Me apresuro a
informarle
de que es tan
afortunado como morir,
y sé lo que me digo.
Paso la muerte con
los que mueren
y el nacimiento con
el bebé recién lavado,
y no estoy limitado
entre mi sombrero y mis botas,
y examino múltiples
objetos,
entre los que no hay
dos iguales y todos son buenos,
la tierra buena y
buenas las estrellas,
y buenos todos sus
apéndices.
No soy una tierra ni
apéndice de una tierra,
soy pareja y
compañero de la gente,
todos tan inmortales
e insondables como yo
(no saben hasta qué
punto inmortales, pero yo sí).
Cada cual para sí
mismo y los suyos,
para mí los míos,
hombres y mujeres,
para mí los que han
sido muchachos y las aman,
para mí el hombre
orgulloso y que sabe lo que duele el desprecio,
para mí la amada
adolescente y la solterona,
para mí las madres y
las madres de madres,
para mí los labios
que han sonreído,
los ojos que han
derramado lágrimas,
para mí los hijos y
sus procreadores.
¡Descubríos!
No sois culpables
para mí,
ni rancios ni
desechados,
veo a través del
popelín y el guingán
si sí o si no,
y, tenaz, codicioso,
incansable,
estoy alrededor y no
se me puede apartar.
Walt Whitman
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