El joven Peter
Grant era un agente de policía novato hasta que un día, durante la
investigación de un terrible asesinato, recibe cierta información de un testigo
ocular muy especial: un fantasma. Tras descubrir que la magia existe, Grant
ingresará en un departamento secreto de Scotland Yard que se encarga de las
investigaciones sobrenaturales y, junto al enigmático inspector Nightingale,
llevará a cabo tareas tan singulares como negociar treguas entre el dios y la
diosa del Támesis, desenterrar tumbas en Covent Garden y perseguir a un
espíritu maligno y vengativo que está sembrando el caos en la ciudad.
Con este libro
Ben
Aaronovitch inicia la saga conocida como Ríos de Londres, donde vamos a
encontrar a un aprendiz de mago, no muy brillante, en esa división muy secreta
de Scotland Yard, que es La locura (sede oficial de la magia inglesa desde que
la fundara en 1775 sir Isaac Newton), en pleno siglo XX.
Con
un narrador en primera persona, Aaronovitch nos acerca al
protagonista: negro, de clase baja, muy baja, cuya mayor ilusión es dormir en
las dependencias policiales con Leslie, una compañera, haciendo la cucharita, y
su sueño dedicarse a tareas burocráticas una vez que termine la instrucción
básica, y una madre que se las trae, como podremos comprobar en las siguientes
entregas. Estará arropado por personajes como: Thomas Nightingale, paradigma
del típico caballero británico flemático; Leslie, su compañera en la academia,
destinada a la Brigada de Homicidios (primero, disparad; luego, preguntad); el
doctor Walid, un forense muy peculiar; Molly, el ama de llaves de La Locura, una
criatura misteriosa, silenciosa, de inquietante personalidad y con mal genio
(para ella, Nightingale es Dios); los dioses de los ríos con sus hijos: Mamá
Támesis, con unas hijas de armas tomar, o Padre Támesis.
El
autor, con un estilo ágil y ameno, conjuga la intriga policial con la fantasía,
y aprovecha con un humor ácido para para cargar contra las normas de la
policía, de la burocracia, de la sociedad, no dejando títere con cabeza.
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