Estiro la mano
para tomar mi cartera, que todavía está debajo del asiento de la ventanilla, y
saco mi ejemplar de bolsillo de Muerte en el Nilo, de Agatha Christie. Lo
compré en Atenas.
«Debe ser más
o menos igual que la muerte en todas partes», me dijo el marido de Zoe cuando
aparecí en el hotel de Atenas con el libro.
«¿Qué?», le
dije yo.
«Tu libro», me
dijo, señalando el ejemplar de bolsillo y sonriendo como si fuera un chiste.
«El título. Me imagino que la muerte en el Nilo es igual que la muerte en todas
partes».
«¿O sea?», le
pregunté.
«Los egipcios
creían que la muerte era muy similar a la vida», terció Zoe. Acababa de comprar
Egipto Fácil en la misma librería. «Para los antiguos egipcios, el más allá era
un lugar muy parecido al mundo que habitaban. Estaba presidido por Anubis, que
juzgaba a los difuntos y decidía sus destinos. Nuestros conceptos del Paraíso
Final no son otra cosa que refinamientos modernos de las ideas egipcias», dijo,
y comenzó a leer Egipto Fácil en voz alta, lo cual puso fin a nuestra
conversación. Por lo tanto, todavía no sé qué piensa el marido de Zoe que es la
muerte, en el Nilo o en cualquier otro lado.
Abro Muerte en
el Nilo y trato de leer, pensando que Hércules Poirot quizás lo sepa, pero el
avión salta demasiado. Casi inmediatamente siento el estómago revuelto; después
de media página y tres saltos más, lo guardo en el bolsillo del asiento, cierro
los ojos y me pongo a fantasear con la idea de matar a alguien. Es un perfecto
escenario estilo Agatha Christie. Ella siempre pone unas cuantas personas en
una casa de campo o en una isla. En Muerte en el Nilo están en un barco a vapor
que navega por el Nilo, pero el avión es mucho mejor. Las únicas personas aquí dentro,
aparte de nosotros, son las azafatas y un grupo de turistas japoneses que
aparentemente no hablan inglés, pues de lo contrario estarían arracimados
alrededor de Zoe, pidiéndole que les indique cómo llegar a la Esfinge.
La turbulencia
disminuye un poco y abro los ojos y estiro la mano para volver a tomar el
libro. Lo tiene Lissa.
Lo tiene
abierto, pero no está leyendo. Me está mirando a mí, esperando que yo me dé
cuenta, esperando que yo diga algo. Neil parece nervioso.
—¿Ya habías
terminado, verdad? —me dice ella, sonriendo—. No lo estabas leyendo.
En los libros
de Agatha Christie todos tienen un motivo para cometer el asesinato. Y el
marido de Lissa no para de beber desde que estábamos en París y Zoe no permite
que su marido termine de pronunciar una sola frase. La policía podría pensar
que el marido de Zoe enloqueció de repente. O que trató de matar a Zoe y que al
disparar le acertó a Lissa por error. Y en el avión no hay ningún Hércules
Poirot que les diga quién cometió realmente el crimen, que resuelva el misterio
y les explique todos los acontecimientos extraños.
Connie Willis, Muerte en el Nilo
PREMIO HUGO 1994
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