Apenas unas horas más tarde, la casa de Martín bullía de vida.
Habían acudido cinco o seis juglares, pero armaban más ruido que veinte. Con
sus ropas de colores y sus instrumentos musicales recorrían el salón
saludándose unos a otros, presentando sus respetos al maestro y relatando sus
últimas hazañas. Mattius se había unido a ellos, con una serena sonrisa en los
labios. (…)
Los juglares habían terminado de contar noticias. Guiados por
Martín, comenzaron a recitar cantares y relatos que habían aprendido
recientemente.
Michel y Lucía nunca habían visto nada semejante. El espectáculo
de los juglares ampliando su repertorio, preguntándose unos a otros acerca de
tal o cual canción o leyenda, escuchando con atención para memorizar letras ritmos,
melodías..., era impresionante.
Siempre se había menospreciado el oficio de juglar. Se decía que
el juglar lo era por rebeldía o necesidad. Antes de conocer a Mattius, a Michel
no podía pasarle por la cabeza la idea de que hubiera juglares por vocación.
Así pasaron algunas horas. Ya era noche cerrada cuando María trajo
la cena para todos y se tomaron un descanso.
—Esto es sorprendente —le dijo Michel a Martín—. Alguien debería
ponerlo todo por escrito.
El maestro se sintió ofendido.
—¿Por escrito? ¿Por qué? ¿No te fías de nuestra memoria?
—No, no quería decir eso. Pero debería conservarse para... para
cuando vosotros ya no estéis. Puede que otros no tengan tan buena memoria.
—No es buena idea. Un cantar está para ser cantado. Si lo
escribes, la gente que lo lea en un futuro no conocerá la música, los gestos,
la actuación... Un cantar no es sólo la letra. Poner por escrito algo que
circula por el aire es como encerrar un pájaro silvestre en una jaula.
Michel no estaba de acuerdo.
—Pero alguien tuvo que escribir el cantar antes de que los
juglares lo recitaran. ¿Quién fue el primero?
—Eso no importa. La gente quiere escuchar el poema, no saber quién
lo escribió. Y ten por seguro que un juglar sólo conserva un manuscrito hasta
que se lo ha aprendido de memoria.
—Pero sería más fiel al original si permaneciera escrito.
—¿Fiel? Los cantares son como gotas de agua. Cambian según la
forma del recipiente. No importa el recipiente; el cantar seguirá siendo en
esencia el mismo, aunque cada juglar lo recite de manera diferente. Ninguna de
las versiones es la verdadera, y todas lo son.
Esto dejó muy confundido a Michel.
—Pero tuvo que haber un original...
—Mira, chico —cortó Martín, que empezaba a perder la paciencia—.
No hay ningún amanuense dispuesto a copiar la mitad de las historias que
conocen los hombres que están hoy aquí reunidos. Y no existe suficiente
pergamino, papel ni vitela en toda Europa para escribir todo lo que sabemos en
el gremio de juglares.
Michel enmudeció. Aunque la afirmación del maestro le parecía un
tanto exagerada, tenía razón en cuanto a que los manuscritos eran un bien
sumamente escaso. Los sabios sólo prestaban atención a los cantares cuando
éstos relataban acontecimientos históricos importantes; entonces, si no existía
otra fuente, los incorporaban a sus crónicas.
Mattius había oído por casualidad parte de la conversación y
sonrió. Martín y Michel pertenecían a dos culturas distintas. El joven monje
había crecido entre libros; el veterano juglar, aunque sabía leer, prefería
confiar más en su oído y en su memoria que en la palabra escrita.
Laura Gallego,
Finis Mundi
PREMIO CERVANTES CHICO 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario