Surgió primero
la edad de oro, que, sin autoridad ninguna, de forma espontánea, sin leyes,
practicaba la lealtad y la rectitud .No existía el castigo, ni el miedo, ni se
leían amenazas en placas de bronce expuestas en público, ni la masa en actitud
suplicante temía la mirada de su juez, sino que estaba protegida sin que nadie
la defendiera. El pino aún no había sido derribado en sus montes de origen, ni
había descendido hasta las aguas transparentes para recorrer el universo
desconocido, y los seres humanos no conocían más riberas que las propias. Los
escarpados fosos no rodeaban aún las ciudades; no existían rectas trompas de bronce,
ni cuernos en espiral, ni cascos, ni espadas; los pueblos, sin necesidad de
guerreros, disfrutaban tranquilamente la dulzura de la paz. La propia tierra,
libre, sin que la azada la tocase ni la desgarrase el arado, lo ofrecía todo
espontáneamente; contentos con los alimentos que nacían sin que nadie los
obligase, cogían los frutos del madroño, las fresas silvestres, los frutos del
cornejo, las moras adheridas a las ásperas zarzas y las bellotas que caían del
copudo árbol de Júpiter. Era una eterna primavera, y los suaves Céfiros
acariciaban con sus brisas templadas las flores que nacían sin semilla.
Enseguida, la tierra producía cosechas sin ser arada, y el campo amarilleaba de
espigas cargadas de grano sin que lo dejasen en barbecho; corrían ríos de
leche, ríos de néctar y de las encinas de verde follaje brotaban doradas gotas
de miel.
Cuando el
mundo quedó bajo el dominio de Júpiter, tras ser arrojado Saturno al tenebroso
Tártaro, apareció la estirpe de plata, inferior a la de oro, más preciosa que
la de amarillo bronce. Júpiter acortó el tiempo de la antigua primavera y
distribuyó el año en cuatro épocas con inviernos, veranos, otoños variables y
una breve primavera. Entonces el aire refulgió por vez primera, agostado por la
sequedad del calor, y colgaron los carámbanos congelados por los vientos.
Entonces empezaron a refugiarse en casas (casas fueron las cuevas, y la
espesura de los arbustos, y las estacas unidas con corteza de árbol). Entonces fueron
enterradas en los surcos alargados las primeras semillas de Ceres, y los
novillos empezaron a gemir, oprimidos por el yugo.
A aquélla le
sucedió una tercera estirpe, de bronce, de naturaleza más cruel, y más inclinada
a las espantosas armas, pero no perversa.
La última es
de duro hierro; inmediatamente, en esa edad de metal inferior surgió todo el
mal; huyeron el pudor, la verdad y la lealtad, y ocuparon su lugar el engaño y
la trampa, la insidia y la violencia, y el deseo perverso de poseer. Daba el
marino su vela a los vientos sin conocerlos aún, y la madera de las quillas,
que había permanecido largo tiempo en lo alto de los montes, brincaba sobre
mares desconocidos, y un agrimensor precavido marcó con una larga linde la
tierra, antes común como la luz del sol y las brisas. Y no sólo reclamaron al
suelo pródigo las cosechas y el alimento necesario, sino que penetraron en las
entrañas de la tierra y excavaron lo que provoca desgracias, las riquezas que
ella había ocultado situándolas junto a la tenebrosa Estigia.
El pernicioso
hierro y el oro más pernicioso que el hierro ya habían aparecido; aparece la
guerra, que utiliza a ambos para luchar, y agita en su mano ensangrentada las
resonantes armas. Se vive del saqueo; el huésped no está a salvo de su
anfitrión, ni el suegro de su yerno; incluso entre hermanos escasea la buena
disposición. El hombre ansía la muerte de su esposa, ésta, la de su marido;
malvadas madrastras mezclan brebajes de acónito que hacen palidecer, el hijo
pregunta antes de tiempo por la edad de su padre. El amor filial yace
derrotado, y la virgen Astrea abandona, la última de los inmortales, la tierra
empapada en sangre.
Ovidio, Metamorfosis
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