martes, 26 de febrero de 2019

HABLA LA MADRASTRA


            Enviado por Mª Jose:

En esta supuesta Autobiografía Autorizada, la argentina Patricia Suárez da voz a la Madrastra de Blancanieves, para que veamos que es un personaje incomprendido al que se le acusa en falso, para que aclare su historia con el Espejito Mágico, para limpiar su buen nombre y para darle voz a sus compañeras de desventura: las madrastras de Hansel y Gretel y de Cenicienta.

                Encontramos un estilo desenfadado e irónico, mediante el cual se nos da una versión distinta de los cuentos populares, alejándose de la historia moralizante para atraernos con la caracterización de los personajes, la irreverencia y el humor.

Ustedes seguramente han leído sobre mí y me tienen en el peor concepto. Creen cosas horrendas nada más porque se las contaron sus abuelitas. ¡Ah! ¿Pero acaso fueron en busca de algún cronista del reino o de algún paparazzi que pudiera contarles la verdad más verdadera?

Por eso mismo, porque no lo han hecho, me toca a mí tomar la palabra y hablar para defenderme.

                Nos presenta a una madrastra para quien lo más importante es la belleza, pero es una belleza que ya se va pasando y por ello recurre a los potingues y lociones (la crema de tortuga para el rostro, la crema de pepino para el cuello y la crema de zanahoria para los tobillos), y no dudará en echárselo en cara a sus amigas, las otras madrastras:

Hay que hacer tratamientos de belleza de vez en cuando. Si una nace con una nariz deforme como la tuya, disculpa mi sinceridad, hay que rebanarse un poco el cartílago.

Nos la hace cercana, al intentar acercarla a nuestra sociedad: la amenaza al espejo mágico con un revólver, las quejas sobre los electrodomésticos o sobre la juventud. Y esas ilustraciones basadas en la película de Disney, con las que identificamos su imagen siempre.

lunes, 25 de febrero de 2019

LA CAJA DE PLATA



Cuando el rey consideró llegado el momento de casar a su hija e hizo pública la convocatoria matrimonial, lo que más difusión tuvo entre súbditos y vasallos y, sobre todo, entre los caballeros del reino que aspiraban a conseguir su mano, fue la condición impuesta por la propia princesa para elegir marido. «Sólo podré amar», dijo la princesa, «a quien esté dispuesto a morir por mí.» Tal vez por eso, en lugar del ingente número de caballeros que se esperaba, pues todos estaban convencidos de que acudirían desde los más alejados confines del territorio, sólo fueron apareciendo, muy lentamente, como con desgana, algunos jóvenes atrevidos o algunos viejos codiciosos. Tal vez también por eso la princesa se enojó, pues, acostumbrada a los caprichos de palacio, soñaba con tener decenas de caballeros a sus pies, sufriendo, pendientes sólo de su decisión. De modo que lo que se pretendía celebrar como una gran fiesta de amor llevaba camino de convertirse en un torneo insulso entre caballeros secundarios, en número escaso y de renombre exiguo. Se dio, además, la circunstancia de que algunos caballeros que no tenían conocimiento exacto de las palabras de la princesa o que ignoraban su verdadero alcance, después de merodear algunos días por los alrededores de palacio, tomaron el camino de regreso a sus hogares o se retiraron a los campamentos exteriores para asistir a la fiesta desde fuera, sin participar, sólo como espectadores de un desenlace probablemente turbio y desdichado. Los juglares cantaban las penas de la princesa, que desde sus dependencias seguía con lágrimas de rabia la escasa afluencia de caballeros o su deserción tras conocer las rigurosas condiciones del amor, y de hecho algún juglar que se mostró compasivo fue condenado a la horca por cantar la verdad. El caso fue, pues, que cuando se cumplió el plazo dado por el rey, tras el penoso desfile de caballeros curiosos o desaprensivos o cobardes, sólo habían quedado finalmente siete pretendientes. El rey los convocó solemnemente a la sala de audiencias para que los examinara la princesa y allí se presentaron los siete, gallardos y aguerridos, dispuestos a una tarea verdaderamente difícil: obtener la mano de la princesa y sobrevivir. En el rostro de la princesa se apreciaba la sombra de una pesadumbre otoñal, el reflejo de una contrariedad profunda, porque ella había imaginado setenta veces siete caballeros pidiendo su mano y grandes combates cruentos de amor. De modo que ahora miraba a cada uno de los caballeros sin verlos o a todos en conjunto con la mirada puesta en la ausencia de los otros, añorando a los que no habían venido o a los que se habían ido después de venir. No obstante, para cumplir los trámites legales, los fue examinando uno por uno, sin orden, caprichosamente, nadie sabe si dispuesta a arrojarlos rápidamente de la sala de audiencias o si buscando alguna razón cautiva en los ojos y en el pensamiento de cada uno. Hizo una primera ronda desganada y ritual, una primera pregunta general articulada siete veces. «¿Estáis efectivamente dispuesto a morir por mí?», fue preguntando a uno tras otro. Todos respondieron que sí. «¿Por qué?», preguntó de nuevo, en segunda ronda, a uno tras otro. «Por amor», dijo el primero. Y a la princesa le pareció tan absurda la respuesta que no pudo contener la ira. «¡Fuera!», dijo señalando con el dedo extendido la puerta de salida. Y el caballero desechado abandonó la audiencia torpemente, procurando no manifestar la huella de la humillación. «Porque sin vos tampoco podría vivir», respondió el segundo. Y la princesa tampoco supo reprimir su cólera ante aquella falsa declaración de amor artificial inventada por poetas. «¡Fuera!», dijo de nuevo con la mano extendida. «Bien lo merece vuestra hermosura», dijo el tercero. Y aunque a la princesa no le enojó en exceso la frivolidad, repitió la orden con energía. «¡Fuera!», dijo. «Por la fama de vuestra virtud», dijo el cuarto caballero. Y la princesa, que nunca había soportado el halago mentiroso ni la hipocresía que reduce a condición moral los atributos de la belleza, gritó de nuevo: «¡Fuera!». El quinto caballero no articuló palabra, se limitó a arrodillarse ceremoniosamente ante la princesa, que, en un rapto de humor, señaló también la puerta sin hablar. El sexto caballero, por el contrario, habló extensamente. «Yo no quiero morir por vos», dijo, «sino vivir por vos, porque vuestro deseo es imposible de cumplir. Yo os amo, princesa, pero, si muero, ¿de qué me sirve vuestro amor? Y si sólo con mi muerte podéis creer que mi amor es verdadero, ¿para qué os sirvo muerto?» A la princesa le sorprendió la agudeza de aquellas manifestaciones y, por primera vez, no dijo ¡fuera! con desprecio. Sin hacer ningún comentario preguntó al séptimo caballero. «Por lealtad», se limitó a responder éste. Y como la princesa no lograra entender el sentido de aquellas palabras le pidió que se explicara. Pero el séptimo caballero no era hombre elocuente ni de hábil retórica. Sólo dijo: «La lealtad está antes que el amor». En ese momento comprendió la princesa que el séptimo caballero no la amaba y, tal vez por eso mismo, lo declaró el preferido de su corazón. Imaginó un futuro fugaz tratando de conseguir su amor y lamentó no haber despedido al caballero anterior, porque entonces hubiera elegido, sin dudarlo, al séptimo caballero, pero, puesto que el anterior, que no carecía de ingenio, ya había sido distinguido con el permiso de presencia y había adquirido, por tanto, un derecho de lucha, la princesa se quedó durante un momento perpleja, sin saber qué hacer o temiendo hacer algo por primera vez en su vida, sabiéndose responsable de su decisión. Sin embargo, no podía dejar de cumplir su propósito y, como el caballero que recibiera su amor debería demostrar primero que estaba dispuesto a morir por ella, se decidió que ambos pretendientes se enfrentaran en singular torneo. Y así fue. Ante el clamor y la expectación general, los caballeros salieron a la plaza para celebrar el combate el mismo día de primavera en que la princesa cumplía diecisiete años. El sexto caballero, ufano y galante, salió dispuesto a vencer. El séptimo caballero, resignado y leal, salió dispuesto a morir. Y como la estadística del azar indica que el destino termina siempre por cumplirse, un caballero venció y otro murió. Entonces la princesa arrojó de la corte al caballero vencedor, que había sabido luchar, pero no morir, y abrazó el cuerpo moribundo del séptimo caballero. Tras su muerte, colocaron la cabeza en una caja de plata y se la entregaron a la princesa, que la llevó consigo al remoto castillo al que se retiró a desgranar una y otra vez, interminablemente, la triste paradoja del amor y de la muerte y donde vivió el resto de sus días y de sus noches, en absoluta desolación y soledad, urdiendo delirios de bálsamo y pasión frente a la caja, entregada a veces a la locura, a veces a la melancolía.

Gonzalo Hidalgo Bayal, La Princesa y la Muerte

domingo, 24 de febrero de 2019

PREGUNTA VIEJA, VIEJA RESPUESTA


               

¿Adónde va el amor cuando se olvida?
No aquel a quien hicieras la pregunta
Es quien hoy te responde.

Es otro, al que unos años más de vida
Le dieron la ocasión, que no tuviste,
De hallar una respuesta.

Los juguetes del niño que ya es hombre,
¿Adónde fueron, di? Tú lo sabías,
Bien pudiste saberlo.

Nada queda de ellos: sus ruinas
Informes e incoloras, entre el polvo,
El tiempo se ha llevado.

El hombre que envejece, halla en su mente,
En su deseo, vacíos, sin encanto,
Dónde van los amores.

Mas si muere el amor, no queda libre
El hombre del amor: queda su sombra,
Queda en pie la lujuria.

¿Adónde va el amor cuando se olvida?
No aquel a quien hicieras la pregunta
Es quien hoy te responde.

Luis Cernuda, Desolación de la Quimera

viernes, 22 de febrero de 2019

CÓMO ENTRENAR A TU DRAGÓN


                Enviado por María:

En la época de los vikingos todos los adolescentes debían demostrar sus habilidades cazando y entrenando a un dragón. Hipo Horrendo Abadejo III no fue una excepción. El joven vikingo Hipo Horrendo Abadejo III debe realizar el rito de iniciación propio de su pueblo, que consiste en cazar un dragón y entrenarlo adecuadamente para que éste demuestre sus habilidades. Lo que ocurre es que Hipo caza un dragón bastante escuchimizado y que no le hace mucho caso.

Esta novela de Cressida Cowell cuenta las vicisitudes y el duro camino que, a base de perseverancia, llevó a Hipo a convertirse en todo un guerrero conocido por sus congéneres como "el hombre que susurraba a los dragones".

La trama es sencilla; nos encontramos con Hipo, un joven presionado por que un día tendrá que liderar a su aldea al ser el hijo del jefe. Junto con otros jóvenes de su edad tiene que pasar una prueba de iniciación: internarse en una cueva, coger un dragón, amaestrarlo y superar una prueba de pesca; quien no lo logre, será desterrado. Lo malo es que Desdentado, el dragón de Hipo, es pequeñajo, perezoso, gruñón y no suele obedecer las órdenes.

Lo recomendaría para pequeños, por su lenguaje, el ritmo ágil, las situaciones divertidas y cómicas, las ilustraciones.

jueves, 21 de febrero de 2019

MUERTE EN EL NILO


Estiro la mano para tomar mi cartera, que todavía está debajo del asiento de la ventanilla, y saco mi ejemplar de bolsillo de Muerte en el Nilo, de Agatha Christie. Lo compré en Atenas.

«Debe ser más o menos igual que la muerte en todas partes», me dijo el marido de Zoe cuando aparecí en el hotel de Atenas con el libro.

«¿Qué?», le dije yo.

«Tu libro», me dijo, señalando el ejemplar de bolsillo y sonriendo como si fuera un chiste. «El título. Me imagino que la muerte en el Nilo es igual que la muerte en todas partes».

«¿O sea?», le pregunté.

«Los egipcios creían que la muerte era muy similar a la vida», terció Zoe. Acababa de comprar Egipto Fácil en la misma librería. «Para los antiguos egipcios, el más allá era un lugar muy parecido al mundo que habitaban. Estaba presidido por Anubis, que juzgaba a los difuntos y decidía sus destinos. Nuestros conceptos del Paraíso Final no son otra cosa que refinamientos modernos de las ideas egipcias», dijo, y comenzó a leer Egipto Fácil en voz alta, lo cual puso fin a nuestra conversación. Por lo tanto, todavía no sé qué piensa el marido de Zoe que es la muerte, en el Nilo o en cualquier otro lado.

Abro Muerte en el Nilo y trato de leer, pensando que Hércules Poirot quizás lo sepa, pero el avión salta demasiado. Casi inmediatamente siento el estómago revuelto; después de media página y tres saltos más, lo guardo en el bolsillo del asiento, cierro los ojos y me pongo a fantasear con la idea de matar a alguien. Es un perfecto escenario estilo Agatha Christie. Ella siempre pone unas cuantas personas en una casa de campo o en una isla. En Muerte en el Nilo están en un barco a vapor que navega por el Nilo, pero el avión es mucho mejor. Las únicas personas aquí dentro, aparte de nosotros, son las azafatas y un grupo de turistas japoneses que aparentemente no hablan inglés, pues de lo contrario estarían arracimados alrededor de Zoe, pidiéndole que les indique cómo llegar a la Esfinge.

La turbulencia disminuye un poco y abro los ojos y estiro la mano para volver a tomar el libro. Lo tiene Lissa.

Lo tiene abierto, pero no está leyendo. Me está mirando a mí, esperando que yo me dé cuenta, esperando que yo diga algo. Neil parece nervioso.

—¿Ya habías terminado, verdad? —me dice ella, sonriendo—. No lo estabas leyendo.

En los libros de Agatha Christie todos tienen un motivo para cometer el asesinato. Y el marido de Lissa no para de beber desde que estábamos en París y Zoe no permite que su marido termine de pronunciar una sola frase. La policía podría pensar que el marido de Zoe enloqueció de repente. O que trató de matar a Zoe y que al disparar le acertó a Lissa por error. Y en el avión no hay ningún Hércules Poirot que les diga quién cometió realmente el crimen, que resuelva el misterio y les explique todos los acontecimientos extraños.

Connie Willis, Muerte en el Nilo

PREMIO HUGO 1994

miércoles, 20 de febrero de 2019

CAMBIANDO EL MUNDO


Durante todo el mes de septiembre, tras el éxito de nuestro robo, fuimos tentados, invadidos, conquistados por el misterio del mundo exterior, sobre todo el de la mujer, el del amor, el del sexo, que los escritores occidentales nos revelaban día tras día, página tras página, libro tras libro. El Cuatrojos no sólo se había marchado sin atreverse a denunciarnos sino que, por fortuna, el jefe de nuestra aldea había ido a la ciudad de Yong Jing para asistir a un congreso de los comunistas del distrito. Aprovechando estas vacaciones del poder político y la discreta anarquía que reinaba momentáneamente en la aldea, nos negamos a ir a trabajar a los campos, algo que a los aldeanos, ex cultivadores de opio reconvertidos en custodios de nuestras almas, les importó un pimiento. Me pasaba así los días, la puerta más herméticamente cerrada que nunca, con las novelas occidentales. Dejaba de lado los Balzac, pasión exclusiva de Luo, y me enamoraba sucesivamente, con la frivolidad y la seriedad de mis diecinueve años, de Flaubert, de Gogol, de Melville e, incluso, de Romain Rolland.

Hablemos de éste. La maleta del Cuatrojos sólo contenía uno de sus libros, el primero de los cuatro volúmenes de Jean-Christophe. Puesto que se trataba de la vida de un músico, y yo mismo era capaz de tocar al violín piezas como Mozart piensa en el presidente Mao, me sentí tentado a hojearlo, al modo de un coqueteo sin consecuencias, tanto más cuanto que había sido traducido por Fu Lei, el traductor de Balzac. Pero en cuanto lo abrí, ya no pude soltarlo. Mis libros preferidos eran, normalmente, las colecciones de cuentos, que narran una historia bien compuesta, con ideas brillantes, a veces divertidas o que te dejan sin aliento, historias que te acompañan toda la vida. Por lo que a las novelas largas se refiere, salvo por algunas excepciones, me mostraba bastante desconfiado. Pero Jean-Christophe, con su empecinado individualismo, sin mezquindad alguna, fue para mí una saludable revelación. Sin él, nunca hubiera conseguido comprender el esplendor y la amplitud del individualismo. Hasta aquel encuentro robado con Jean-Christophe, mi pobre cabeza educada y reeducada ignoraba, sencillamente, que fuera posible luchar en solitario contra el mundo entero. El coqueteo se transformó en un gran amor. Ni siquiera el énfasis excesivo en el que había caído el autor me parecía perjudicial para la belleza de la obra. Me zambullí literalmente en el poderoso río de aquellos centenares de páginas. Era para mí el libro soñado: al acabar de leerlo, ni la maldita vida ni el maldito mundo volvían a ser como antes.

martes, 19 de febrero de 2019

UNA PERFECTA EDUCACIÓN


Enviado por Pedro

La adolescencia te prepara para todo... menos para sobrevivir a ella.

Cuando su padre la acompaña hasta la entrada del prestigioso internado Ault de Massachusetts, no parece que Lee Fiora añore demasiado a la familia que deja atrás en su pequeña ciudad de Indiana, seducida por las brillantes fotografías del elegante folleto promocional del centro: chicos de uniforme delante de vetustos edificios de ladrillo y chicas con falda escocesa y palos de lacrosse sobre un césped inmaculado. Pero como no tarda en descubrir, Ault es un mundo aparte, habitado por jóvenes ricos, hastiados y atractivos que se rigen por sus propios códigos. Tan intimidada como atraída por su deslumbrante entorno, Lee luchará por construir una nueva identidad que le permita seguir adelante, un delicado equilibrio entre dejar de sentirse una extraña y no olvidarse de ser ella misma.

Con una protagonista tan auténtica y llena de matices como el Holden Caulfield de Salinger o el Mick Kelly de Carson McCullers, Curtis Sittenfeld nos ofrece un afilado retrato de la intensa y contradictoria edad de los ritos de paso, una divertida, desprejuiciada y sensual puesta al día de la eterna novela de aprendizaje.

                En el libro, Lee nos va contando sus cuatro años de internado y todo lo que va experimentando y sintiendo: su inseguridad, sus miedos, sus dudas con respecto al sexo  (esa obsesión al principio por Gates Medkowski), sus problemas para hacer amistades y encajar en Ault (la mayoría de sus compañeros están muy por encima en la escala social y con mayores posibilidades económicas, por lo que a veces se avergüenza de sus orígenes), su primer amor (sí, ese, Cross, el chico más deseado por sus compañeras)… Y es esa forma de contar sus vivencias la que nos atrapa y la que hace que sigamos a Lee en su adolescencia.

lunes, 18 de febrero de 2019

LA CIENCIA ES ESPECIAL


Constituye el mejor modo del que disponemos para conocer cómo funciona el mundo y todo lo que hay en él… lo cual nos incluye a nosotros.

La gente lleva miles de años haciéndose preguntas acerca de lo que ve a su alrededor, y las respuestas que ha obtenido han variado mucho con el tiempo, del mismo modo que la ciencia. La ciencia es dinámica; se construye sobre las ideas y los descubrimientos que una generación transmite a la siguiente, y da pasos de gigante hacia delante cuando se realiza un descubrimiento completamente nuevo. Lo que no ha cambiado nunca es la curiosidad, la imaginación y la inteligencia de aquellos que se dedican a hacer ciencia. Es posible que hoy en día dispongamos de más conocimientos, pero las personas que pensaban en profundidad acerca de su mundo hace tres mil años eran tan inteligentes como nosotros.

Este libro no trata sólo de microscopios y tubos de ensayo, aunque ambos sean los elementos que la mayoría de la gente imagina al pensar en ciencia. Durante la mayor parte de la historia humana, la ciencia se ha utilizado junto con la magia, la religión y la tecnología para tratar de comprender y controlar el mundo. La ciencia puede representar algo tan sencillo como observar la salida del Sol cada mañana, o tan complicado como identificar un nuevo elemento químico. La magia podría consistir en mirar las estrellas para predecir el futuro o tal vez en alguna superstición, como mantenerse apartado del camino de un gato negro. La religión puede llevarte a sacrificar un animal para apaciguar a los dioses o rezar para que la paz se instaure en el mundo. La tecnología está relacionada con los conocimientos para encender un fuego o fabricar un nuevo ordenador.

La ciencia, la magia, la religión y la tecnología fueron utilizadas por las primeras sociedades humanas que se asentaron en los valles de los ríos de India, China y Oriente Medio. Dichos valles eran fértiles, lo que permitía plantar cada año cosechas suficientes para alimentar a una gran comunidad. Esto proporcionó a algunos miembros de estas comunidades tiempo suficiente para concentrarse en un tema, experimentar y experimentar, y convertirse en expertos en él. Los primeros «científicos» (aunque en aquella época no recibieran este nombre) eran, con toda probabilidad, sacerdotes.

Al principio, la tecnología (relacionada con el «hacer») era más importante que la ciencia (relacionada con el «saber»). Antes de cultivar con éxito, confeccionar ropa o cocinar la comida, es necesario saber qué hacer y cómo hacerlo. No hace falta saber por qué algunas bayas son venenosas o algunas plantas comestibles, para aprender a evitar las primeras y plantar las segundas. Tampoco hace falta que exista una razón para que el Sol salga cada mañana y se ponga cada noche, porque es algo que seguirá pasando cada día. Pero los seres humanos no sólo son capaces de aprender cosas acerca del mundo que les rodea, también son curiosos, y es esa curiosidad la que anida en el corazón de la ciencia.

William Bynum, Una Pequeña Historia de la Ciencia

domingo, 17 de febrero de 2019

BELCEBÚ SARCASMO



El reloj de péndulo que había sobre la cornisa de la chimenea puso en marcha sus engranajes rechinando. Se trataba de una especie de reloj de cuco, pero su artístico mecanismo representaba un pulgar dolorido sobre el que descargaba sus golpes un martillo.

—¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! —gritó.

Así pues, eran las cinco.

De ordinario, Belcebú Sarcasmo, Consejero Secreto de Magia, se ponía francamente de buen humor cuando lo oía dar las horas. Pero aquella tarde de San Silvestre le echó una mirada más bien pesarosa. Le hizo un gesto de rechazo con un leve movimiento de la mano y se dejó envolver por el humo de su pipa. Con el ceño fruncido, se sumió en sus cavilaciones. Sabía que le esperaba algo muy desagradable y que le iba a llegar muy pronto, a medianoche lo más tarde, al cambiar el año.

El mago estaba sentado en una cómoda butaca de orejas, que un vampiro muy dotado para la artesanía había fabricado personalmente, cuatrocientos años antes, con tablas de ataúdes. Los cojines estaban confeccionados con pieles de ogro, que, por el paso del tiempo, claro está, se hallaban ya un poco raídas. Este mueble era una herencia familiar y Sarcasmo lo tenía en gran estima pese a que, por lo demás, era de ideas más bien progresistas y estaba al día, cuando menos en lo que se refería a su actividad profesional.

La pipa en que fumaba representaba una calavera cuyos ojos, de cristal verde, se encendían con cada chupada. Las nubecillas de humo formaban en el aire figuras extrañas de los más diversos tipos: cifras y fórmulas, serpientes enroscándose, murciélagos, pequeños fantasmas y, sobre todo, signos de interrogación.

Belcebú Sarcasmo suspiró profundamente, se levantó y comenzó a caminar en su laboratorio de un lado para otro. Le iban a pedir cuentas, de eso estaba seguro. Pero ¿con quién tendría que vérselas? ¿Y qué podía aducir en su defensa? Y, sobre todo, ¿aceptarían sus motivos?

Su alta y esquelética figura se hallaba cubierta con una bata plisada de seda verde cardenillo (este era el color preferido del Consejero Secreto de Magia). Su cabeza, pequeña y calva, parecía apergaminada, como una manzana rugosa. Sobre su nariz aguileña se asentaban unas gafas enormes de montura negra y con unos cristales, fulgurantes y gruesos como lupas, que agrandaban sus ojos de forma poco natural. Las orejas le colgaban de la cabeza como el asa del cubo. Tenía la boca tan estrecha como si se la hubieran abierto en la cara con una navaja de afeitar. En resumidas cuentas, no era precisamente el tipo en el que se puede confiar a primera vista. Pero eso no le preocupaba lo más mínimo a Sarcasmo. Nunca había sido un personaje muy sociable. Prefería no dejarse ver y actuar en secreto.

Michael Ende, El Ponche de los Deseos

viernes, 15 de febrero de 2019

LA IMPORTANCIA DEL QUINCE DE FEBRERO


Todos los ex novios de Sandra creían en el azar, a pesar de que ella, psicóloga, tiene una mentalidad científica. El último la dejó el día siguiente a San Valentín, el año pasado. De modo que cuando esa fecha fatídica regresa, Sandra se pregunta si existe la fórmula exacta para dar con el hombre ideal. Inspirada por la paradoja de Fermi y por las obras de Isaac Asimov, tiene una revelación: utilizar los datos estadísticos de su trabajo para dar con la pareja perfecta.

Pero en ocasiones, ni los sistemas científicos ni las casualidades salen como una espera. A veces, lo importante es ser capaz de reconocer el amor cuando aparece, tener la valentía de enfrentarse a una misma y aceptar que las mejores cosas pueden llegar en el momento más inoportuno.

La última obra de Sofía Rhei es una novela de corte romántico con grandes dosis de humor, y esto lo que nos va a atrapar.

Comencemos con la protagonista, Sandra, una psicóloga que trabaja como analista de datos en una gran empresa; sumamente despistada, con grandes dosis de inseguridad y dispuesta a probar cualquier método para superar este problema. Tras ver un documental sobre el universo, decide llevar la estadística y el análisis de datos para encontrar un algoritmo para que una inteligencia artificial determine unas relaciones sentimentales exitosas, y para ello no dudará en robar las bases de datos de su empresa.

Le acompañan Sigmund, un felino un tanto capullo; su madre Maite, un tanto pasada de rosca en algunos aspectos, pues, cuando su marido la abandonó, decide adoptar a Isaac Asimov como padre de su hija; Rosa, una bibliotecaria minusválida en implacable con aquellos usuarios que no devolvían los libros a tiempo (genial su cita de La Historia Interminable); Gema, su compañera de trabajo, que la apoyará en su proyecto; Jorge, el friki informático un tanto rarito; Víctor, el hijo de la dueña de la empresa para la que trabaja Sandra, a quien le encanta la velocidad y no los negocios; Pablo, el nuevo novio de su madre, al que no quiere conocer…

jueves, 14 de febrero de 2019

L’AMOUR, C’EST L’AMOUR



Le resulta demasiado tentador. Haber encontrado a alguien que quizá sea capaz de entender el mundo en el que él ha vivido prácticamente durante toda su existencia… Sabe que no debería dejarse llevar, pero no puede evitarlo.
—Podría enseñárselo, si usted quisiera —propone, al cabo de un momento.
—Me encantaría —responde Isobel.
Terminan el vino y Marco le paga la cuenta a la mujer que está al otro lado de la barra. Se pone el bombín y coge a Isobel del brazo mientras abandonan el calor del café y echan a andar de nuevo bajo la lluvia.
Marco se detiene bruscamente a mitad de la manzana siguiente, justo delante de un patio grande rodeado por una verja. Está un poco apartado de la acera, como si fuera una especie de antecámara adoquinada con muros de piedra gris.
—Aquí está bien —dice. Aleja a Isobel de la acera y la conduce hacia el espacio entre el muro y la verja. La coloca de forma que la joven queda con la espalda apoyada en la piedra gris y húmeda del muro, y se sitúa justo delante de ella, tan cerca que la muchacha puede ver hasta la última gota de lluvia en el ala de su bombín.
—¿Bien para qué? —quiere saber Isobel, con la voz atenazada por el temor. Sigue lloviendo y no hay escapatoria posible. Marco se limita a levantar una mano enguantada para tranquilizarla, y se concentra en la lluvia y en el muro gris, tras la cabeza de ella.
Nunca, hasta ese momento, ha podido poner en práctica esa proeza concreta con nadie y no está del todo convencido de que vaya a salir bien.
—¿Confía usted en mí, señorita Martin? —le pregunta, dirigiéndole la misma mirada intensa que en el café, con la única diferencia de que ahora sólo unos pocos centímetros separan los ojos de ambos.
—Sí —responde ella, sin vacilar.
—Bien —contesta Marco.
Y, con un movimiento rápido, levanta la mano y la coloca con firmeza sobre los ojos de Isobel.
Ella, sobresaltada, se queda inmóvil. Es como si hubiera perdido por completo la visión; no ve nada y lo único que nota es el roce de la piel húmeda del guante de Marco. Se estremece, sin saber muy bien si se debe al frío o a la lluvia. Junto a ella, una voz susurra palabras que debe esforzarse para escuchar y que, aun así, no entiende. Poco después, deja de oír el golpeteo de la lluvia y tiene la sensación de que la pared de piedra en la que está apoyada se vuelve rugosa, cuando hasta ese momento le había parecido lisa. La oscuridad se le antoja algo más luminosa y, justo entonces, Marco baja la mano.
Isobel parpadea para que los ojos se le acostumbren a la luz, y ve al joven, que sigue delante de ella. Sin embargo, hay algo distinto: ya no se aprecian gotas de lluvia en el ala de su sombrero. En realidad, no hay gotas de lluvia en ninguna parte. Más bien al contrario: la luz del sol proyecta sobre él un leve resplandor, aunque no es eso lo que deja sin aliento a Isobel.
Lo que la deja sin aliento es el hecho de que ahora se encuentran en un bosque y que ella tiene la espalda apoyada en un enorme y añejo tronco. Los árboles son negros y carecen de hojas; sus ramas se extienden hacia la inmensa y radiante extensión azul que es el cielo, sobre sus cabezas. El suelo está cubierto por una finísima capa de nieve que brilla y centellea bajo la luz del sol. Es un hermoso día de invierno y no se ve ni un solo edificio en kilómetros a la redonda, únicamente una gran extensión de nieve y bosques. Un pájaro trina en un árbol cercano y, a lo lejos, otro le responde.
Isobel está desconcertada. Es real. Nota el calor del sol en la piel y la rugosidad de la corteza del árbol bajo los dedos. El frío de la nieve es palpable, aunque se da cuenta de que su vestido ya no está empapado de lluvia. Hasta el aire que le llega a los pulmones tiene la inconfundible frescura del campo, sin rastro alguno de la polución londinense. No puede ser real, pero lo es.
—Es imposible —dice, volviéndose hacia Marco. Él sonríe, y sus ojos, verdes, resplandecen bajo el sol del invierno.
—Nada es imposible —afirma él.
Isobel se echa a reír, con la risa aguda y alegre de una niña. Se le pasan por la cabeza miles y miles de preguntas, pero no es capaz de formular adecuadamente ni una sola de ellas. Y, entonces, de golpe, una imagen muy clara invade su mente: El Mago.
—Eres mago —asegura.
—Creo que hasta ahora nadie me había llamado así —responde Marco.
Isobel se echa a reír de nuevo y sigue riéndose en el momento en que él se inclina para besarla.
Dos pájaros revolotean sobre sus cabezas mientras una ligera brisa sopla entre las ramas de los árboles, en torno a los dos jóvenes. Los transeúntes de las oscuras calles de Londres no ven en ellos nada de extraordinario: sólo son dos jóvenes enamorados que se besan bajo la lluvia.

Erin Morgenstern, El Circo de la Noche

PREMIO ALEX 2012

martes, 12 de febrero de 2019

EL MAR


                Enviado por Silvia

Vivo en un tejado, tengo un barco hecho en su mayor parte de corcho blanco, una piedra mágica y una novia que no me lo creo.
Aunque esto no siempre ha sido así.
Por eso lo cuento.

Así comienza esta novela de Patricia García-Rojo, cuyo protagonista es Rob, un muchacho desgarbado que vive en un tejado, caza tesoros con su barco hecho de corcho blanco y está perdidamente enamorado de Lana. Dividido en cien capítulos cortos, el relato sorprende por su construcción en círculos que van desde un hecho anclado en la realidad –un tsunami– hasta la fantasía de una piedra rosa con propiedades mágicas, que le permite transformarse en cualquier persona que desee. Este descubrimiento pone su vida bocarriba y lo hace pasar por las situaciones más embarazosas.

Rob tenía 7 años cuando el mar se lo llevó todo. Ahora, once años después, la gente visita en catamarán los pueblos de los tejados, donde viven los que, como Rob, decidieron quedarse en los terrenos que ganó el mar. Para el resto de la gente han pasado a ser una atracción turística, y es que no todo el mundo entiende por qué no han vuelto tierra adentro, como los demás supervivientes. En ese mundo sólo puedes sobrevivir de dos formas: o como cazador de tesoros o alquilando equipos submarinos a los cazadores.

De lectura ágil, la novela sumerge al lector en una historia vitalista con el sabor del realismo mágico. Con unos sólidos personajes que parecen haber existido siempre, el amor, la aventura y la magia envuelven al lector y lo llevan hasta los mismos tejados desde donde Rob nos cuenta su vida.

El mayor atractivo de El mar son sus personajes. Rob se desmarca de todos los tópicos que últimamente estamos viendo en los personajes masculinos de la literatura juvenil; es un chico tranquilo, inteligente, que busca una felicidad sencilla, no solo para él sino para quienes le rodean. Los personajes secundarios funcionan bien, tanto de manera independiente como dentro de la comunidad, y los acabaremos conociendo a todos como si nosotros también hubiésemos vivido una temporada en los tejados.


Frente a estos personajes tenemos a los turistas, las personas que se trasladaron al interior y cuyas vidas siguen estando dirigidas por el dinero y esa ansia inagotable por tener más que los demás. Buscan la felicidad, pero están inmersos en su complicada rutina sin ver que eso es precisamente lo que les impide conseguirla.

La novela es una obra vitalista, un canto a la vida sencilla y a la búsqueda de la felicidad en los pequeños detalles, que pone en valor el sentido del humor y el amor como motores del mundo. Es una aventura de cazadores de tesoros en una ciudad sumergida bajo el mar, donde lo mágico se hace cotidiano y lo cotidiano se hace heroico.

PREMIO GRAN ANGULAR 2015

lunes, 11 de febrero de 2019

TURBACIÓN


A media canción se oyó un golpe en la puerta de entrada del granero y Hannah volvió la cabeza con curiosidad. No era habitual que nadie se retrasara durante los servicios religiosos.

Dos figuras altas vestidas de negro avanzaban con pasos rápidos por el pasillo central que se formaba entre las dos hileras de bancos. La figura de la izquierda era la del mismo predicador Sweitzer. Hannah se extrañó al verlo entrar de aquella manera cuando ya debería estar ocupando su lugar en el púlpito hacía rato.

Poco antes de llegar a su altura se detuvo un instante y Hannah se dio cuenta con horror de que la persona que lo acompañaba y que ahora estaba ocupando un lugar en un banco, justo detrás de ella, no era otro que el inglés que la había fotografiado aquella mañana.

Cuando sus miradas se encontraron, Hannah volvió la cabeza hacia el frente con rapidez, disimulando su asombro. Las hileras de bancos estaban tan cerca las unas de las otras que pudo percibir perfectamente el olor del forastero, fresco y peligroso como una tormenta a punto de estallar. La congregación siguió cantando mientras ella trataba de que no se notara su turbación:

¡Cuida de mi corazón y de mi boca!

De repente, Hannah distinguió entre la multitud de voces conocidas una nueva, profunda y masculina, teñida de una vibración tan pura que la hizo estremecerse. Era un canto alegre que desprendía tal despreocupación y confianza en el mundo que tuvo que dejar de cantar, deseosa de perderse en aquel sonido inaudito. Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras su corazón vibraba al ritmo de la cadencia de la melodía.

Hannah se volvió con disimulo y comprobó que se trataba del extranjero, que cantaba sin vacilaciones un salmo que a ella le había costado años aprender:

¡Sostenme con tu amor!
Algo de ese amor viaja ya conmigo.
El trago del sufrimiento se muestra ante nosotros
pero también lo hacen las falsas enseñanzas.
Son muchos los que tratan de apartarnos
de Cristo nuestro Señor.
Por eso, te entrego mi alma. No permitas que me avergüence.
No dejes que el enemigo se exalte gracias a mí.

El himno acabó y Hannah se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración. Jamás había oído a nadie entonar de aquel modo. Los cánticos de los amish eran lúgubres y extraños. La letra ni siquiera rimaba, pero en boca de aquel extranjero la música había cobrado otra dimensión. Su pronunciación era curiosa, pero aun así… Soltó todo el aire que acumulaba en los pulmones maravillada.

Rocío Carmona, El Corazón de Hannah

domingo, 10 de febrero de 2019

SI ME QUIERES, QUIÉREME ENTERA,


no por zonas de luz o sombra…
si me quieres, quiéreme negra
y blanca. Y gris, y verde, y rubia,
quiéreme día,
quiéreme noche…
¡Y madrugada en la ventana abierta!

Si me quieres, no me recortes:
¡quiéreme toda… o no me quieras!

Dulce María Loynaz

viernes, 8 de febrero de 2019

ONDINA O LA IRA DEL FUEGO



Un teatro en llamas celebrando las nupcias del fuego y el agua. Una representación convertida en una hoguera en mitad de la noche, clausurando las funciones de Ondina, la primera ópera del Romanticismo alemán, compuesta por el escritor E. T. A. Hoffmann, amante de los cuentos de terror y bebedor inveterado, basándose en la historia de Friedrich de la Motte Fouqué. Un ágape tras las llamas en el que también se desata un incendio, un banquete báquico donde las narraciones fluyen tan deprisa como el vino y el deseo. Un enigma que se desliza por el cuerpo y el alma de los asistentes: ¿quién ha quemado el recinto y desea el cese del espectáculo? ¿Es la envidia una pasión cuyo poder supera todas las creaciones del arte?

En esta poderosa e imaginativa novela, Irene Gracia, en homenaje a los 200 años de la obra, da voz a Johanna Eunicke, la cantante que interpretó a Ondina, a la par que recrea las fantásticas tertulias organizadas por Hoffmann, origen de los nuevos géneros que convertirían el Romanticismo en un movimiento liberador, capaz de desplegar ante los hombres todos los misterios de la naturaleza y la nocturnidad.

                Primero asistimos a los preparativos, ensayos y primeras representaciones de la opera, donde vemos como los personajes se van apoderando de los actores y cantantes y florecen la envidia, la rivalidad y los celos entre ellos.

La misma noche del incendio, Eunicke y Hoffmann convocan un banquete, donde participan todos los implicados en la obra, para intentar averiguar quién ha sido el responsable. y que se desarrollará al modo de las veladas serafinas que solían celebrar en Berlín, donde los contertulios conversaban sobre arte y filosofía y también relataban cuentos fantásticos que eran sometidos al juicio de los demás. Tras la cena, los comensales comienzan a contar esos cuentos de misterio y fantasía propios del Romanticismo: una joven y su muñeca intercambian almas y cuerpos; un piano negro que hace que sus interpretes alcancen la genialidad; cómo nacen los ángeles… o Clarisa, reina de Sirgén, relato que inicia el propio Hoffmann, y los demás deberán continuar a modo de un cadáver exquisito. Esta es la mejor parte del libro.

                Nos encontramos con un libro que nos atrapa, que nos enreda, pues de una historia pasamos a otros relatos que nos envuelven con sus peculiares misterios y secretos, cuidando en ellos el estilo y la temática del Romanticismo; con ellos nos desentendemos de la causa de esa cena: ¿quién ha provocado el incendio? No nos importa, sólo queremos más cuentos.

jueves, 7 de febrero de 2019

LOS MITOS GRIEGOS


Casi todas las artes y ciencias útiles nos fueron dadas por los antiguos griegos: la astronomía, las matemáticas, la ingeniería, la arquitectura, la medicina, la economía, la literatura y el derecho. Incluso el lenguaje científico moderno está formado mayoritariamente por palabras griegas. Ellos fueron el primer pueblo de Europa en escribir libros; y dos largos poemas de Homero —acerca del asedio de Troya y sobre las aventuras de Odiseo— se leen todavía con placer, aunque su autor viviera antes incluso del 700 a. C. Después de Homero llegó Hesíodo, quien, entre otras cosas, escribió sobre dioses, guerreros y la creación. Los griegos tenían un gran respeto por Homero y Hesíodo, y las historias (hoy llamadas «mitos») que ellos y otros poetas narraron se convirtieron en parte de la cultura, no sólo de Grecia, sino de cualquier lugar donde llegara la lengua griega: desde Asia occidental hasta el norte de África y España.

Roma conquistó Grecia unos ciento cincuenta años antes del nacimiento de Cristo, pero los romanos admiraban tanto la poesía griega que continuaron leyéndola, incluso después de convertirse al cristianismo. La cultura romana se extendió por toda Europa y, al final, llegó sin grandes cambios desde Inglaterra hasta América. Cualquier persona culta debía conocer la mitología griega casi tan bien como la Biblia, aunque sólo fuera porque el mapa griego del cielo nocturno, aún utilizado por los astrónomos, era un libro ilustrado de los mitos. Algunos grupos de estrellas están formados por perfiles relacionados con las personas y los animales mencionados en aquella mitología: héroes como Heracles y Perseo; el caballo alado Pegaso; la bella Andrómeda y la serpiente que casi la devora; el cazador Orión; el centauro Quirón; la popa del Argos; el carnero del vellocino de oro, y tantos otros.

Estos mitos no son solemnes, como las historias bíblicas. La idea de que pudiera haber un solo Dios y ninguna diosa no gustaba a los griegos, que eran un pueblo listo, pendenciero y divertido. Pensaban que el cielo estaba gobernado por un linaje divino muy parecido al de cualquier familia humana acaudalada, pero inmortal y todopoderoso; y solían reírse de ellos, al mismo tiempo que les ofrecían sacrificios. Incluso hoy, en pueblos europeos recónditos, donde un hombre rico es propietario de muchas casas y tierras, sucede más o menos lo mismo. Todos los habitantes del pueblo han sido educados con el propietario y le pagan un alquiler con regularidad. Pero a sus espaldas suelen decir: «¡Qué tipo más soberbio, violento y antipático! ¡Qué mal trata a su mujer… y ella no para de chincharle! ¿Y sus hijos? ¡Vaya una pandilla! La hija, tan guapa, está loca por los hombres y se comporta de cualquier manera; el chico que está en el ejército es un matón y un cobarde, y el que acompaña a su padre y cuida del ganado es un bocazas del que no te puedes fiar… Por cierto, el otro día me contaron…».

Así era como los griegos hablaban de su dios Zeus y de Hera, la esposa de éste; de Ares, dios de la guerra e hijo de esta pareja; y también de Afrodita, Hermes y el resto de la pendenciera familia. Los romanos les dieron nombres distintos: Júpiter en lugar de Zeus, Marte en lugar de Ares, Venus en lugar de Afrodita, Mercurio en lugar de Hermes…, sustantivos que hoy identifican a los planetas. Los guerreros, la mayoría de los cuales aseguraban ser hijos de dioses con madres humanas, solían ser antiguos reyes griegos, cuyas aventuras fueron repetidas por los poetas para satisfacción de sus orgullosos descendientes.

Robert Graves, Dioses y Héroes de la Antigua Grecia

miércoles, 6 de febrero de 2019

EL BUSCADOR DE LIBROS



Supongo que alguna vez hubo una meta y uno sabía lo que buscaba o necesitaba leer por las razones que fuera. Pero ya hace mucho que las metas se quedaron en la cuneta de los buenos propósitos y el deseo de búsqueda se cumple en sí mismo: es la diferencia que hay entre correr 1500 metros o 5000 o los que sean, y sencillamente echarse a correr. La biblioteca es un organismo que rechaza la idea del todo: en aquella vieja disputa entre filósofos de antes de Sócrates –disputa que reverbera en discusiones teológicas de algunos científicos actuales–, entre el todo y el infinito, la biblioteca cree firmemente en el infinito, desprecia la mera posibilidad de que haya un todo. Siempre hay algún volumen por conquistar, alguno que está más allá, no sólo los que pertenecen al futuro, también los que se esconden en los pliegues del pasado.

Ahora depende de los días, la curiosidad la sigo teniendo despierta y con hambre, así que basta con que un columnista mencione un libro que no conozco para que se me abra el apetito, basta enterarme, en un prólogo, en una conversación, de la existencia de un libro apetitoso que yo ignoraba para que me ponga a la tarea de conseguirlo (...)

No recuerdo un día en que no haya buscado libros. Desde que entramos en la era de internet exige menos esfuerzo físico, es cierto, y el montón de posibilidades que se te brindan es un espejismo: AbeBooks tiene un sistema de alertas gracias al que puedes introducir los datos de los libros que vas buscando para que quedes avisado en el momento en el que alguien los ponga a la venta, yo debo de haber ingresado ahí los datos de medio millar de libros de los que sólo un diez por ciento ha acabado apareciendo –lo que no quiere decir que los haya comprado, porque a menudo salían a precios disparatados o por lo menos imposibles para una cartera como la mía. Lo cierto es que si no echo de menos más de la cuenta las librerías de viejo de mi juventud es seguramente porque mi casa se ha convertido en una librería de viejo (aplicada a alguna época, ay, esta frase no tiene un gramo de metáfora).

Este es un libro de encargo (…)  Es sólo una memoria desordenada, porque la búsqueda de libros es así, desordenada, azarosa: es su principal encanto, saber cuando sales de caza que no sabes con qué te vas a encontrar, lo que te exige aquello que Nietzsche pedía para apreciar la melodía de la existencia: estar atentos, permanentemente atentos. Vamos allá.

Juan Bonilla, La Novela del Buscador de Libros

lunes, 4 de febrero de 2019

REMORDIMIENTOS



Pablo camina, paso a paso. Nota la humedad de la madrugada en su rostro. La oscuridad allí, en plena naturaleza, muestra esa noche tonalidades metálicas. Un escenario que encaja bien con su estado de ánimo.
Una noche para morir. Para terminar con todo.
El muchacho continúa por el sendero que lo aleja del campamento, en silencio. Avanza arrastrando los pies. No vuelve la vista atrás, ni siquiera presta atención a los sonidos procedentes de la espesura.
Ya nada importa. En su interior, la oscuridad es mucho mayor. No puede huir de ella, como tampoco puede huir de ellos. No hay salida. Y el amanecer queda tan lejos… pasarán horas hasta que adviertan su ausencia.
Y para entonces será demasiado tarde.
Las copas de los árboles se recortan contra el firmamento. El muchacho ha alzado el rostro, sus pupilas se pierden en un cielo sin estrellas.
Pablo ha llegado hasta la orilla del lago. La madera cruje ahora bajo su peso; se encuentra ya en el embarcadero, lo recorre lentamente. Esa senda de tablones que se asoma al pantano, más allá de la última tabla, conduce a la muerte.
No cabe otro desenlace. No a sus ojos.
Se sitúa al borde. Dedica unos minutos a contemplar su reflejo, el brillo de las aguas y ese vaivén tenue con el que golpean contra el muelle.
Tiene miedo.
No es capaz de mantener por más tiempo su propia mirada. Y, sin pronunciar palabra, salta.
Experimenta la frialdad del agua conforme su cuerpo se hunde. No grita, no chapotea, no hace ningún esfuerzo por intentar mantenerse a flote. Se ha rendido. Poco a poco desaparece de la superficie. Una de sus manos brota de repente, surge para extender sus dedos en un gesto de vacilación antes de ser tragada por las aguas definitivamente.
La serenidad vuelve entonces al lago, la noche se cierra sobre el paisaje como si nada hubiera sucedido.
Cerca, los compañeros duermen en el campamento.

David, Lozano, Hyde

domingo, 3 de febrero de 2019

SI DE VERDAD LES INTERESA LO QUE VOY A CONTARLES,


lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfieldpero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante lasNavidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco. A D. B. tampoco le he contado más, y eso que es mi hermano. Vive en Hollywood. Como no está muy lejos de este antro, suele venir a verme casi todos los fines de semana. Él será quien me lleve a casa cuando salga de aquí, quizá el mes próximo. Acaba de comprarse un «Jaguar», uno de esos cacharros ingleses que se ponen en las doscientas millas por hora como si nada. Cerca de cuatro mil dólares le ha costado. Ahora está forrado el tío. Antes no. Cuando vivía en casa era sólo un escritor corriente y normal. Por si no saben quién es, les diré que ha escrito El pececillo secreto, que es un libro de cuentos fenomenal. El mejor de todos es el que se llama igual que el libro. Trata de un niño que tiene un pez y no se lo deja ver a nadie porque se lo ha comprado con su dinero. Es una historia estupenda. Ahora D. B. está en Hollywood prostituyéndose. Si hay algo que odio en el mundo es el cine. Ni me lo nombren.

J.D. Salinger, El Guardián entre el Centeno

viernes, 1 de febrero de 2019

LOS FANTASMAS DE BÉCQUER



Las Rimas de Bécquer que conocemos no son las originales. El primer manuscrito se perdió durante la revolución de 1868. ¿Qué precio tendría hoy si se descubriera? ¿Habría alguien dispuesto a matar por él? ¿Creía Bécquer en el espiritismo, o su mundo de espectros y nieblas se limitaba a sus Leyendas?

Mariano Urresti nos ofrece una trepidante aventura en la que se entremezclan vivos y muertos, y comenzará cuando alguien descubra que los poemas perdidos cayeron, por azar, en manos de uno de los oficiales de las SS que acompañó a Heinrich Himmler durante su viaje a Madrid, en octubre de 1940.

Desalmados coleccionistas de libros, mercaderes de arte, asesinos a sueldo y Miguel Capellán –un periodista sin escrúpulos–, buscarán el original de las Rimas en un viaje que nos conducirá a través del tiempo, desde el Desembarco de Normandía hasta nuestros días.

Mont Saint-Michel, Sevilla, Madrid y Toledo, serán los escenarios donde todos ellos juegan sus cartas apostando, en ocasiones, la vida en el empeño.

Pasiones, asesinatos y amargas historias de amor de vivos y muertos para descubrir si el retrato bohemio de Bécquer responde a su verdadero rostro.

                Retomando un personaje de una novela anterior, el periodista amoral Miguel Capellán de La Tumba de Verne, Mariano Urresti nos ofrece una nueva trama donde vuelve a rendir homenaje a uno de los escritores que nos acompañaron en nuestra juventud (como hizo en Las Violetas del Círculo Sherlock o Agatha Escribía con Sangre); en este caso, se trata de Bécquer, cuya figura y obra poética planean por toda la obra.

                Varias historias se entrecruzan: Ivan, quien convoca un concurso de cartas de amor y desamor, al que se presenta Lucía, una estudiante de periodismo, que es admiradora de Miguel Capellán y una de sus antepasadas fue amante del poeta en Toledo; Miguel, nuestro periodista y escritor de best-sellers de éxito sin imaginación, al buscar información sobre Bécquer y su relación con el espiritismo, se entrevista con Gallardo, un especialista que quiere destruir el estereotipo del poeta romántico; Bastian, el oficial de las SS, que se hizo con el cuaderno original de las Rimas y desertará cuando el desembarco de Normandía; Julie, la anciana francesa, que viaja a Sevilla para desvelar a Miguel un secreto; el matrimonio de la jet-set que se está divorciando, y cada uno de ellos quiere apoderarse del manuscrito por diversos motivos…