La experiencia nos confirma la evidencia de su naturaleza
ficticia: nadie ha podido comprobar de forma convincente su pertenencia al
plano de lo real.
Sin embargo, hoy apelo a la complicidad de quien lea estas
páginas: no podrás entender la historia que sigue si, al menos, no crees
mínimamente en su existencia. Si no es así, resultará inútil que continúes
leyendo.
Yo misma, si hubiese encontrado esta advertencia al comienzo de un
libro unos meses atrás, lo habría cerrado en la primera página y lo habría
devuelto a la biblioteca. 0 se lo habría regalado a mi prima Marina, tan
aficionada a las novelas de jóvenes magos y de adolescentes vampiros, cuyas
peripecias me han resultado siempre tan absurdas como prescindibles.
Pero nada es igual que hace unos meses, ni yo misma lo soy ni el
mundo que me rodea. Ahora sé que no es más que un decorado ficticio, bajo el
cual palpita lo que no se deja ver: algo que se presiente y, a veces, se nos
presenta como si los espejismos hubiesen saltado al otro lado de sus reflejos.
Así irrumpió en mi presente el espectro de un habitante del
pasado, arrastrando hacia mí y en tropel a un ejército de sombras que se
convirtieron en mis peores pesadillas.
Los recuerdos se me agolpan hoy sin orden ni concierto. Las notas
que fui tomando desde que comprendí que aquella experiencia demoledora podía
acabar difuminándose en el olvido tienen un preludio que aún me cuesta ordenar.
Qué ocurrió antes y qué después, ya casi no importa. Lo cierto e importante fue
que sucedió, más o menos, como lo.cuento. Por mucho que se quiera es imposible
reproducir fidedignamente los hechos pasados, siempre añadiremos algún detalle
que no estaba u omitiremos una frase que para siempre quedará oculta en el
tiempo. Solo la realidad es la verdad absoluta; lo demás, lo narrado, no deja
de ser ficción.
Mis recuerdos borrosos se desdibujan pero no dejo de relacionar el
pistoletazo de partida de mi desazón con la noche en que mi hermana Carmen
gimoteaba en su habitación a las tantas porque no se sabía la lección de
Literatura. Podría asegurar que la escena ocurrió la noche antes de escuchar
por primera vez aquella voz: «Ayúdame a recordar». La primera piedra de la
enorme torre que se fue construyendo en mi vida la puso mi hermana una noche de
invierno.
Rosa Huertas,
Tuerto, Maldito y Enamorado
PREMIO ALANDAR 2010
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