Estaba preparando esta tarde material para los distintos grupos que tengo en clase (literatura medieval, el realismo español...), y como a los de 3º de ESO les prometí llevarles cada semana un texto con el que pudieran reírse un rato, cuando me acordé de cierto librito:
Todos ustedes han estado en la feria de Navalgorrino. Y si no han
estado, mejor para ustedes, porque aquello es una porquería y una ordinariez.
Gente que va a vender un burro, y cosas así. Pero en esa feria, en algunos
mercados, y a veces en el Rastro madrileño, como escapados de épocas
pretéritas, se presentan de repente unos individuos, armados con destemplados
guitarrones, que salmodian un suceso —casi siempre un crimen— más o menos
conocido, según se haya perpetrado en ambiente pueblerino o, por sus
características sensacionalistas, a escala nacional.
A esos cantores populares se les tiene, literariamente hablando,
en muy poca estima. Personalmente también suelen dar asco, porque practican la curiosa
costumbre de lavarse lo menos posible, circunstancia que no se sabe bien si
obedece a guarrería o a la más pura catolicidad, expresada en forma de promesa
a santa Rita en la cual se abstienen voluntariamente de duchas, abluciones y
fregoteos.
El Poema del Cid, antiquísimo, es una muestra del talento
histriónico y puerco de estos juglares de feria y mercado.
El Poema del Cid abre nuevos cauces, nuevas corrientes en la vida nacional,
pero al mismo tiempo es nocivo y peligroso, pues por su culpa suceden cosas
graves en nuestra patria. Helas aquí:
- La poca aceptación que ha tenido siempre en España la costumbre de leer. El Poema era recitado en la plaza pública, y la gente, desde entonces, se acostumbró a que le contasen las cosas, en lugar de leerlas en un libro. El Poema es el antecedente directo de los «seriales» radiofónicos.
- El gusto del público español por ir al grano, por la acción.
La gran retahíla medieval describe con rapidez las hazañas del héroe y
pocas veces se entretiene en diálogos. Por eso la gente escucha tan mal en
el teatro, porque lo que desea es «que pasen cosas», y en cuanto dos o más
personajes se ponen a hablar, el público español se aburre como
dromedarios.
- El poco respeto que en España se tiene a las autoridades.
Como puede apreciarse en el poema, don Rodrigo, el protagonista, se pone
enfrente del rey y, cuando encarta, le canta las verdades del barquero. El
juglar, comentarista del asunto, se permite a veces intervenciones que
maculan la autoridad y el prestigio del soberano de Castilla, como cuando
dice que el Cid sería un buen vasallo «se oviesse buen señor». Por eso en
todas las épocas, bajo todos los regímenes, los españoles, que llevan dentro
un Cid en potencia, se permiten los chistes, historietas, sucedidos y chascarrillos
más feroces, irreverentes y desvergonzados sobre los hombres que los
gobiernan.
- El machismo español. El protagonista, como buen castellano,
se permite lanzar las bravatas y chulerías medievales más violentas. Y
todo es bueno para conseguir sus fines, desde amenazar al rey hasta
engañar a Raquel y Vidas, los pobres judíos que financian las campañas
sediciosas del héroe.
El Poema del Cid ha influido poderosamente sobre nuestra
literatura y sobre las artes en general: pintura, escultura, etc. Sobre el cine
nacional ha influido muy poco, porque los argumentos de las películas españolas
suelen ser —con notables excepciones — más antiguos y vetustos que el famoso
Poema.
Del autor de las coplas del Cid poco o nada se sabe. Hay un tal
Pero Abad que pone su nombre al final del Poema, pero se sospecha con razón que
se trata de un posible copista, un adaptador —como se diría hoy— mucho mejor
que los que actualmente perpetran para uso de TVE arreglitos de escritores muy afamados
que jamás se metieron con nadie y no merecen, por supuesto, el trato que se les
da.
Doña Jimena, la esposa del protagonista, es el prototipo de la
madre española, que cuando tiene que separarse del marido, desterrado, no se acoge
a la seguridad de un castillo o cualquier otro recinto amurallado, sino que se
mete con sus hijas en un convento para no perderse la misa.
Los personajes más simpáticos de toda la narración, aparte los
inocentes judíos, son los infantes de Carrión, que, hartos de las dos hijas del
Cid —que salieron a su padre—, les dan una buena tunda, seguramente
merecidísima.
El estilo del Poema es defectuoso, primitivo, con versos a los que
les sobran sílabas, y otros cortos. Tiene fuerza descriptiva y, sobre todo, dramática.
E incluso rasgos de humor, situaciones francamente divertidas, en las que el
autor pone, naturalmente, en ridículo a los enemigos del protagonista, como
debe ser.
POEMA DEL
SUYO CID
Suyo
Cid —y el de ustedes— por Castiella, triunfale,
cabalgando
a caballo al su destierro parte.
¡Dios,
que era muy bizarro e de muy buen talante!
¡Qué
buena barba gasta, el cacho de animale!
Para
llegar a Burgos dexó atrás Ciudad Reale
e
Toro, Mequinenza, Calatayud e Caspe.
Llegósse
con retardo, ca non era puntuale
et
fallaba las citas por pitos e por flautes.
A
su lado cabalga don Pero Peragález,
el
calagurritano de pro, complido e tale,
honrado
e muy bienquisto, ca nunca fuera alcalde,
e
jamás dedicósse al tongo et al enjuague.
Ya
catan a lo lejos de Burgos la cibdade,
e
possada requieren del Hotel Condestable,
mas
todo era muy lleno de damas e galanes
de
essos que nos remiten de París de la France.
El
dueño del hotele despidióles afable,
fablando
con acento, ca era catalane,
e
dicía unas oes que parescían aes,
e
comía escudella los viernes e los martes.
Mas
suyo Cid marchósse de Burgos la reale,
llorando
de los ojos, ca había grand pessare,
camino
de Valencia, donde diz el refrane
que
del naranjal viene la naranja a los labies.
E
passó por Cardeña, do por cassualidade
doña
Ximena estaba faciendo cura de aires,
mas
non de aguas, ca entonces las gentes principales
non
se lavaban nunca, ca es so es liviandade,
e
si guarro está el cuerpo, tal debe ser ca el tale
se
pasto de gussanos ha de ser, que se aguante.
Jorge LLopis,
Las 1000 Peores Poesías de la Lengua Castellana
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