LA FUGA DE TRES HERMANOS
DE ALEMANIA ORIENTAL
Los dos aviones ultraligeros surcaron el cielo a tan sólo 250
metros de altitud, siguiendo el Muro de Berlín. A la izquierda estaba
Occidente, de donde habían despegado unos minutos antes, y a la derecha el Oriente,
la zona de peligro en donde se disponían a entrar.
El piloto de la primera nave, Ingo Bethke, se sentía tan tenso
como durante su propia fuga de la RDA, pero sonrió al no ver señales de
actividad de los guardias fronterizos; además, estos no podían disparar sin
permiso a los aviones. Para confundirlos aún más, las alas de las naves tenían
diseño de camuflaje y llevaban pegadas grandes estrellas rojas al estilo
soviético. Ingo y el otro piloto, su hermano Holger, usaban abrigos del
Ejército y cascos con estrellas rojas.
Abajo, en espera de que aterrizaran, estaba el tercer hermano,
Egbert, escondido entre los arbustos.
Los hermanos Bethke se criaron en el sudeste de Berlín. Eran
chicos muy unidos, alegres y llenos de vida, y sus padres, ambos policías de
alto rango, eran comunistas de línea dura.
Ingo, el mayor, tenía siete años de edad cuanto levantaron el
Muro. Su sueño era ver el mundo, pero eso no sucedería jamás mientras estuviera
atrapado en el Este. Hizo su servicio militar en un regimiento que vigilaba la
frontera a lo largo de un tramo de 80 kilómetros del río Elba, al norte de
Berlín. Llegó a conocer bien la zona, y se trazó un plan para escapar que
mantuvo en estricto secreto.
En mayo de 1975, cuando ya tenía 21 años y un trabajo de
barrendero, consiguió alquilar un auto por un fin de semana luego de haber
esperado cuatro meses. Sin decirle a nadie su plan, se dirigió con un amigo a
la zona fronteriza del Elba donde había patrullado. Allí no había muro, pero sí
muchos peligros: primero, una ancha franja de arena cuidadosamente rastrillada;
luego, una fuerte valla metálica rematada con alambre de púas y una cuerda de
trampa que activaba los reflectores al ser tocada. Y más allá había una zona de
minas. Lograron pasar. Agazapados en la orilla del río, inflaron una colchoneta
y remaron 150 metros en silencio hasta llegar al otro lado.
Camino arriba, había una camioneta estacionada de la policía
fronteriza de Alemania Occidental.
—Es una noche muy fría para nadar —le dijo el agente a Ingo cuando
este golpeó la ventanilla.
—No cuando uno nada para salir del Este —repuso él sonriendo.
La fuga de Ingo desató mucha presión sobre su familia. Sus padres
perdieron su trabajo, y su hermano menor, Holger, era vigilado todo el tiempo.
En marzo de 1983, la noche en que este cumplió 30 años, decidió huir también.
Tomó una última copa y se despidió sollozando de Egbert, la única persona que
conocía su plan.
Durante varias semanas, Holger y un amigo habían practicado el
tiro con arco a escondidas y hecho ensayos en el bosque. Holger había
encontrado una calle cerca del parque Treptow donde la Franja de la Muerte era
angosta, con casas altas en ambos lados. Subió sigilosamente a un desván con su
arco y trepó al techo por un tragaluz.
Allí, disparó una flecha que voló unos 40 metros por encima del
Muro y más allá de la casa opuesta. La flecha llevaba atada una cuerda de
nailon, en cuya cola Holger había atado un cable largo. Del otro lado estaba su
hermano Inge, quien tiró de la cuerda para alcanzar el cable. Holger ató su
extremo del cable alrededor de la chimenea de la casa; Ingo amarró el suyo al
paragolpes de su auto y movió este marcha atrás; algunos metros para tensar el
cable. Entonces llegó el momento de extremo peligro.
Holger había fabricado un arnés con una polea de metal atornillada
a un marco de madera provisto de dos agarraderas y una correa para atarse la
muñeca. Colocó la polea sobre el cable, se asió de las agarraderas y se lanzó
al vacío. Con un leve chirrido, se deslizó por encima del Muro hasta alcanzar
un balcón de la casa opuesta. Ahora, dos de los hermanos se encontraban en el
Oeste.
Ingo y Holger vivían en Colonia, donde abrieron un bar, y sólo
pensaban en cómo ayudar a su otro hermano. La policía hostigaba a Egbert, e
incluso llegó a ofrecerle un pasaje gratis a otro país, pero él lo rechazó
porque sabía que era una trampa. “Me gusta la RDA y aquí me quedo”, replicó.
Cierto día Ingo vio una foto de un minihelicóptero en una revista,
y fue a una feria en Hannover para verlo; sin embargo, era sólo un prototipo.
Luego él y Holger conocieron por casualidad a dos pilotos franceses que les
hablaron de los aviones ultraligeros. Los hermanos viajaron a Francia y volaron
en uno de ellos. “Esta es la solución”, dijo Ingo. “Ahora podremos sacar a
Egbert del Este”.
Las pequeñas naves carecían de protección para los tripulantes:
eran sólo dos asientos juntos, unas ruedas diminutas y el motor de un cañón de
nieve artificial. Se podían desarmar y transportar en un remolque.
En mayo de 1989, luego de cuatro años de preparativos, Ingo y
Holger fueron hasta Berlín Occidental y allí le enviaron un mensaje en clave a
Egbert: “Ulrike está bien”. Era la señal para que estuviera listo.
A la medianoche del 25 de mayo, Ingo y Holger armaron los aviones
en una cancha del parque Britzer Mühle. Si uno de ellos fallaba, tratarían de
despegar en el otro con los tres a bordo; sin embargo, no estaban seguros de
que fuera posible.
Ingo revisó los cables de control para asegurarse de que
estuvieran bien afianzados. A las 4:15 de la mañana, Egbert se escondió entre
los arbustos del parque Treptow.
Minutos después, los dos pilotos encendieron los motores y
despegaron. Pronto divisaron el parque. Ingo perdió altura mientras Holger
volaba en círculos más arriba, listo para aterrizar si surgían problemas; luego
bajó un poco y mantuvo la altitud.
—Bien, aterriza ahora —le dijo Holger a Ingo por radiotransmisor.
Egbert salió de su escondite, corrió hacia el avión mientras este
tocaba el suelo y de un salto subió al asiento vacío. Hacía 14 años que los
hermanos no se veían, pero no había tiempo para charlar. Ingo le dio a Egbert
un casco y aceleró el motor.
Con una persona más a bordo, el avión aumentó de velocidad
lentamente. Alzó el vuelo y apenas libró los árboles. Ingo dobló de nuevo hacia
el Muro, y lo siguió con rumbo al norte. Cinco minutos después, divisó la
silueta del Reichstag más adelante, en el lado oeste de la ciudad.
El extenso prado situado enfrente de él se convirtió en su pista.
Los dos aviones se detuvieron dando tumbos, y los tres hermanos bajaron de un
salto dando gritos de alegría.
Varios amigos que los esperaban los llevaron a un bar a tomar una
cerveza. “Fue el mejor trago que he bebido en mi vida”, dice Egbert. “Pensé que
jamás volvería a ver a mis hermanos, pero bajaron del cielo como ángeles y me
llevaron al paraíso”.
Selecciones
Reader's Digest
99 LUFTBALLONS
La cantante alemana Nena, en 1983, popularizo la canción protesta
99 Luftballons (en español: 99 globos). La letra es una crítica a la situación
política imperante durante la Guerra Fría. Originalmente cantada en alemán, con
posterioridad fue traducida al idioma inglés como 99 Red Balloons (99 globos
rojos). Es una de las canciones pop de un cantante alemán con más éxito en el
mundo.
Carlo Karges, el guitarrista de la banda de Nena, se encontraba en
un concierto de los Rolling Stones, donde vio cómo soltaban unos globos. Al
moverse estos hacia el horizonte notó como cambiaban la forma del conjunto, y
en lugar de parecer globos le parecieron una especie de nave espacial, y se
preguntó qué pasaría si éstos flotaran a través del Muro de Berlín hacia el
lado comunista de Alemania. Tras esta experiencia escribió 99 Luftballons.
Tanto la versión alemana como la inglesa cuentan la historia de 99
globos que flotan en el aire. Las fuerzas militares se confunden al detectar
los objetos que vuelan, se asustan, sobrerreaccionan y lanzan un ataque nuclear
apocalíptico. Uwe Fahrenkrog-Petersen compuso la música. Kevin McAlea escribió
la letra de la versión inglesa, titulada 99 Red Balloons, que tiene un tono más
satírico que la original. El título original se traduce como 99 globos. El
color rojo se añadió en la versión inglesa; muchos suponen que esto se refiere
a la percepción de la amenaza comunista, a pesar de que esta no aparece en la
canción original.
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