Tengo la gran
suerte de ser profesor de ciencias en secundaria, lo que, además de permitirme
estar en contacto con gente joven como tú, Nicolás, me obliga a mantener la
mente bien despierta. Los profesores pretendemos que nuestro mensaje llegue a
los cerebros de los alumnos con la menor distorsión posible. Eso se consigue
con una doble estrategia. Por un lado, se trata de captar vuestra atención
durante la mayor parte del tiempo, y para ello es necesario transmitir la
propia pasión por lo que uno enseña. Por otro, se hace necesario en muchas
ocasiones presentar la información desde ángulos que nunca antes habíamos
tenido en cuenta.
Ser profesor
de ciencias me ha permitido constatar que lo que se pretende en los planes de
estudio es que los alumnos terminéis aprendiendo, sobre todo, conocimientos adquiridos
por la ciencia: desde las leyes de Newton al funcionamiento del riñón humano,
desde la formulación de las oxisales hasta la fotosíntesis, desde la
polinización hasta la deriva continental. Sin embargo, apenas comienza ahora a
aparecer en los planes de estudio de la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) una
breve unidad didáctica en la que se explica en qué consiste la ciencia. En mi
opinión, este pequeño cambio es positivo, pero insuficiente.
La ciencia es
una herramienta muy poderosa para descifrar el funcionamiento del mundo, y no
hay más que estar un poco atento a nuestro alrededor para comprobar que muy
pocas personas comprenden no solo cómo funciona dicha herramienta sino también
qué la diferencia de otras actividades humanas relacionadas con la adquisición
del saber, algunas tan válidas como la filosofía, y otras, como las que
podríamos denominar pseudociencias, cuando menos erróneas.
Un
conocimiento más profundo de los modos de actuar de la ciencia puede
proporcionar a todas las personas el fundamento en el que basar un sentido
crítico y un sano escepticismo, en el buen sentido de la palabra, para caminar
por la vida de una forma más racional y, me atrevería a añadir, con más libertad.
Eso sin olvidar que la cultura científica —si es que se puede poner
calificativos a la cultura— es en sí misma una inmensa fuente de satisfacción
para quien la posee. En definitiva, creo que conviene promover el conocimiento
de las “interioridades” de la ciencia, así como la reflexión sobre qué es
realmente esa forma de pensar que ha permitido en los últimos siglos la
aparición, para bien o para mal, de una sociedad a la que podríamos calificar
como científicotécnica: la nuestra.
A partir de
estas reflexiones me he animado a escribir este libro. En él abordo la ciencia
y sus modos de actuar, y lo escribo a partir de ideas que he ido
“coleccionando”, motivado por el contacto con mis alumnos y por charlas intrascendentes
de sobremesa. Por eso te lo dirijo a ti, Nicolás, uno de mis últimos alumnos.
Imagino que bastantes otros lectores serán como tú, estudiantes adolescentes de
enseñanzas medias. Sin embargo, pretendo que el abanico de esos posibles
lectores sea lo más amplio posible.
Además de a ti
y a otros estudiantes, este libro puede resultar interesante a vuestros padres,
que muchas veces intentan colaborar en vuestros estudios, a otros profesores de
ciencias naturales, a quienes ya abandonaron hace tiempo los estudios y quieren
recordar conceptos que han escapado de su memoria, a quienes por unas u otras
razones no tuvieron la ocasión de completar los estudios básicos, a quienes
sienten dudas cuando se les presenta la información científica y, sobre todo, a
quienes tienen alguna inquietud por comprender en qué consiste la labor de los
científicos y sospechan que no es oro todo lo que reluce cuando se apela a la
ciencia como garante de muchas presuntas verdades.
Al fin y al
cabo, continuamente estamos oyendo opiniones, y emitiéndolas, sobre temas de honda
raíz científica como la validez farmacológica de determinadas sustancias,
actuaciones medioambientales, dinero destinado a la investigación, genética
humana, etc. En todos esos asuntos las decisiones que se toman son de gran
relevancia y tenemos derecho a saber e incluso a decidir por nosotros mismos.
No es, sin embargo, el propósito de este libro explicar en qué consisten dichas
cuestiones. Aunque sí me gustaría lograr con él despertar tu curiosidad, y la
de otros lectores, y motivarte a buscar respuestas a las dudas que puedas tener
al respecto.
Con este
libro, por tanto, no pretendo divulgar conocimientos científicos. Haré
referencia a alguno de ellos cuando sea necesario, o como ejemplo que te ayude
a entender la idea principal, además de para hacer más llevadera tu lectura.
Pero insisto en que mi interés se centra en que conozcas mejor los fundamentos
de la ciencia.
Carlos Chordá, Ciencia para
Nicolás
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