Tolkien no sólo ha despertado la imaginación de millones de
personas: también ha forjado más de una vocación literaria. Ése es el caso de
autores como Poul Anderson, Terry Pratchett, Ursula K. Le Guin, Orson Scott
Card, que. junto con otros escritores, se han animado a publicar emotivos
artículos autobiográficos en que narran su primer contacto con la obra de
Tolkien, evocan cuánto les marcó tanto personal como profesionalmente, y la
analizan proporcionándonos nuevas claves para enfocar su lectura. Éste es un
lúcido y conmovedor homenaje al maestro de la fantasía por parte de dos
generaciones de los mejores escritores de ciencia ficción y literatura fantástica,
complementado con ilustraciones de John Howe, cuya recreación del universo de
Tolkien ya forma parte del imaginario colectivo.
Os dejo con el ensayo de George R. R. Martin que abre el volumen:
INTRODUCCIÓN A LA TIERRA MEDIA
La fantasía existía desde mucho antes que J.R.R. Tolkien. No hubo
una edad en la historia humana en que los hombres no se preguntaran qué había
más allá de la siguiente colina y llenaran los espacios en blanco de sus mapas
con cosas maravillosas y seres terroríficos. El primer narrador fantástico
hilaba sus relatos sentado junto al fuego, mientras compartía una chamuscada
pierna de mastodonte. Homero lo fue, y también Shakespeare. Conan, ese original
bárbaro de nuestra época, se habría sentido como en casa bebiendo un cuerno de
hidromiel con Siegfried y Beowulf.
Sir Thomas Malory y La muerte de Arturo llegaron siglos antes que
Tolkien. Igual que La canción de Rolando, de Turoldo. Bram Stoker y Edgar Allan
Poe hicieron unas obras espléndidas en la frontera entre la fantasía y el
horror, mientras que William Morris creó mundos vastos y maravillosos,
distantes precursores de la Tierra Media.
En este siglo, Lord Edward Dunsany, James Branch Cabell y E. R.
Eddison dejaron sus respectivos sellos en la literatura de fantasía. La
importancia de Robert Ervin Howard y su Era Hiboriana no puede sobrestimarse, ni
la de Fritz Leiber, que superó a Conan con su Fafhrd y el Gray Mouser. En una tradición
muy diferente, hallamos a Gerald Kersh, John Collier, Thorne Smith, Abraham
Merritt y Clark Ashton Smith.
Ya en vida, Tolkien tuvo rivales formidables. Mientras él contaba
sus historias de la Tierra Media, su compañero de los Inklings C. S. Lewis daba
forma a Narnia. En otro lugar de Inglaterra, Mervyn Peake creaba el gran castillo
tenebroso de Gormenghast, y al otro lado del mar, en Estados Unidos, el incomparable
estilista Jack Vance escribía sus primeras historias de la Tierra Moribunda.
Sin embargo, fue la Tierra Media la que demostró tener más poder y
resistencia. La fantasía existía mucho tiempo antes que él, sí, pero J.R.R. Tolkien
la tomó y la hizo suya de un modo distinto del de todos los escritores que lo
habían precedido, un modo en que ningún escritor lo volverá a hacer. El
tranquilo filólogo de Oxford escribió por placer, y para sus hijos, pero creó algo
que conmovió el corazón y la mente de millones de personas. Introdujo a los hobbits
y los Nazgûl, nos llevó por las Montañas Nubladas y las minas de Moria, nos
mostró el sitio de Gondor y las Grietas del Destino, y ninguno de nosotros ha
vuelto a ser el que era, menos aún los escritores.
Tolkien cambió la fantasía; la elevó y la redefinió, hasta tal
punto que nunca volverá a ser la misma. Siguen escribiéndose y publicándose
muchos tipos diferentes de fantasía, sí, pero hay una variedad que domina tanto
en los estantes de las librerías como en las listas de ventas. En ocasiones se
la llama fantasía épica; otras, alta fantasía, pero habría que llamarla
fantasía tolkienesca.
Los sellos de esta fantasía forman legión, pero para mí hay uno
que destaca sobre el resto: J.R.R. Tolkien fue el primero en crear un universo
secundario perfectamente acabado, un mundo entero con su propia geografía y sus
historias y leyendas, sin ninguna relación con el nuestro, pero, por alguna
razón, tan real como éste. Por mucho que en los años sesenta los botones
dijeran «Frodo vive», aquello que los lectores colgaban en las paredes de sus
dormitorios no era un dibujo de Frodo, sino un mapa. Un mapa de un lugar que
nunca existió.
Tolkien nos dejó personajes maravillosos, una prosa evocadora, aventuras
y batallas emocionantes… pero lo que más recordamos es el lugar. Se me conoce
por haber dicho que en la fantasía contemporánea el escenario se convierte en
un personaje de pleno derecho. Tolkien fue el que hizo que esto fuera así.
La mayoría de los escritores de literatura fantástica
contemporáneos reconocen sin reparos su deuda con el maestro (entre los cuales
me incluyo, evidentemente), pero ni siquiera quienes más denigran a Tolkien son
capaces de escapar de su influencia. El camino sigue y sigue, dijo él, y
ninguno de nosotros sabrá nunca qué lugares maravillosos nos aguardan, detrás
de la siguiente colina. Pero no importa lo lejos que viajemos, no debemos
olvidar nunca que el viaje empezó en Bolsón Cerrado, y que todavía todos estamossiguiendo
los pasos de Bilbo.
GEORGE R. R. MARTIN
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