la abierta ventana de la
sala, de las ramas de los ciruelos, hasta el rincón de la huerta donde él se
tendía a soñar. Y aquella música le traía entonces el rumor de las olas en la
playa, el suave balanceo de las palmeras y los cocoteros. A espaldas de tía
Etel, tía Leo continuaba encargando libros de aventuras, y así Jujú entró en
conocimiento de Sandokán, Gulliver, Simbad, etc. (…)
Eran unos
buenos ratos los que pasaba en el jardín o la huerta, con tía Leo. Y, a veces,
muy juntitos, escondidos de todos, tía Leo y él, amparados por el follaje de
las altas varas doradas y verdes, en el alubiar, se sentaban en el suelo y
leían: ella sus románticas novelas y él sus libros de aventuras y viajes. Eran,
sí, unos buenos ratos aquéllos.
Ana
María Matute, El Polizón del Ulises
PREMIO LAZARILLO 1965
PREMIO NACIONAL DE LAS LETRAS ESPAÑOLAS 2007
PREMIO NACIONAL DE LAS LETRAS ESPAÑOLAS 2007
PREMIO CERVANTES 2010
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