lunes, 4 de febrero de 2019

REMORDIMIENTOS



Pablo camina, paso a paso. Nota la humedad de la madrugada en su rostro. La oscuridad allí, en plena naturaleza, muestra esa noche tonalidades metálicas. Un escenario que encaja bien con su estado de ánimo.
Una noche para morir. Para terminar con todo.
El muchacho continúa por el sendero que lo aleja del campamento, en silencio. Avanza arrastrando los pies. No vuelve la vista atrás, ni siquiera presta atención a los sonidos procedentes de la espesura.
Ya nada importa. En su interior, la oscuridad es mucho mayor. No puede huir de ella, como tampoco puede huir de ellos. No hay salida. Y el amanecer queda tan lejos… pasarán horas hasta que adviertan su ausencia.
Y para entonces será demasiado tarde.
Las copas de los árboles se recortan contra el firmamento. El muchacho ha alzado el rostro, sus pupilas se pierden en un cielo sin estrellas.
Pablo ha llegado hasta la orilla del lago. La madera cruje ahora bajo su peso; se encuentra ya en el embarcadero, lo recorre lentamente. Esa senda de tablones que se asoma al pantano, más allá de la última tabla, conduce a la muerte.
No cabe otro desenlace. No a sus ojos.
Se sitúa al borde. Dedica unos minutos a contemplar su reflejo, el brillo de las aguas y ese vaivén tenue con el que golpean contra el muelle.
Tiene miedo.
No es capaz de mantener por más tiempo su propia mirada. Y, sin pronunciar palabra, salta.
Experimenta la frialdad del agua conforme su cuerpo se hunde. No grita, no chapotea, no hace ningún esfuerzo por intentar mantenerse a flote. Se ha rendido. Poco a poco desaparece de la superficie. Una de sus manos brota de repente, surge para extender sus dedos en un gesto de vacilación antes de ser tragada por las aguas definitivamente.
La serenidad vuelve entonces al lago, la noche se cierra sobre el paisaje como si nada hubiera sucedido.
Cerca, los compañeros duermen en el campamento.

David, Lozano, Hyde

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