miércoles, 29 de junio de 2016

¡OTRO CURSO SE VA!


—¡Otro año se va! —dijo alegremente Dumbledore—. Y voy a fastidiaros con la charla de un viejo, antes de que podáis empezar con los deliciosos manjares. ¡Qué año hemos tenido! Esperamos que vuestras cabezas estén un poquito más llenas que cuando llegasteis... Ahora tenéis todo el verano para dejarlas bonitas y vacías antes de que comience el próximo año...

J. K. Rowling, Harry Potter y la Piedra Filosofal

martes, 28 de junio de 2016

ORGULLO Y PREJUICIO


La señorita Wood, la profesora de literatura, entró en clase con sus andares apresurados y uno de sus vestidos de lana color pastel. Como siempre, iba cargada de libros y se puso de puntillas para escribir en la pizarra el título del tema del día.
Dedicaba cada viernes a monográficos sobre autores o épocas literarias. Irene se puso muy contenta al leer que aquella clase estaría centrada en Jane Austen y su obra más reconocida, Orgullo y Prejuicio. Precisamente, acababa de terminarla y no le vendría mal tener más información para su trabajo.
Mientras la Wood se disponía a endosarles otra de sus clases magistrales, Martha bostezaba sin ningún disimulo.
—Venga, chicos. Abrid vuestros libros… y vuestros corazones —dijo alborozada, ruborizándose un poco—. Hoy vamos a hablar de una de las mejores novelas románticas que se han escrito nunca. Pero antes conozcamos a su autora, Jane Austen. Martha, por favor, lee su biografía en la página 146.
Martha no se había enterado de la petición de la profesora, inmersa como estaba en su propio universo romántico. Irene se vio obligada a atizarle una sonora palmada en la espalda para que espabilara.
—¡Venga, lee!
Jane Austen. Novelista británica, nació en 1775 en Steventon, Gran Bretaña, y murió en Winchester en 1817. Jane fue la séptima hija de una familia de ocho hermanos. Fue educada en casa por su padre, pastor protestante, y su vida en plena campiña inglesa discurrió plácidamente, sin grandes acontecimientos que…
A Irene le pareció atrevido por parte del biógrafo afirmar que la vida de la escritora había transcurrido «sin grandes acontecimientos». ¿Y qué hay de lo que pasa por la mente de una persona?
Por lo que ella sabía, a raíz de sus investigaciones en la biblioteca, Jane se había enamorado varias veces, aunque por un motivo u otro nunca llegó a casarse. De hecho, el matrimonio es uno de los temas centrales en la mayoría de sus novelas. Y no tuvo que ser nada fácil ser una mujer soltera con inquietudes artísticas en una época en la que la máxima aspiración para una chica era casarse, reflexionó.
Martha siguió recitando con voz soñolienta los detalles históricos acerca de la escritora. Austen había vivido en una etapa de cambios que había vivido en una etapa de cambios que impulsaban al mundo hacia la modernidad, como, por ejemplo, la abolición de la esclavitud, pero sus novelas estaban centradas en el entorno sencillo que siempre la rodeó.
—Gracias, Martha. Ahora vamos a leer unos capítulos de la obra. Como sabéis, Orgullo y Prejuicio cuenta los amores entre Elizabeth Bennet y Fitzwilliam Darcy. Este último es un rico y distinguido caballero que se resiste a sus sentimientos por Lizzy movido por el orgullo de clase, que hace que dude en emparentarse con una vulgar familia rural. Elizabeth, por su parte, lo considera un hombre altivo y mezquino, indigno de todo sentimiento. Veremos cómo llegan a superar estas dificultades. Ya os anuncio que la novela termina bien. ¡Vamos, página 11! —pidió, entusiasmada.
Un suspiro de aburrimiento colectivo se propagó por el aula. Las clases de los viernes se hacían muy cuesta arriba, con todas las alegrías y planes para el fin de semana a las puertas.
Irene fue repasando con el dedo los fragmentos que señalaba la profesora con su voz aguda. Curiosamente, la edición que Peter Hugues le había prestado también estaba llena de comentarios manuscritos por los mismos lectores enigmáticos que la habían ayudado a entender mejor a Murakami.
En esta ocasión, el lector de la pluma se había limitado a subrayar algunos párrafos y a poner signos de interrogación o exclamaciones al lado. Irene se identificaba con él y le parecía que conectaba con el hilo de sus pensamientos a través de aquellas sencillas anotaciones. Cuando él subrayaba, ella no podía dejar de admirar algún diálogo o idea notable que quizá sin su ayuda le habría pasado por alto.
En cambio, el lector del lápiz seguía con aquellas observaciones misteriosas que tenían a Irene tan intrigada. Estaba casi segura de que se trataba de un alumno de Saint Roberts. Quizá incluso estaba sentado cerca de ella en aquel momento, ajeno a todo, mientras Irene leía sus notas.
Algunas la hacían reír:
Personajes inolvidables. Lenguaje contenido. ¿Cómo demonios podían saber lo que sentía el otro si no dejaban de intercambiar más que cortesías? Si alguna vez viajo en la máquina del tiempo, recordar que NO quiero vivir en Inglaterra en la época de Jane Austen.
Otras, como la de la última página de la novela, le hacían desear conocer algún día a su autor:
Y colorín colorado… al final triunfa el amor. ¿Por qué será que el «para siempre» ya no está de moda? Si alguna vez viajo en la máquina del tiempo, recordar que SÍ quiero vivir en la Inglaterra de Jane Austen.
Irene sonrió involuntariamente al releer aquel último comentario. Se imaginó a sí misma a finales del siglo XVIII en un baile de sociedad como los que relataba Jane Austen en sus libros, vestida con sedas y tules y rodeada de la luz mágica de cincuenta candelabros de plata. Algún caballero distinguido, su Fitzwilliam Darcy particular, la sacaría a bailar, y ella volaría en sus brazos alrededor del salón. El caballero era alto y delgado, tenía los ojos azules, de un tono pálido y melancólico, y el cabello castaño claro ondulado estaba salpicado por algunas canas. Los dos se mirarían, reconociéndose, y perderían de vista el mundo exterior, mientras giraban y giraban por la pista.
Si alguna vez era posible viajar en la máquina del tiempo, Irene tenía claro que aquélla sería para ella parada obligatoria. Le parecía el lugar ideal para un espíritu contenido y soñador como el suyo.
Además, sería increíble conocer a Jane Austen. Le había tomado cariño a aquella escritora que le había hecho darse cuenta de que, como los protagonistas de su novela, ella también se dejaba llevar por su propio orgullo y sus prejuicios. Irene reconoció que aquellos podían ser dos obstáculos que le impedían abrirse a los demás, no sólo a Peter Hugues. Con razón la llamaban «la forastera», no sólo porque venía de otro país, sino también porque se empeñaba en construir un muro de piedra maciza que la separaba de todos. El cemento que lo mantenía en pie era su miedo a ser herida, aunque no quería que eso le sirviera más de excusa. ¿Y no habían sido sus prejuicios los que la habían llevado a herir gratuitamente a Marcelo? Ahora se arrepentía profundamente de las frías palabras que le había dedicado al pie de la escalera.
La voz de la señorita Woods, que continuaba leyendo entusiasmada los diálogos entre Elizabeth Bennet y Fitzwilliam Darcy, la sacó de sus ensoñaciones.
—Llegó la hora del debate, chicos. Uno de vosotros tendrá que defender que Orgullo y Prejuicio es una novela actual, y dará sus razones para ello. Otro defenderá el punto de vista contrario, y luego votaremos la mejor exposición. ¿Voluntarios?
El silencio podía cortarse con un cuchillo. Todas las cabezas apuntaban hacia abajo, mirando con atención hacia algún punto entre el suelo y los pupitres.
—Muy bien, entonces seré yo quien los designe —dijo la profesora con una risita cursi—. Sarah, tú estarás en contra. Irene, tú a favor.
La forastera enrojeció hasta las orejas. Tenía verdadero pavor a hablar en público. Siempre le verdadero pavor a hablar en público. Siempre le temblaban las piernas, le fallaba la voz y al final nunca acertaba a decir nada coherente. ¡Qué mala suerte había tenido! Al instante notó cómo se le secaba la garganta y se le humedecían las manos. Trató de tomar notas mientras Sarah, una chica simpática y discreta, hablaba.
Orgullo y Prejuicio es una novela conservadora y totalmente pasada de moda. Jane Austen se limita a describir la realidad de su época sin cuestionarla. El único destino válido para una mujer a finales del siglo XVIII era casarse. Eso la novela lo describe muy bien, ¡pero ninguna de las protagonistas se rebela! De hecho, el final feliz en el que varias de las hermanas Bennet terminan casadas con sus príncipes azules es la prueba de que la escritora admite aquella realidad sin buscar alternativas. Por tanto, yo creo que el libro ya no está vigente, porque la vida de las mujeres en el siglo XXI, por suerte, es muy diferente.
Se oyeron susurros y comentarios aprobatorios a media voz, sobre todo por parte de las alumnas.
Y entonces llegó el turno de Irene. Se puso de pie frente a su mesa, balbuciendo, y trató de rebatir sin demasiado éxito las contundentes razones que había dado Sarah. Mientras manoseaba con nerviosismo su libro, recordó el comentario del lector enigmático acerca del triunfo del amor.
—Estoy de acuerdo en que la novela puede parecer conservadora, pero creo que si la leemos con atención, veremos que la ironía de la autora es su arma, su forma de rebelarse. Fijaos en la primera frase:
Es una verdad generalmente admitida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, debe tomar esposa.
—Creo que, aquí, Jane se está riendo sutilmente de la gente que dice «grandes verdades» —siguió— y también de la época que le tocó vivir. ¡Es una declaración de principios oculta! Además, Orgullo y prejucio no está pasada de moda, porque habla de sentimientos universales en los que todos nos reconocemos. El pudor de sentir que uno no encaja en el mundo del otro porque se cree inferior o diferente, los malentendidos al interpretar los sentimientos de los demás… Y, sobre todo, el triunfo del amor en mayúsculas, capaz de vencer todos los obstáculos. Es verdad que actualmente vivimos al día y está de moda lo momentáneo, lo efímero, pero ese amor sigue existiendo… ¡Tiene que seguir existiendo!
Irene pronunció aquella última frase casi con tono de súplica. Se había dejado llevar, y media clase la miraba con la boca abierta. La señorita Wood aplaudió con las puntas de los dedos y la felicitó por su brillante exposición.

Rocío Carmona, La Gramática del Amor

lunes, 27 de junio de 2016

TELESHAKESPEARE


Enviado por Pedro:

Con la primera década del siglo XXI ha llegado hasta nuestras pantallas un nuevo fenómeno de culto que suma cada día miles de espectadores en todo el mundo: las series de televisión. Sí, es cierto, las teleseries existieron prácticamente desde que se inventó la «caja tonta», pero gracias a todas estas nuevas series hemos visto cómo nuestro televisor se convertía en la «caja inteligente». Piensen en Los Soprano, The Wire, Mad Men, Dexter, A dos metros bajo tierra, Galáctica: Estrella de combate, Deadwood, Roma y tantas otras producciones cuyos niveles de calidad y difusión son simplemente extraordinarios.

Desde esta premisa, el libro de Jorge Carrión se propone un doble objetivo: por un lado, conformar una suerte de guía de las más destacadas series de televisión de los últimos años, algunas muy conocidas y otras sin duda por descubrir, proporcionando un conjunto de ensayos breves, ágiles y lúcidos sobre cerca de una veintena de estas producciones. Por otro lado, este libro articula la primera reflexión general publicada en nuestro país sobre este nuevo fenómeno visual y narrativo que ya ha transformado nuestra definición del relato audiovisual, construyendo, además, nuevos modelos de visionado e interpretación que gracias a internet adquieren una dimensión global inmediata.

Si nadie como Shakespeare supo retratar al hombre y a la mujer de su tiempo, nada como estas nuevas series de televisión retrata la evolución de nuestras sociedades, nuestros deseos, nuestras inquietudes. Shakespeare queda lejos, desenfocado. Hacemos zoom, nos acercamos, pero inmediatamente la imagen se pixela. 

domingo, 26 de junio de 2016

CON LOS POSTRES, LAS BATALLITAS


—Llenad vuestras copas, señores, y permitid que os recuerde sucesos que datan de treinta años atrás. Entonces Cedric el Sajón no necesitaba adornos franceses, pues con su idioma natal se hacía lugar entre las damas: el campo de Northallerton puede decir si en la jornada del santo estandarte se oían tan de lejos las bélicas aclamaciones del ejército escocés como el cri de guerre de los más valientes barones normandos. ¡A la memoria de los héroes que combatieron en tan gloriosa jornada! ¡Haced la razón, nobles huéspedes!
Apuró la copa, y al dejarla sobre la mesa anudó su discurso, siguiendo la peroración con el mayor ardor y entusiasmo.
—¡Día de gloria fue aquél, en que sólo se escuchaba el choque de las armas y broqueles, en que cien banderas cayeron sobre la cabeza de los que las defendían, y en que la sangre corría como el agua, pues por doquiera se miraba la muerte, y en ninguna parte la fuga! Un bardo sajón llamó a aquel combate la fiesta de las espadas, y por cierto, señores, que los sajones parecían una bandada de águilas que se lanzaban a la presa. ¡Qué estrépito producido por las armas sobre los yelmos y escudos! ¡Que ruido de voces, mil veces más alegre que el de un día de himeneo! ¡Mas no existen ya nuestros bardos; el recuerdo de nuestros famosos hechos se desvanece en la fama de otro pueblo; nuestro enérgico idioma, y hasta nuestros nombres se oscurecen, y nadie, nadie llora tales infortunios, sino un pobre anciano solitario! ¡Copero, llenad las copas! ¡Vamos, señor templario; brindemos a la salud del más valiente de cuantos han desnudado el acero en Palestina en defensa de la sagrada Cruz, sea cualquiera su origen, su patria y su idioma!
—No me está bien —dijo el templario— corresponder a vuestro brindis. Porque ¿a quien puede concederse el laurel entre todos los defensores del Santo Sepulcro, sino a mis compañeros los campeones jurados del Temple?
—Perdonad —repuso el Prior—, a los caballeros hospitalarios yo tengo un hermano en esa Orden.
—No trato de atacar su bien sentada reputación; pero...
—Yo creo, tío nuestro —dijo Wamba—, que si Ricardo Corazón de León fuese bastante sabio para seguir los consejos de un loco, debía estar aquí con sus bravos ingleses, y reservar el honor de libertar a Jerusalén a estos valientes caballeros, que son los más interesados.
—¿Es posible —añadió lady Rowena— que no se encuentre en todo el ejército inglés un solo caballero que pueda competir con los del Temple y los de San Juan?
—No os digo, señora —contestó el templario—, que deje de haberlos. El rey Ricardo llevó a Palestina una hueste de famosos guerreros que de cuantos han blandido una lanza en defensa del Santo Sepulcro sólo ceden a mis hermanos de armas, que siempre han sido el perpetuo baluarte de la Tierra Santa.
—¡Que a nadie cedieron jamás! —exclamó con fuerza el peregrino, que se había acercado algún tanto y escuchaba esta conversación con visible impaciencia.
Todos los circunstantes se volvieron hacia donde había sonado tan inesperada voz.
—Sostengo —continuó con firme y decidida voz— que a los caballeros ingleses que formaban la escolta de Ricardo I no aventaja ninguno de cuantos han blandido el acero en defensa de Sión! ¡Y añado, porque lo he visto, que el rey Ricardo en persona y cinco caballeros más sostuvieron un torneo después de la toma de San Juan de Acre, contra cuantos se presentaron! Digo además que aquel mismo día cada caballero corrió tres carreras e hizo morder el polvo a sus tres antagonistas; y aseguro, por último, que de los vencidos siete eran caballeros del Temple. Presente está sir Brian de Bois-Guilbert, que sabe mejor que nadie si hablo verdad!
—¡Peregrino —dijo Cedric—, tuyo es este brazalete de oro si designas los nombres de esos valientes caballeros que tan dignamente sostuvieron el honor de las armas de Inglaterra!
—Con el mayor placer os daré gusto sin que me deis galardón. Mis votos me prohíben tocar oro con las manos. El primero en honor, en dignidad y heroísmo —dijo el peregrino— fue el valiente rey de Inglaterra, Ricardo I.
—¡Yo le perdono —repuso Cedric— el ser descendiente del tirano duque Guillermo!
—El conde de Leicéster fue el segundo; el tercero, sir Tomás Multon de Gilsland.
—¡De familia sajona! —exclamó Cedric entusiasmado.
—Sir Foulk Doilly, el cuarto.
—¡También sajón, al menos por parte de madre! —dijo Cedric, cuya satisfacción llegaba a tal extremo, que olvidaba su odio a los normandos porque veía sus triunfos unidos a los de Ricardo y sus isleños—, ¿y el quinto? —preguntó.
—Sir Edwin Turneham.
—¡Legítimo sajón, por el alma de Hengisto! –exclamó Cedric transportado de alegría—. ¿Y el último?
—El último... —respondió el peregrino después de haberse detenido como si reflexionase—, el último era un caballero de menos fama, que fue admitido en tan ilustre compañía para completar el número más bien que para ayudar a la hazaña. ¡No recuerdo su nombre!
—Señor peregrino —dijo sir Brian de Bois-Guilbert—, después de tantos y tan exactos pormenores, viene muy fuera de tiempo esa falta de memoria, y de nada os sirve en la ocasión presente. Yo os recordaré el nombre del caballero ante el cual quedé vencido... por falta de fortuna y por culpa de mi lanza y de mi caballo. Fue el caballero de Ivanhoe, y para su juvenil edad, ninguno de los otros cinco le aventajaba en renombre por su valor. Y digo francamente que si estuviera ahora en Inglaterra y se determinara a repetir en Ashby de la Zouche el reto de San Juan de Acre, montado y armado como actualmente lo estoy, le daría cuantas ventajas quisiere, y no temería el resultado del combate.
—Si estuviera a vuestro lado Ivanhoe —dijo el peregrino—, no necesitaríais hacer esfuerzos para que aceptara vuestro desafío. No alteremos ahora la paz de este castillo con una contienda inútil y con bravatas que están fuera de lugar, pues el combate de que habláis no puede efectuarse al presente. Pero si vuestro antagonista regresa de Palestina, él mismo irá a buscaros: yo respondo de ello.

Walter Scott, Ivanhoe

viernes, 24 de junio de 2016

INÉS HERRERA MESAS, GANADORA DEL CERTAMEN LITERARIO “POR QUÉ LEER A LOS CLÁSICOS”


Ayer, en el acto de Graduación de los alumnos de 4º de ESO, de nuestro instituto, le felicitábamos a Inés por haber conseguido el Premio Recrea Tu Quijote IES Octavio Cuartero 2016 Categoría ESO, por su relato “Las Aventuras del Cabo Alonso Quijano y su Compañero Sancho”, concurso llevado a cabo bajo el patrocinio de la Subdirección  General de Promoción del Libro, la Lectura y las Letras Españolas, del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.

Esta mañana, he recibido un correo electrónico, del que os transcribo parte

En primer lugar, quiero  agradecer de nuevo a este centro su esfuerzo al participar en nuestro programa “Por qué leer a los clásicos”, así como por la organización del concurso literario de reelaboración de la obra, ensayo breve o redacción sobre el tema tratado.  Tal y como anunciábamos en  nuestra web y en la carta de remisión del lote de libros, hemos procedido a seleccionar los tres mejores trabajos de entre los enviados por los institutos participantes.

                Me alegra mucho comunicarle que esta Subdirección General ha escogido el relato titulado “Las Aventuras del Cabo Alonso Quijano y su Compañero Sancho” escrito por una de sus alumnas de 4º de la ESO, Inés Herrera Mesas, como uno de los tres mejores de los que nos han remitido los institutos que han organizado dicho concurso.

Reciban mi más sincera felicitación y un  cordial saludo,

Enhorabuena, Inés, que sigas ganando más premios.

Si no habéis podido leer su relato, lo tenéis aquí

jueves, 23 de junio de 2016

CIUDADES DE PAPEL


                Enviado por Cari (B1C)

Quentin y Margo son amigos y vecinos desde que tenían dos años, estando siempre juntos. Con nueve años, se encontraron en el parque algo que cambiaría sus vidas para siempre: un hombre muerto. Y en esa misma noche, Margo y Quentin se separan.

Diez años después, en los que Quentin no ha dejado de sentir algo por Margo, ésta aparece de repente por la ventana de su habitación proponiéndole que Quentin le ayude en su plan de venganza. Y, al día siguiente, Margo lo abandona de nuevo. No está ni en su casa, ni en el instituto ni en ninguna parte. No es la primera vez que Margo desaparece repentinamente. Pero la escapada de ahora es diferente. Absolutamente nadie sabe adónde ha ido y si volverá, pero cuando Quentin empieza a encontrar las primeras pistas que Margo le ha dejado para poder encontrarla, le seguirá el juego. La cuestión que siempre tiene Quentin es una. ¿Dónde está Margo Roth Spiegelman y porque se ha evaporado de repente? Quentin convence a sus amigos, Ben, Marcus y Lacey, para buscarla, viajando en auto en 24 horas desde Florida a Nueva York. En Agloe encuentran efectivamente a Margo, que estaba viviendo en un granero destartalado. Quentin no solo descubrirá nuevas cosas sobre la chica a la que creía conocer sino también a sí mismo

Es el primer libro de John Green que leo. Ciudades de papel es una historia que podría decir que es la típica. Una niña que vive con unos padres, se rebela contra el mundo y se encierra en sí misma, se fuga de casa en varias ocasiones para luego terminar volviendo. Margo quiere llamar la atención cuando se fuga de casa, aunque en el libro da la impresión de que lo hace porque le gusta investigar, aparte de porque no está contenta con sus padres. Quentin, que está enamorado de Margo no puede dejarla escapar y quiere encontrar a Margo. Este está enamorado de Margo desde que la conoce, por lo que podemos decir que está dispuesto a hacer cualquier cosa por amor. Es un libro que te hace reír en algunas ocasiones y te intriga por momentos. No tiene una trama disparatada, sino que podemos decir que se trata de una trama bastante sencilla, en este libro nos encontramos con varias acciones que ocurren a lo largo de la historia, pero las diversas acciones no quitan unidad a la trama del libro. Este libro nos deja moralejas interesantes, como aprender a aceptar a nuestros amigos tal y como son, porque no van a cambiar ni van a ser como nosotros queramos que sean porque cada uno es como es y hay que aceptarlos tal y como son. Que la amistad no significa decir que sí a todo. Creo que son personajes reales, cada uno con un carácter diferente. Es un libro que se lee bastante rápido, ya que te engancha bastante y siempre estás con la intriga de qué va a pasar, o dónde está Margo… etc. En este libro el autor mezcla una trama amorosa, con el misterio, que son mis dos tipos de libros favoritos. Es verdad, que el libro no deja de ser uno cualquiera, la historia no sorprende, lo único inesperado es el final, que crees que Margo volverá a Orlando junto con Quentin, pero en realidad marcha, a Nueva York. Se dice que los finales inesperados, son los mejores. He de decir que este final inesperado es lo único que hace que se diferencie de las historias amorosas juveniles. Ya que todas se basan en lo mismo, o un amor no correspondido, o un amor que a pesar de la distancia y las dificultades no pueden estar juntos, aunque al final lo consiguen. Solo conocemos profundamente a los protagonistas, mientras que de los demás nos hacemos una idea por lo que el protagonista, Quentin, nos habla.

En conclusión me parece un libro divertido y fácil de leer, pero que es muy típico, en el que el final desde mi punto de vista se debía haber alargado un poco más, contando la siguiente vez que se vieron o  algo parecido.  A mi pesar, el final, deja mucho que desear.

PREMIO EDGAR ALLAN POE 2009

miércoles, 22 de junio de 2016

FARFANÍAS


Antes del plano de Manhattan y de los libros de cuentos, el primer regalo que Sara había recibido del rey-librero de Morningside —cuando tenía sólo dos años— fue un rompecabezas enorme. Sus cubos llevaban en cada cara una letra mayúscula diferente, con el dibujo en colores de una flor, fruta o animal cuyo nombre empezara por aquella letra.
Gracias a este rompecabezas, Sara se familiarizó con las vocales y las consonantes, y les tomó cariño, incluso antes de entender para qué servían. Ponía en fila los cubos, les daba la vuelta y combinaba a su capricho las letras que iba distinguiendo unas de otras por aquellos perfiles tan divertidos y peculiares. La E parecía un peine, la S una serpiente, la O un huevo, la X una cruz ladeada, la H una escalera para enanos, la T una antena de televisión, la F una bandera rota. Su padre le había dado un cuaderno grande, con tapas duras como de libro, que le había sobrado de llevar las cuentas de la fontanería. Era de papel cuadriculado, con rayas rojas a la izquierda, y en él empezó a pintar Sara unos garabatos que imitaban las letras y otros que imitaban muebles, cacharros de cocina, nubes o tejados. No veía diferencia entre dibujar y escribir.
Y más tarde, cuando ya leía y escribía de corrido, siguió pensando lo mismo; o sea que no encontraba razones para diferenciar una cosa de otra. Por eso le gustaban mucho los anuncios luminosos que alternaban imágenes con letreros, marilines monroes apagándose y la marca de un dentífrico encendiéndose, en el mismo alero del mismo edificio altísimo, alumbrando la noche en un parpadeo que pasaba del oro al verde, casi a la vez. Porque las letras y los dibujos eran hermanos de padre y madre: el padre el lápiz afilado y la madre la imaginación.
Las primeras palabras que escribió Sara en aquel cuaderno de tapas duras que le había dado su padre fueron río, luna y libertad, además de otras más raras que le salían por casualidad, a modo de trabalenguas, mezclando vocales y consonantes a la buena de Dios. Estas palabras que nacían sin quererlo ella misma, como flores silvestres que no hay que regar, eran las que más le gustaban, las que le daban más felicidad, porque sólo las entendía ella. Las repetía muchas veces, entre dientes, para ver cómo sonaban, y las llamaba «farfanías». Casi siempre le hacían reír.
—Pero ¿de qué te ríes? ¿Por qué mueves los labios? —le preguntaba su madre, mirándola con inquietud.
—Por nada. Hablo bajito.
—¿Pero con quién?
—Conmigo; es un juego. Invento farfanías y las digo y me río, porque suenan muy gracioso.
—¿Que inventas qué?
—Farfanías.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Nada. Casi nunca quieren decir nada. Pero algunas veces sí.
—Dios mío, esta niña está loca.
Sara fruncía el ceño.
—Pues para otra vez no te cuento nada. ¡Ya está! (…)
A Rod Le estorbaba todo lo que tuviera que ver con la letra impresa, y a Sara nunca se le ocurrió compartir con él el lenguaje de las farfanías, que ya al cabo de los cuatro primeros años de su vida contaba con expresiones tan inolvidables como «amelva», «tarindo», «maldor» y «miranfú». Eran de las que habían sobrevivido.
Porque unas veces las farfanías se quedaban bailando por dentro de la cabeza, como un canturreo sin sentido.
Y ésas se evaporaban en seguida, como el humo de un cigarrillo. Pero otras permanecían tan grabadas en la memoria que no se podían borrar. Y llegaban a significar algo que se iba adivinando con el tiempo. Por ejemplo, «miranfú» quería decir «va a pasar algo diferente» o «me voy a llevar una sorpresa».
La noche que Sara inventó esa farfanía tardó mucho en dormirse. Se levantó varias veces de puntillas para abrir la ventana y mirar las estrellas. Le parecían mundos chiquitos y maravillosos como el del Reino de los Libros, habitados por gente muy rara y muy sabia, que la conocía a ella y entendía el lenguaje de las farfanías. Duendeci-llos que la estaban viendo desde tan lejos, asomada a la ventana, y le mandaban destellos de fe y de aventura. «Miranfú —repetía Sara entre dientes, como si rezara—, Miranfú.» Y los ojos se le iban llenando de lágrimas.

Carmen Martín Gaite, Caperucita en Manhattan


PREMIO PRÍNCIPE DE ASTURIAS 1988
PREMIO NACIONAL DE LAS LETRAS ESPAÑOLAS 1994

martes, 21 de junio de 2016

TERROR EN EL LABORATORIO: DE FRANKENSTEIN AL DR MOREAU


                Esta exposición del Espacio Fundación Telefónica profundiza en los experimentos científicos y las creaciones arquetípicas del S.XIX, así como en las derivas iconográficas de Frankenstein y otros seres como Mr. Hyde, el Hombre invisible o las criaturas del doctor Moreau.
El verano de 1816, los escritores Lord Byron, Mary y Percy Shelley y John Polidori, entre otros, se reunieron en Villa Diodati, cerca del lago Leman, en Suiza, para pasar sus vacaciones. El mal tiempo por la erupción del volcán Tambora, en Indonesia, provocó grandes anomalías climáticas en todo el mundo y obligó a los escritores a encerrarse en la villa. Para entretenerse, decidieron contar historias de terror y de este encuentro surgió la que hoy es una de las mejores obras literarias de terror de la historia: Frankenstein de Mary Shelley, un clásico de la literatura del siglo XIX y un pilar de la cultura occidental.

El Espacio Fundación Telefónica conmemora los 200 años de este encuentro con  una exposición que reflexiona sobre la época en la que diferentes personajes ideados por escritores tan reconocidos como Stevenson, Wells, Hoffmann o Villiers de L`Isle-Adam, se convirtieron en iconos de la literatura de ciencia ficción.


Una literatura que está representada en la exposición a través de seis grandes obras: Frankenstein o el Moderno Prometeo, de Mary Shelley, La Isla del Doctor Moreau, de H. G. Wells, El Extraño Caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde, de R. L. Stevenson, El Hombre Invisible, de H. G. Wells, El Hombre de la Arena,  de E. T. A. Hoffmann o La Eva Futura, de Auguste Villiers de L`Isle-Adam. Obras que trataban temas tan atemporales que siguen teniendo vigencia hoy como la genética, la robótica o la inteligencia artificial. Estos asuntos polémicos hunden sus raíces, en muchos casos, en esa imagen fáustica del científico como imagen última de Adán que, por buscar el conocimiento, recibió el castigo de la expulsión del Paraíso.

La muestra analiza también los antecedentes reales que van más allá de la propia historia literaria y el contexto que los rodeaba a finales del XIX. Un contexto en el que se parte del laboratorio como lugar de creación donde el científico, enajenado, juega a ser Dios con resultados terroríficos encarnados en una criatura antropomorfa que puede ser un monstruo, su doble o un autómata.



EL DOBLE es el primer bloque de la exposición y aborda la materialización del lado oscuro o la invisibilidad como método de refracción. El romanticismo se interesa especialmente por el fenómeno del doble como materialización del lado oscuro y misterioso del ser humano (lo que Jung llamará la Sombra). De este interés surgen icónicos protagonistas en varias obras literarias de ciencia ficción y literatura fantástica. Robert Louis Stevenson publica en 1886 El Extraño Caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde. Quizás uno de los ejemplos literarios más brillantes de doble fantasmagórico generado por la escisión del individuo y la encarnación de su ego reprimido. Stevenson se hizo eco de la doble moral propia de la sociedad victoriana, cuyos destacados miembros podían dejarse llevar por los vicios nocturnos (alcohol, violencia, juego, prostitución o drogas). H.G. Wells publica por su parte en 1897 El Hombre Invisible, una de las principales novelas de ciencia ficción, donde intenta esbozar un método “realista”: no se limita sólo a la transparencia, sino que también manipula la refracción.

El segundo de los bloques, el dedicado a EL AUTÓMATA, realiza un recorrido por la invención de criaturas mágicas y carentes de alma como las máquinas capaces de reproducir a la perfección el aspecto y comportamiento humano. Las obras literarias que lo escenifican son El Hombre de la Arena, el relato más popular de E.T.A. Hoffmann, en el que narra el enamoramiento de un joven hacia una autómata carente de alma que le lleva a locura. Otra de las obras destacadas es La Eva Futura, de Auguste Villiers de L`Isle-Adam, en la que el autor crea una bella mujer androide causante de un amor espiritualmente superior.



     El último está dedicado al personaje de EL MONSTRUO, cuyo principal ejemplo es Frankenstein o el Moderno Prometeo, de Mary Shelley, obra de terror gótico de la que una figura esencial en la literatura y la cultura popular. La novela pionera de Shelley planteaba la analogía entre científico y creador divino, combinando el terror gótico con planteamientos propios de la ciencia ficción moderna. Con Frankenstein nació una figura esencial en la literatura y la cultura popular: la del científico loco, el doctor chiflado. La novela de Mary Shelley se inspiró tanto en el mito de Prometeo, en El Paraíso Perdido de Milton, en los experimentos de Luigi Galvani con la electricidad en los músculos y en las especulaciones de Erasmus Darwin sobre la reanimación de microorganismos muertos. Sin embargo, la novela tiene un trasfondo es profundamente moralista, ya  que la osadía prometeica de Victor Frankenstein le acarrea terribles consecuencias. La creación de seres artificiales es una invención tan prodigiosa para unos como ofensiva para otros.

La vivisección fue también otra gran protagonista de la crónica científica del siglo XIX. Las prácticas de François Magendie y Claude Bernard provocaron protestas, pero sus descubrimientos sentaron las bases de la fisiología experimental. Pensadores como Jeremy Bentham o Schopenhauer manifestaron su rechazo, mientras que Darwin declaró sus dudas sobre si la vivisección podría ser tolerada. La Isla del Doctor Moreau, de H. G. Wells, cuyo hilo argumental está basado en los experimentos de un científico a caballo entre animales y seres humanos, demuestra que no lo consiguieron y ese debate sigue candente hoy en día.

lunes, 20 de junio de 2016

RESCATE


Hacia el final de la Guerra de Troya, Aquiles, furioso por la muerte de su compañero Patroclo a manos de Héctor, hijo de Príamo, rey de Troya, lo mata y profana su cadáver arrastrándolo con su carro alrededor de las murallas de Troya durante once días. Príamo decide rebajarse como ningún rey lo había hecho antes: arrodillarse ante su enemigo, el asesino de su hijo, y suplicarle que le devuelva el cuerpo de su hijo a cambio de un rescate.

En esta historia del encuentro entre Príamo y Aquiles, dos hombres poderosos devastados por la pena, que apenas ocupa unos versos de la Ilíada, David Malouf descubre una de esas «historias no contadas que encontramos en los márgenes de escritores anteriores», como reconoce él mismo al final del libro.

En su primera novela después de diez años, David Malouf, uno de los más prestigiosos escritores australianos contemporáneos, recupera esta conmovedora escena de la Ilíada para volver sobre temas como la guerra, el azar, el destino, la camaradería o el amor filial que siguen hoy tan vigentes como hace tres mil años.

 “Es otra clase de encuentro entre los antagonistas; es una batalla diferente. Aquiles es forzado a escoger entre ser un guerrero o ser un hombre como Príamo, un hombre que también sufre pérdidas. Y Príamo juega un rol especial, no solo como rey, sino que lo ve como el padre que quiere hacer el funeral del hijo. Príamo está muy viejo para hacer el último acto de su vida en el campo de batalla. Escoge actuar en privado, con coraje, y una vez fuera del código, recuerda qué es ser un hombre. He querido usar este punto de la escena del poema como una pieza que puede estar sola, pero antes voy creando a Aquiles y Priamo con suficientes detalles para que el lector moderno pueda ver de dónde vienen ellos.”

domingo, 19 de junio de 2016

CONTAR UNA HISTORIA


Tengo que explicaros cómo David y yo contamos una historia. Primero yo se la cuento a él y luego él me la cuenta a mí, con el acuerdo de que es una historia completamente distinta. Luego se la vuelvo yo a contar con lo que él ha añadido, y así seguimos hasta que ninguno de los dos es capaz de reconocer de quién es la historia que estamos contando. En esta historia de Peter Pan, por ejemplo, la narración cruda y dura y la mayoría de las reflexiones morales son mías, aunque no todas, pues este muchacho puede llegar a ser a veces un severo moralista. Pero los detalles más interesantes sobre los modos y costumbres de los niños en la fase de pájaros son, sobre todo, recuerdos de David, traídos a la memoria mediante un intenso esfuerzo por recordar apretando las sienes con sus manos.

J. M. Barrie, Peter Pan en los Jardines de Kensington

sábado, 18 de junio de 2016

TENGO QUE LEER EL QUIJOTE


Casi todos los alumnos del Charles Darwin entraron al zoo con una sonrisa tan grande que parecían delfines. Estaban muy contentos y saltaban y corrían mientras gritaban los nombres de sus animales favoritos. Leo no. Él entró arrastrando los pies, mirando el suelo y dando patadas a las piedrecitas que se cruzaban por su camino. Incluso su amigo Rubén se dio cuenta:
—¡Ey! Vamos, vamos, vamos. Yo quiero ver los pingüinos. No es que me gusten mucho, pero ¿sabes qué? Ayer le hice una broma a mi hermano pequeño. Ja, ja, ja. Es que le escondí el papel de váter y cuando terminó de hacer caca, ja, ja, ja, ¿sabes qué? Salió con los pantalones bajados, andando como un pingüino. Ahora le llamo Pingu-pingu y él se enfada. Cuando llegue a casa quiero decirle: «Pingupingu, he visto tíos andando como tú en el zoo pero ellos llevaban el culo limpio». ¿Hola? ¿Leo? ¿Estás ahí? Te acabo de contar la cosa más graciosa de la semana y tú con cara de... No sé de qué, pero cara de algo aburrido.
—Muy gracioso, Rubén. Es muy gracioso.
Leo quiso poner una de esas sonrisas de delfín, pero le salió algo parecido a una jirafa comiendo un limón podrido.
—Vale, OK. ¿Qué te pasa? —Rubén cruzó los brazos, dando a entender que no se movería de allí hasta que le contara la verdad.
—Nada, déjalo. No me pasa nada.
Pero Rubén no es de los que deje las cosas así como así, y menos si esas cosas tienen que ver con su amigo Leo. Además, cuando a Rubén se le mete algo en la cabeza es muy pesado y no para y no para y no para. Es pesado de verdad porque es enorme, alto y parece un armario con el pelo corto, negro y de punta. Es el más fuerte de la clase. Un armario con un enorme cepillo en la cabeza.
—¡Suéltame!
Y claro, cuando Rubén te agarra del brazo es imposible escapar.
—No te voy a soltar hasta que me digas qué te pasa. ¡Venga! Estamos en el zoo y parece que estés... No sé dónde, pero no en el zoo.
—Te lo digo si me sueltas. ¡Me haces daño!
—Ya está. Te he soltado, ahora te toca soltarlo a ti. ¿Qué te pasa? ¿Qué te pasa? ¿Qué te pasa?
—¡Que no he empezado a leer!
—¿Que no sabes leer?
—Claro que sé leer, solo digo que no he empezado a leer el libro. El libro del Quijote. Ni la primera línea, bueno, la primera sí, pero como si no. Nada. Se me olvidó. Y ayer por la noche me acordé de golpe, ¡pam! Me vino y pensé «Noooooooo, voy a sacar un cero». Y ya sabes que si saco otro cero... Bueno, a mis padres no les sentará muy bien, y si no les sienta muy bien... Pues empezarán a darme charlas y bla, bla, bla, a buscar maneras de fastidiar. Le dará por ese rollo de «ahora no puedes hacer esto porque sacaste un cero, ahora no puedes hacer lo otro porque sacaste un cero». Y ya sabes, el cero se convertirá en una excusa para no dejarme hacer nada que me guste. Y, ¡jo!, no lo he hecho queriendo. ¿Sabes? Se me ha olvidado y ya está. Si me hubiera acordado lo hubiera leído.
—¡Tío! ¡Pero cómo que se te ha olvidado! El profe lo ha repetido mil veces, está muy pesado con el libro ese. Además, el examen es mañana. Sííííííí, vas a sacar un cero —dijo Rubén burlándose—. Oye, ahora que pienso, si te acordaste ayer por la noche, ¿por qué no empezaste a leer como un loco? No sé, digo yo. Para sacar algo más que un cero.
—Sí que empecé, pero me dormí —protestó Leo torciendo la boca—. A mí por la noche me entra sueño. Solo pude leer la primera frase y me dormí. ¡Pam! De golpe. Pero bueno, tengo un plan, mira.
Leo sacó de la mochila la versión adaptada del Quijote que les habían mandado leer en el colegio. A él le gustaban este tipo de versiones por varias razones, aunque se podrían resumir en que llevaban ilustraciones, eran más cortas que los originales y se saltaban la parte aburrida para contar la acción.
—Voy a leerlo durante la excursión. Buscaré un sitio tranquilo, leeré un poco y miraré los dibujos. Con esto creo que no sacaré un cero.
—¿Y cómo vas a escaparte? Ya sabes que tenemos que ir todos juntos.
—Algo se me ocurrirá.
Y algo se le ocurrió. Los delfines, de nuevo, tuvieron mucho que ver. Cuando el profesor Carrasco anunció que había llegado la hora de ir al acuario para ver el increíble espectáculo de delfines saltarines y orcas bailongas, Leo aprovechó para escabullirse sin que nadie, excepto Rubén, se diera cuenta. ¡Sí! En un momento estaba libre, paseando por el zoológico y buscando un rincón tranquilo para leer, aunque le costó más de lo que pensaba. Primero lo intentó cerca de los elefantes, pero justo acababan de comer y estaban haciendo... Bueno, sonaba fatal y olía peor. Luego probó en el terrario, donde las serpientes, lagartos y cocodrilos estaban quietecitos y en silencio. A Leo no le gustó nada cómo le miraba un caimán, y menos cuando le sacó la lengua. Pensó que el bicho quería morderle un pie o chuparle una oreja con esa lengüita pegajosa y rasposa. Le entró asco y probó donde las hienas, que de repente empezaron a reír a carcajadas. Él también empezó a reír, era una risa contagiosa de verdad, pero luego pensó que a lo mejor se estaban riendo de él y ya no le pareció tan gracioso. 
Se levantó y siguió buscando hasta que pasó por delante del foso de los chimpancés. ¿Por fin
había encontrado el lugar? Todo parecía indicar que sí. Era un espacio grande y profundo, con un gran árbol en el centro de donde colgaban columpios hechos con neumáticos. Y había silencio. Mucho silencio. Ni un pedo de elefante. Ni una risa de hiena. Nada. Los chimpancés estaban tranquilos, haciendo la siesta. Algunos la hacían balanceándose en los columpios, otros estirados en el suelo y los más pequeños colgados de los brazos de sus mamás. ¡Bien! Leo se sentó, sacó el libro de la mochila, lo abrió por la primera página y empezó a leer: «En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que vivía...».
—Pssss, pssss.
¿Eh? El «pssss, pssss» sacó a Leo de la lectura. ¿Era a él? ¿Alguien le llamaba? Miró. Nada. Todo tranquilo. Nadie. Volvió al libro. ¿Por dónde iba? Ah, sí, la primera frase. Vamos allá, volvamos a empezar: «En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...».
—Pssss, pssss.
¡Otra vez! ¿Quién...? ¿De dónde venía ese...?
—¡Pssss, pssss! ¡Pssss, pssss!
¡Ahora sí! Leo vio perfectamente quién quería llamar su atención. Pero tuvo que frotarse los ojos. No se lo creía. ¿Un chimpancé? Pssss, pssss. Sí, sí. Un chimpancé encaramado a una rama le hacía señales, como queriendo decirle algo muy importante. Y la pregunta era: ¿qué cosa tiene que decir un chimpancé a un niño que quiere leer tranquilamente el Quijote?

Gabriel Garcia de Oro, El Club de los Caníbales se Zampa a Don Quijote

jueves, 16 de junio de 2016

LA CHICA DE LOS OJOS DEL COLOR DE MI PISCINA

              
             Enviado por Fernando (B2C)

Jaime es un ejecutivo que lo ha dejado todo para convertirse en coach. Entre sus clientes están Carlos, directivo de una teleco, y Nadia, ejecutiva de una firma de cosméticos. No tienen nada que ver el uno con el otro, pero cuando el novio de Nadia halla un archivo secreto en el sistema de Telecomunica, la empresa de Carlos, las vidas de los tres personajes dan un vuelco inesperado

Así se desencadena una vertiginosa historia de amor en una trama de corrupción, sensualidad, muerte y traición donde convergen las altas esferas empresariales y el mundo del coaching, el innovador método para el desarrollo personal y profesional.

Un thriller trepidante lleno de enseñanzas de vida e intriga que no dejará a nadie indiferente.

Este libro de Jorge Salinas es capaz de transmitir muchas sensaciones diferentes a lo largo de la lectura de éste. Te puede transportar desde el aprendizaje sobre la vida y todo lo que ocurre en ella hasta una situación de misterio irrefrenable pasando por momentos amorosos y situaciones humorísticas.  La trama de la obra es un constante vuelco de papeles que es capaz de desconcertar a cualquiera. Además ofrece la oportunidad de dejar volar la imaginación del que lee ya que presenta numerosos aspectos de manera abierta así como su final.

Se trata de una obra muy entretenida y que da mucho que pensar al que la lee e incluso es capaz de hacer que el lector se cuestione muchos aspectos de su propia vida y puede cambiar la forma de ver el mundo.

En mi opinión la obra puede quedar definida en tres términos: aprendizaje, misterio y desconcierto.

Personalmente, me ha encantado la obra y la recomiendo  a todos los apasionados del misterio y la novela sin ninguna duda.

miércoles, 15 de junio de 2016

EL PAPEL RESISTE AL LIBRO ELECTRÓNICO


                Ya ha terminado la PAEG, ya tenéis vuestros resultados. Enhorabuena a los aprobados, muchos de vosotros me habéis sorprendido con vuestras notazas, y suerte con lo queréis estudiar. El texto siguiente es la versión completa de uno de los que tuvisteis que trabajar en las pruebas:

La irrupción abrupta de los nuevos dispositivos electrónicos en la industria del libro hizo presagiar hace alrededor de seis años la desaparición del papel en un plazo relativamente corto. Los datos de consumo, sin embargo, indican que la fortaleza del soporte tradicional continúa infranqueable. Según el estudio anual sobre la lectura digital que elabora la distribuidora Libranda, el libro electrónico representa sólo el 3% de la cuota de mercado, si bien el porcentaje puede considerarse distorsionado por el efecto devastador que en este sector produce la piratería. En todo caso, esta circunstancia no puede servir de subterfugio para constatar el fracaso de quienes vaticinaron el derrumbe del papel en una actividad estratégica en la cultura de un país como es la editorial.

En 2015, la venta de textos para pantallas generó en España alrededor de 30 millones de euros. El negocio del papel, en cambio, se elevó a 900 millones de euros, y ello pese a que el precio medio del libro electrónico se ha reducido de los 9,6 euros en 2010 a los 6,2 euros del pasado año. Las grandes plataformas de venta digital, como Google o Amazon, concentran el 80% de las compras de libros por internet. Sin embargo, a pesar de su empuje, el consumidor no parece entusiasmado con los e-books. Ciertamente, y siempre según el informe de Libranda, el porcentaje es similar al de Francia e Italia. Pero mucho más bajo que el registrado en Reino Unido (18%) y EEUU (30%). En nuestro país, la facturación digital ha vuelto a crecer después del parón de dos años, aunque es un incremento tímido para modificar la estructura del sector. Parte de la industria editorial lo achaca al consumo ilegal de literatura en internet. Según el análisis de los hábitos culturales del Gobierno, alrededor del 19% de los españoles leen en pantalla -preferentemente o en exclusiva- o bien saltan del papel a la pantalla sin reparos. La diferencia entre este porcentaje y el 3% de cuota de mercado explicaría por qué el libro electrónico no despega en España. Y, más allá del lucro cesante que generan las descargas ilegales, lo cierto es que éstas han supuesto hasta ahora una barrera inexpugnable para que la industria editorial pueda consolidar su negocio en la Red. Este hecho ha provocado que el 27,5 % de las editoriales españolas haya optado por no situar su catálogo en internet. En realidad, esta reacción empresarial suscita el efecto contrario al buscado. Negarse a facilitar una oferta legal en el mercado no ayuda precisamente a combatir la piratería.

El e-book ha transformado la lectura, pero su aparición en el mercado generó unas expectativas que no se han visto satisfechas, lo que evidencia la resistencia del papel. Constituye un error, por tanto, plantear la consolidación de la lectura en dispositivos móviles como la antesala de la extinción de libros en formato papel. Es más, el comportamiento de los usuarios acredita que la gran mayoría de éstos continúa prefiriendo la experiencia de comprar y tocar un volumen impreso. Que la gente lea en papel o en pantalla es indiferente en términos culturales, pero sí es relevante para que las editoriales puedan adelantarse a la demanda del mercado. De ahí que algunos de los principales desafíos del sector para el futuro, que inevitablemente irá ligado al uso del soporte electrónico, radiquen no sólo en la digitalización de sus catálogos, sino en diseñar una oferta atractiva que consolide el modelo de negocio en la Red.

El Mundo, 08/05/2016

martes, 14 de junio de 2016

EL POETA Y LA CARCEL


En mayo de 1941 yo me pudría en el reformatorio de adultos de Alicante, cuarta galería, celda número cien. Mi delito era haber defendido la República, pero yo sólo era un soldado más, asustado y perdido, en una lucha desigual. No tenía unas férreas ideas políticas, como muchos de mis compañeros, pero creía en la libertad y en la paz que nos querían arrebatar y luché por ellas. Lo único que deseaba era que todo acabase para volver a mi pueblo con Aurora. Y acabó, si, de la peor manera posible: con la derrota de la libertad, de la mía y de la de todos. Me encontré en la cárcel, con las esperanzas frustradas, los sueños rotos y el terror instalado en el aire que respirábamos. No sabía cuánto tiempo duraría mi condena, ni si cualquier día decidirían fusilarme sin explicaciones. Mi juventud se evaporaba entre el hambre y la ausencia. Las condiciones eran durísimas, si afuera se pasaba hambre, imagínate dentro de la prisión. Las enfermedades se llevaron a miles de prisioneros mal nutridos y maltratados.

Pero con todo, los viernes eran hermosos dentro del infierno. Era el día de visitas, y tu abuela Aurora se las arreglaba para acercarse desde Orihuela y verme aunque sólo fueran unos escasos minutos en medio del barullo de los otros visitantes. Como todavía no estábamos casados, teníamos prohibido hablar en lo que se llamaba comunicación extraordinaria, que solía ser algo más cercana e íntima. De todas formas, tu abuela se las ingeniaba para colarme alguna carta personal entre la comida que me traía. Creo que sin ese alimento suplementario me habría muerto de hambre. No había leche, pero yo la tomaba porque ella me la llevaba cada viernes.

En julio, Miguel Hernández llegó a la misma cárcel. Venía del penal de Ocaña: Lo reconocí enseguida, a pesar de que había pasado bastante tiempo desde la última vez que lo vi y, sobre todo, porque estaba muy desmejorado: extremadamente delgado, con profundas ojeras y el rostro muy blanco; luego supe que padecía tuberculosis. No me reconoció, aunque nos habíamos encontrado varias veces en Orihuela, casi siempre en actos culturales en los que él era el centro y yo un simple oyente, pero se alegró de encontrar un paisano en la celda. A pesar de la enfermedad se le veía animado, llevaba meses pidiendo que lo trasladasen a Levante, Valencia o Alicante, para estar cerca de su familia y del mar. Me contó que había pasado por cárceles terribles en las que había padecido un frío espantoso. Me habló de cómo en Palencia a los presos se les quedaban congeladas hasta las lágrimas, me habló de los vientos helados y el hambre atroz de Ocaña, de las ratas y, sobre todo, de cuánto había echado de menos el aire cálido de su Mediterráneo, ese olor del mar que de vez en cuando saltaba los muros de la prisión para alimentar nuestra nostalgia.

Rosa Huertas, Mala Luna

domingo, 12 de junio de 2016

LA JOVEN DE LA PERLA


Es una novela histórica escrita en 1999 por Tracy Chevalier. La acción tiene lugar en  Holanda y está inspirada en el famoso cuadro de Johannes Vermeer. Mediante la ficción, la autora imagina y relata las circunstancias bajo las que el cuadro fue pintado.

En el siglo XVII, Griet, una joven de 16 años, se ve obligada a servir como criada en casa del pintor Vermeer. Al principio se encuentra un poco incómoda, pero pronto se acostumbra a su nueva vida.

La relación de Griet con Vermeer va cambiando a medida que pasa el tiempo. Así comienza a hacer recados y tareas para él, pero sin que lo sepan los de la casa. Y cuando la modelo del pintor cae enferma, ella toma su lugar.

Mientras tanto, el rico y desenfrenado mecenas de Vermeer, van Ruijven, se fija en la muchacha y presiona a Vermeer para que los pinte juntos. Griet y Vermeer se muestran reacios al pedido del mecenas, debido al escándalo que se produjo la última vez que van Ruijven fue pintado con una chica. Finalmente, Vermeer llega a un acuerdo y pinta a Griet sola. Pero la obliga a ponerse los pendientes de perlas de la esposa.

Aprovechando este libro, quería enseñaros un vídeo que encontré el otro día en internet, donde un cineasta británico, Vugar Efendi,  ha recopilado ocho escenas de películas que recrean pinturas famosas. Éstas son las ocho películas y sus homenajes a grandes cuadros:
  • Los duelistas, de Ridley Scott, y el cuadro Napoleón Bonaparte, de Benjamin Haydon.
  • Las aventuras del barón Munchausen, de Terry Gilliam, y el cuadro El nacimiento de Venus, de Sandro Botticelli.
  • Django Desencadenado, de Quentin Tarantino, y el cuadro El joven azul, de Thomas Gainsborough.
  • Puro vicio, de Paul Thomas Anderson, y el cuadro La última cena , de Leonardo Da Vinci.
  • Psicosis, de Albert Hitchcock, y Casa Junto a la Vía del Tren, de Edward Hopper.
  • Days of heaven, de Terrence Malick, y Christina's World, de Andrew Wyeth.
  • Heat, de Michael Mann, y Pacific, de Alex Colville.
  • Melancolía (2011), de Lars Von Trier, y Ofelia de John Everett Millais

sábado, 11 de junio de 2016

EL PENALTI MÁS LARGO DEL MUNDO


                Comienza la Eurocopa 2016:

El penal más fantástico del que yo tenga noticia se tiró en 1958 en un lugar perdido del valle de Río Negro, un domingo por la tarde en un estadio vacío.
Estrella Polar era un club de billares y mesas de baraja, un boliche de borrachos en una calle de tierra que terminaba en la orilla del río. Tenía un equipo de fútbol que participaba en el campeonato del Valle porque los domingos no había otra cosa que hacer y el viento arrastraba la arena de las bardas y el polen de las chacras.
Los jugadores eran siempre los mismos, o los hermanos de los mismos. Cuando yo tenía quince años, ellos tendrían treinta y me parecían viejísimos. Díaz, el arquero, tenía casi cuarenta y el pelo blanco que le caía sobre la frente de indio araucano. En el campeonato participaban dieciséis clubes y Estrella Polar siempre terminaba más abajo del décimo puesto. Creo que en 1957 se habían colocado en el decimotercer lugar y volvían a sus casas cantando, con la camiseta roja bien doblada en el bolso porque era la única que tenían. En 1958 empezaron ganándole uno a cero a Escudo Chileno, otro club de miseria.
A nadie le llamó la atención eso. En cambio, un mes después, cuando habían ganado cuatro partidos seguidos y eran los punteros del torneo, en los doce pueblos del Valle empezó a hablarse de ellos.
Las victorias habían sido por un gol, pero alcanzaban para que Deportivo Belgrano, el eterno campeón, el de Padini, Constante Gauna y el Tata Cardiles, quedara relegado al segundo puesto, un punto más abajo. Se hablaba de Estrella Polar en la escuela, en el ómnibus, en la plaza, pero nadie imaginaba todavía que al terminar el otoño tuvieran veintidós puntos contra veintiuno de los nuestros.
Las canchas se llenaban para verlos perder de una buena vez. Eran lentos como burros y pesados como roperos, pero marcaban hombre a hombre y gritaban como marranos cuando no tenían la pelota. El entrenador, un tipo de traje negro, bigotitos finos, lunar en la frente y pucho apagado entre los labios, corría junto a la línea de toque y los azuzaba con una vara de mimbre cuando pasaban a su lado. El público se divertía con eso y nosotros, que por ser menores jugábamos los sábados, no nos explicábamos por qué ganaban si eran tan malos.
Daban y recibían golpes con tanta lealtad y entusiasmo, que terminaban apoyándose unos sobre otros para salir de la cancha mientras la gente les aplaudía el 1 a 0 y les alcanzaba botellas de vino refrescadas en la tierra húmeda. Por las noches celebraban en el prostíbulo de Santa Ana y la gorda Leticia se quejaba de que se comieran los restos del pollo que guardaba en la heladera.
Eran la atracción y en el pueblo se les permitía todo. Los viejos los recogían de los bares cuando tomaban demasiado y se ponían pendencieros, los comerciantes les regalaban algún juguete o caramelos para los chicos y en el cine las novias les consentían caricias por encima de las rodillas. Fuera de su pueblo nadie los tomaba en serio, ni siquiera cuando le ganaron a Atlético San Martín por 2 a 1. En medio de la euforia perdieron como todo el mundo en Barda del Medio y al terminar la primera rueda dejaron el primer puesto cuando Deportivo Belgrano los puso en su lugar con siete goles. Todos creímos, entonces, que la normalidad empezaba a restablecerse.
Pero al domingo siguiente ganaron 1 a 0 y siguieron con su letanía de laboriosos, horribles triunfos y llegaron a la primavera con apenas un punto menos que el campeón.
El último enfrentamiento fue histórico por el penal. El estadio estaba repleto y los techos de las casas vecinas también y todo el pueblo esperaba que Deportivo Belgrano repitiera los siete goles de la primera rueda. El día era fresco y soleado y las manzanas empezaban a colorearse en los árboles. Estrella Polar trajo más de quinientos hinchas que tomaron una tribuna por asalto y los bomberos tuvieron que sacar las mangueras para que se quedaran quietos.
El referí que pitó el penal era Herminio Silva, un epiléptico que vendía las rifas del club local y todo el mundo entendió que se estaba jugando el empleo cuando a los cuarenta minutos del segundo tiempo estaban uno a uno y todavía no había cobrado la pena por más que los de Deportivo Belgrano se tiraran de cabeza en el área de Estrella Polar y dieran volteretas y cabriolas para impresionarlo. Con el empate el local era campeón y Herminio Silva quería conservar el respeto por sí mismo y no daba penal porque no había infracción.
Pero a los cuarenta y dos minutos todos nos quedamos con la boca abierta cuando el puntero izquierdo de Estrella Polar clavó un tiro libre desde muy lejos y se pusieron arriba 2 a 1. Entonces sí, Herminio Silva pensó en su empleo y alargó el partido hasta que Padín entró en el área y, ni bien se le acercó un defensor, pitó. Ahí no más dio un pitazo estridente, aparatoso, y señaló el penal. En ese tiempo el lugar de ejecución no estaba señalado con una mancha blanca y había que contar doce pasos de hombre. Herminio Silva no alcanzó siquiera a recoger la pelota porque el lateral derecho de Estrella Polar, el Colo Rivero, lo durmió de un cachetazo en la nariz. Hubo tanta pelea que se hizo de noche y no hubo manera de despejar la cancha ni de despertar a Herminio Silva. El comisario, con la linterna encendida, suspendió el partido y ordenó disparar al aire. Esa noche el comando militar dictó estado de emergencia, o algo así, y mandó enganchar un tren para expulsar del pueblo a toda persona que no tuviera apariencia de vivir allí.
Según el tribunal de la Liga, que se reunió el martes, faltaban jugarse veinte segundos a partir de la ejecución del tiro penal y ese match aparte entre Constante Gauna el shoteador y el Gato Díaz al arco, tendría lugar el domingo siguiente, en el mismo estadio, a puertas cerradas. De manera que el penal duró una semana y fue, si nadie me informa de lo contrario, el más largo de toda la historia.
El miércoles faltamos al colegio y nos fuimos al pueblo vecino a curiosear. El club estaba cerrado y todos los hombres se habían reunido en la cancha, entre las bardas. Formaban una larga cola para patearle penales al Gato Díaz y el entrenador de traje negro y lunar en la frente trataba de explicarles que esa no era la mejor manera de probar al arquero. Al final, todos tiraron su penal y el Gato atajó unos cuantos porque le pateaban con alpargatas y zapatos de calle. Un soldado bajito, callado, que estaba en la cola, le tiró un puntazo con el borceguí militar y casi arranca la red. Al caer la tarde volvieron al pueblo, abrieron el club y se pusieron a jugar a las cartas. Díaz se quedó toda la noche sin hablar, tirándose para atrás el pelo blanco y duro hasta que después de comer se puso un escarbadientes en la boca y dijo:
—Constante los tira a la derecha.
—Siempre —dijo el presidente del club.
—Pero él sabe que yo sé.
—Entonces estamos jodidos.
—Sí, pero yo sé que él sabe —dijo el Gato.
—Entonces tirate a la izquierda y listo —dijo uno de los que estaban en la mesa.
—No. Él sabe que yo sé que él sabe —dijo el Gato Díaz y se levantó para ir a dormir.
—El Gato está cada vez más raro —dijo el presidente del club cuando lo vio salir pensativo, caminando despacio.
El martes no fue a entrenar y el miércoles tampoco. El jueves, cuando lo encontraron caminando por las vías del tren estaba hablando solo y lo seguía un perro con el rabo cortado.
—¿Lo vas a atajar? —le preguntó, ansioso, el empleado de la bicicletería.
—No sé. ¿Qué me cambia eso? —preguntó.
—Que nos consagramos todos, Gato. Les tocamos el culo a esos maricones de Belgrano.
—Yo me voy a consagrar cuando la rubia de Ferreyra me quiera querer —dijo y silbó al perro para volver a su casa.
El viernes, la rubia de Ferreyra estaba atendiendo la mercería cuando el intendente del pueblo entró con un ramo de flores y una sonrisa ancha como una sandía abierta.
—Esto te lo manda el Gato Díaz y hasta el lunes
—Esto te lo manda el Gato Díaz y hasta el lunes vos decís que es tu novio.
—Pobre tipo —dijo ella con una mueca y ni miró las flores que habían llegado desde Neuquén por el ómnibus de las diez y media.
A la noche fueron juntos al cine. En el entreacto el Gato salió al hall a fumar y la rubia de Ferreyra se quedó sola en la media luz, con la cartera sobre la falda, leyendo cien veces el programa sin levantar la vista.
El sábado a la tarde el Gato Díaz pidió prestadas dos bicicletas y fueron a pasear a orillas del río. Al caer la tarde la quiso besar, pero ella dio vuelta la cara y dijo que el domingo a la noche, tal vez, después de que atajara el penal, en el baile.
—¿Y yo cómo sé? —dijo él.
—¿Cómo sabés qué?
—Si me tengo que tirar para ese lado.
La rubia de Ferreyra le tomó la mano y lo llevó hasta donde habían dejado las bicicletas.
—En esta vida nunca se sabe quién engaña a quién —dijo ella.
—¿Y si no lo atajo? —preguntó él.
—Entonces quiere decir que no me querés —respondió la rubia, y volvieron al pueblo.
El domingo del penal salieron del club veinte camiones cargados de gente, pero la policía los detuvo a la entrada del pueblo y tuvieron que quedarse a un costado de la ruta, esperando bajo el sol. En aquel tiempo y en aquel lugar no había emisoras de radio, ni forma de enterarse de lo que ocurría en una cancha cerrada, de manera que los de Estrella Polar establecieron una posta entre el estadio y la ruta.
El empleado del bicicletero subió a un techo desde donde se veía el arco del Gato Díaz y desde allí narraba lo que ocurría a otro muchacho que había quedado en la vereda y que a su vez transmitía a otro que estaba a veinte metros y así hasta que cada detalle llegara a donde esperaban los hinchas de Estrella Polar.
A las tres de la tarde, los dos equipos salieron a la cancha vestidos como si fueran a jugar un partido en serio. Herminio Silva tenía un uniforme negro, desteñido pero limpio y cuando todos estuvieron reunidos en el centro de la cancha fue derecho hasta donde estaba el Colo Rivero que le había dado el cachetazo el domingo anterior y lo expulsó de la cancha. Todavía no se había inventado la tarjeta roja, y Herminio señalaba la entrada del túnel con una mano temblorosa de la que colgaba el silbato. Al fin la policía sacó a empujones al Colo, que quería quedarse a ver el penal. Entonces el árbitro fue hasta el arco con la pelota apretada contra una cadera, contó doce pasos y la puso en su lugar. El Gato Díaz se había peinado a la gomina y la cabeza le brillaba como una cacerola de aluminio.
Nosotros lo veíamos desde el paredón que rodeaba la cancha, justo detrás del arco, y cuando se colocó sobre la raya de cal y empezó a frotarse las manos desnudas empezamos a apostar hacia dónde tiraría Constante Gauna.
En la ruta habían cortado el tránsito y todo el valle estaba pendiente de ese instante porque hacía diez años que Deportivo Belgrano no perdía un campeonato. También la policía quería saber, así que dejaron que la cadena de relatores se organizara a lo largo de tres kilómetros y las noticias llegaban de boca en boca apenas espaciadas por los sobresaltos de la respiración.
Recién a las tres y media, cuando Herminio Silva consiguió que los dirigentes de los dos clubes, los entrenadores y las fuerzas vivas del pueblo abandonaran la cancha, Constante Gauna se acercó a acomodar la pelota. Era flaco y musculoso y tenía las cejas tan pobladas que parecían cortarle la cara en dos. Había tirado tantas veces ese penal —contó después—, que volvería a patearlo a cada instante de su vida, dormido o despierto.
A las cuatro menos cuarto, Herminio Silva se puso a medio camino entre el arco y la pelota, se llevó el silbato a la boca y sopló con todas sus fuerzas. Estaba tan nervioso y el sol le había machacado tanto sobre la nuca que cuando la pelota salió hacia el arco, el referí sintió que los ojos se le reviraban y cayó de espaldas echando espuma por la boca. Díaz dio un paso al frente y se tiró a su derecha. La pelota salió dando vueltas hacia el medio del arco y Constante Gauna adivinó enseguida que las piernas del Gato Díaz llegarían justo para desviarla hacia un costado. El Gato pensó en el baile de la noche, en la gloria tardía, en que alguien corriera a tirar la pelota al córner porque había quedado picando en el área.
El Petiso Mirabelli llegó primero que nadie y la sacó afuera, contra el alambrado, pero el árbitro Herminio Silva no podía verlo porque estaba en el suelo, revolcándose con su epilepsia. Cuando todo Estrella Polar se tiró sobre el Gato Díaz, el juez de línea corrió hacia Herminio Silva con la bandera levantada y desde el paredón donde estábamos sentados oímos que gritaba «¡No vale, no vale!».
La noticia corrió de boca en boca, jubilosa. La atajada del Gato y el desmayo del árbitro. Entonces en la ruta todos abrieron botellas de vino y empezaron a festejar, aunque el «no vale» llegara balbuceado por los mensajeros con una mueca atónita.
Hasta que Herminio Silva no se puso de pie, desencajado por el ataque, no hubo respuesta definitiva.
Lo primero que preguntó fue «qué pasó» y cuando se lo contaron sacudió la cabeza y dijo que había que patear de nuevo porque él no había estado allí y el reglamento decía que el partido no puede jugarse con un árbitro desmayado. Entonces el Gato Díaz apartó a los que querían pegarle al vendedor de rifas de Deportivo Belgrano y dijo que había que apurarse porque esa noche él tenía una cita y una promesa y fue a ponerse otra vez bajo el arco.
Constante Gauna debía tenerse poca fe, porque le ofreció el tiro a Padín y recién después fue hacia la pelota mientras el juez de línea ayudaba a Herminio Silva a mantenerse parado. Afuera se escuchaban bocinazos de festejo y los jugadores de Estrella Polar empezaron a retirarse de la cancha rodeados por la policía.
El pelotazo salió a la izquierda y el Gato Díaz fue para el mismo lado con una elegancia y una seguridad que nunca más volvió a tener. Constante Gauna miró al cielo y después se echó a llorar. Nosotros saltamos del paredón y fuimos a mirar de cerca a Díaz, el viejo, el grande, que miraba la pelota que tenía entre las manos como si se hubiera sacado la sortija de la calesita.
Dos años más tarde, cuando él era una ruina y yo un joven insolente, me lo encontré otra vez, a doce pasos de distancia y lo vi inmenso, agazapado en puntas de pie, con los dedos abiertos y largos. En una mano llevaba un anillo de matrimonio que no era de la rubia de Ferreyra, sino de la hermana del Colo Rivero, que era tan india y tan vieja como él. Evité mirarlo a los ojos y le cambié la pierna; después tiré de zurda, abajo, sabiendo que no llegaría porque ya estaba un poco duro y le pesaba la gloria. Cuando fui a buscar la pelota dentro del arco, el Gato Díaz estaba levantándose como un perro apaleado.
—Bien, pibe —me dijo—. Algún día, cuando seas viejo, vas a andar contando por ahí que le hiciste un gol al Gato Díaz, pero no te lo va a creer nadie.

Osvaldo Soriano