—Tenemos té de
grosella negra —dije, yendo a la cocina para poner a hervir la tetera—. E
higos. Por favor, considérense en casa. Presentes, el Dickens está en esa
librería, el estante de arriba, y el Scott justo debajo.
Saqué el
azúcar y la leche y los pastelillos glaseados que había comprado para Gemma.
Retiré el papel de aluminio del budín de ciruela.
—Cortesía de
sir Spencer Siddon que, desgraciadamente, sigue siendo un miserable —dije,
depositándolo sobre la mesa—. Lamento que no hallaran a nadie a quien reformar.
—Hemos tenido
un pequeño éxito —dijo Presentes desde la librería, y Marley sonrió
taimadamente.
—¿Quién?
—dije—. No Mama Montoni.
La tetera se
puso a silbar. Eché el agua sobre el té y lo traje a la mesa.
—Vamos, vamos,
siéntense. Presentes, traiga su libro consigo. Puede leernos un poco mientras
se hace el té. —Adelanté una silla para él—. Pero primero tiene que hablarme de
esa persona a la que reformó.
Marley y Aún
Por Venir se miraron como si compartieran un secreto, y ambos miraron al
Espíritu de las Navidades Presentes.
—Ha leído
usted el Marmion de Scott, ¿no? —dijo, y supe que, fuera lo que fuese, no iban
a decírmelo. ¿Una de las personas en la cola, quizá? ¿O el propio Harridge?
—Siempre he
pensado que Marmion era un poema excelente para Navidad —dijo Presentes, y
abrió el libro—. “Y nuestros sires cristianos de antaño —leyó— amaron cuando el
año rodó su curso, y trajeron de nuevo la alegre Navidad, con todas sus cosas
hospitalarias.”
Serví el té.
—“El ponche,
en sus buenas poncheras de barro —leyó— adornadas con cintas, se alza alegre.”
—Dejó el libro y alzó su taza de té en un brindis—. ¡Por sir Walter Scott, que
sabía cómo mantener la Navidad!
—Y por el
señor Dickens —dijo Marley—, el fundador de la fiesta.
—¡Y por los
libros! —dije yo, pensando en Gemma y en Una princesita—, que instruyen y nos
sostienen en los tiempos difíciles.
—“¡Apilad más
madera! —leyó Presentes, tomando de nuevo su libro—. El viento es helado; pero
dejad que silbe a voluntad, mantendremos nuestras Navidades alegres pese a
todo.”
Serví más té,
y comimos los pastelillos glaseados y los higos de Gemma y la mitad de un
pastel de carne que hallé en la parte de atrás del frigorífico, y Presentes nos
leyó “Lochinvar” con efectos sonoros.
Y mientras
traía la segunda tetera de hirviente agua, el reloj empezó a sonar las horas y,
fuera, las campanas de las iglesias se pusieron a tañer. Miré el reloj.
Imposiblemente, era medianoche.
—¡Ya es
Navidad! —dijo jovialmente Presentes—. Las veladas con los amigos vuelan
demasiado aprisa.
—Y son los
amigos quienes las hacen volar —dije yo.
—Por los
pequeños éxitos —dijo Marley, y alzó su taza hacia mí.
Miré al
Espíritu de las Navidades Presentes, y luego al de las Navidades Aún Por Venir,
cuyo rostro todavía no podía ver, y luego de vuelta a Marley. Sonrió
astutamente.
—Vamos, vamos
—dijo Presentes en el silencio que se formó—. Todavía no hemos brindado por las
Navidades Aún Por Venir.
—Sí, sí —dijo
Marley, haciendo sonar excitadamente sus cadenas—. Habla, Espíritu.
Aún Por Venir
tomó el asa de su taza de té con sus huesudos dedos y la alzó.
Contuve el
aliento.
—Por la
Navidad —dijo, ¿y por qué siempre había temido aquella voz? Era clara e
infantil. Como la voz de Gemma diciendo: “Estaremos juntos la próxima
Navidad.”—. Por la Navidad —dijo el Espíritu de las Navidades Aún Por Venir, y
su voz se hizo más fuerte a cada palabra—. Dios nos bendiga a Todos.
Connie Willis, Adaptación
No hay comentarios:
Publicar un comentario