Haciendo boca, antes de
comenzar con el ultimo libro de la Trilogía
Victoriana de Félix J. Palma,
estoy releyendo El Mapa del Cielo y
he encontrado este jugoso fragmento donde vemos que el narrador es bastante tramposo:
Por el asombro que reflejan sus caras en este momento, puedo
deducir lo mucho que les han intrigado los distintos misterios que este relato
esconde entre sus pliegues: ¿Qué le sucedió realmente al buque Annawan y a su
tripulación en el Polo Sur? ¿Está vivo el marciano de la Cámara de las
Maravillas? ¿Se halla nuestro mundo bajo la sombra de alguna amenaza oscura y
desconocida? Yo también estaría intrigado, si no fuera, por supuesto, porque
conozco todas las respuestas. Unas respuestas que les iré desvelando poco a
poco y con sumo placer, pues esa es una de las tareas más gratas de todo
narrador, ya que, salvando las distancias, nos permite emular a los magos que
llenan los teatros. Nada que ver, por ejemplo, con el tedio de las
descripciones, una labor más propia de los obreros. Aunque para hacerlo de un
modo ordenado, como corresponde, debería retroceder en el tiempo hasta el
verdadero comienzo de este relato, hasta el momento exacto en el que hunde sus
raíces el pequeño prólogo que acabo de narrarles. No obstante, ya les advertí
que el principio de una historia es siempre difícil de precisar porque un
relato tiene infinitos principios, aunque yo, por suerte o por desgracia, puedo
verlos todos. Comprenderán pues mi temor a equivocarme en la elección. ¿Cuál de
ellos debería escoger? ¿Existe un principio que pueda calificarse como tal? ¿Y
acaso un principio no es siempre el final de otra historia? Sea como sea, por
algún sitio he de empezar, y tras considerarlo unos segundos, creo que lo mejor
será desandar el siglo hasta el año de gracia de 1830, desplazándonos también
en el espacio, hacia los helados páramos de la Antártida.
Y tú, amable lector,
puede que te preguntes qué es la Trilogía
Victoriana, pues aquí tienes la respuesta de la mano del propio autor:
La Trilogía Victoriana
está compuesta de tres novelas que suceden a finales del siglo XIX, y toman
como base algunas de las obras más conocidas del famoso escritor británico H. G. Wells, al quien se le considera
el padre de la ciencia ficción. En la primera parte, El Mapa del Tiempo, la historia gira entorno a La máquina del
tiempo, ya que tras la publicación de esa novela aparece una empresa de viajes
temporales que invita al hombre victoriano a viajar al futuro, para ellos el
año 2000. En El Mapa del Cielo, la
segunda parte, la novela que desencadena la acción es La guerra de los mundos,
y cuenta una historia de amor durante una invasión marciana. Y la tercera
parte, El Mapa del Caos, gira
alrededor de otra de las obras más conocidas de Wells, El hombre invisible, que
se fuga de las páginas de su novela para sembrar el terror entre los hombres.
Aunque forman parte de una misma trilogía, son historias
independientes que pueden leerse en el orden que se desee. Dependiendo del que
se escoja, la experiencia lectora será diferente.
Una de las características de esta trilogía es que los personajes
ficticios se mezclan con los personajes reales de la época, por lo que en sus
páginas podréis encontrar a Jack el Destripador, el Hombre Elefante, el
periodista Adam Locke, autor de la que se conoció como La gran broma de la
Luna, el mayor engaño periodístico del siglo XIX, o el explorador Jeremiah
Reynolds, que organizó una delirante expedición al Polo Sur con el propósito de
encontrar la entrada al centro de la Tierra, porque a principios del siglo XIX
muchos creían en la teoría de la Tierra Hueca. También se pasean por sus
páginas algunos escritores insignes de la época, como Edgar Allan Poe, Arthur
Conan Doyle, el padre de Sherlock Holmes, o Lewis Carroll, autor de Alicia en el País de las Maravillas.
Mi intención con La trilogía victoriana es rendir homenaje a
Wells, pero también a todos aquellos escritores victorianos que como Verne, Dumas, Dickens o Stevenson,
escribían una literatura popular y sin embargo culta para los lectores surgidos
de la burguesía, novelas que reflejaban un espíritu aventurero que solo podía
darse en aquella época, porque el mundo era todavía un lugar ignoto, que no
estaba completamente explorado ni delimitado por la ciencia. Era un mundo donde
podía pensarse que la Luna estaba habitada de unicornios y hombres murciélagos,
y que había vida en Marte o en Venus, o incluso una civilización viviendo en el
centro de la Tierra. Y nadie podía desmentirlo. Era la época de la imaginación.
La era de la fantasía.
Espero que os apetezca conocer a H. G. Wells, a quien he
convertido en mi Sherlock Holmes particular, y acompañarle en estas aventuras
relacionadas con su propia obra. Si quieres vivir lo imposible, apreciado
lector, no dudes en aventurarte en estas páginas, donde te reencontrarás con el
niño que una vez fuiste.
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