La idea para
este libro se me ocurrió cuando me encontraba en una cafetería al sur de
Londres. Me fijé en los empleados de pompas fúnebres que tenía enfrente y hubo
algo en su nombre, Constable & Toop, que me llamó la atención. Después de
anotar el nombre en una libreta, el resto de la página se llenó rápidamente con
el esbozo de una historia. Debo señalar que aparte de compartir el mismo lugar
de trabajo en Honor Oak, la funeraria descrita en estas páginas no guarda ninguna
relación con el negocio homónimo que me sirvió de inspiración.
La historia
está ambientada en 1884, durante el cuadragésimo séptimo año de regencia de la
reina Victoria. El duelo era una parte importante de la cultura victoriana. La
propia reina vistió de luto durante más de dos décadas tras la muerte de su
amado esposo, Albert. Siguiendo su ejemplo, los rituales de duelo se tornaron
más elaborados, los funerales se volvieron cada vez más ostentosos, y los
cementerios de nueva creación alardeaban de poseer fabulosos monumentos en
memoria de los muertos más adinerados. La muerte era una obsesión nacional y,
para aquellos que trabajaban en el negocio de los enterramientos, un oficio
lucrativo. En la década de 1880, hubo intentos por parte de la Asociación
Nacional para la Reforma de los Funerales y el Duelo por contener los excesos
de estas celebraciones, pero muchos de sus rituales y costes asociados
perduraron.
En el mundo de
la narrativa victoriana, los escritores relataban historias de fantasmas para
explorar qué ocurría después de la muerte. En el mundo de la información, los
periódicos se regodeaban en los detalles escabrosos de los asesinatos,
convirtiendo a las víctimas y asesinos en celebridades. Cuanto más horripilante
era un suceso, mejor. En el otoño de 1888 se obsesionaron con los crímenes del
asesino más tristemente célebre de Londres, otorgando a aquel asesino anónimo
que acechaba en las calles de Whitechapel el sensacionalista apodo de Jack el
Destripador.
Entre los
libros que me han resultado especialmente útiles mientras me documentaba para
esta historia se encuentran Necropolis: London and Its Dead, de Catharine
Arnold; el Diccionario de Londres, de Charles Dickens Junior (una guía de
Londres publicada en 1888) y una serie de historias de fantasmas escritas por
su padre y por otros grandes escritores del siglo XIX. La magnífica página web
de Lee Jackson, The Victorian Diccionary, también fue una fuente de
incalculable valor a la hora de recrear unos diálogos convincentes desde el
punto de vista histórico.
Pero mi
principal método de documentación fue dar largos paseos por Londres. Una vez
que empiezas a buscar, te das cuenta de que Londres está abarrotada de fechas,
leyendas e historia. Leer las placas y los letreros, y examinar los propios
edificios, puede proporcionar tanta información como leer un libro sobre el
tema. Al poco tiempo, la ciudad al completo se transformó en un inmenso museo
interactivo por explorar, y ,cada vez que giraba una esquina me transportaba a
un nuevo aspecto de su rica historia. Estos paseos, que surgieron con la
intención de dar cuerpo a la narración acabaron alimentando el argumento, que
no hacía más que crecer.
Una fría
mañana de invierno me acerqué por el teatro Drury Lane y le expliqué al portero
que estaba buscando un viejo teatro encantado. El me informó de que el Drury
Lane no era solo el teatro más antiguo de Londres, sino también el más
embrujado del mundo. Más tarde, ese mismo día, un guía turístico, actor y
escritor, llamado David Kerby-Kendall, me condujo en una visita guiada y me
habló de muchos de estos fantasmas, pero fue la historia del Hombre de Gris la
que me cautivó al instante.
El fantasma de
Paddy O'Twain fue una invención mía, pero la localización de su taberna se debe
al descubrimiento de una placa en el exterior de la taberna The Tipperary en
Fleet Street, donde se detallaba la historia del local y se incluía su nombre
original. La Cabeza del Jabalí.
St Paul de
Shadwell ha sido una de mis iglesias favoritas desde los tiempos en que vivía
por la zona. Acoge las tumbas de setenta y siete capitanes de barco, y está
relacionada con el mismísimo capitán Cook. Cuando fui. a echar un vistazo, un
sacerdote llamado Andrew Sercombe tuvo la amabilidad de dejarme entrar. En el
interior, una lista revelaba el nombre de quien fuera rector en 1884, aunque
soy enteramente responsable del dudoso carácter del rector Bray y de la
historia del desafortunado campanero.
Escribí este
libro en trenes y autobuses, en cafeterías y tabernas, mientras la historia de
Londres se derramaba en sus páginas. Mis vagabundeos diarios me condujeron a
muchos lugares valiosos de investigación, incluyendo el Museo de Londres, el
Museo del Transporte, el Museo de la Infancia de Bethnal Green y la sección
histórica de la biblioteca de Lewisham.
Muchas de las
casas, tabernas y calles son fruto de mi invención, pero espero haber
conseguido dotarlas de la suficiente verosimilitud. También me tomé una serie
de libertades con los detalles históricos. Aunque aquella fue una época con un
acelerado crecimiento suburbano, he exagerado la extensión de ese desarrollo en
Honor Oak y las zonas adyacentes. Espero que cualquiera que recaiga en esas
licencias que me he tomado sepa disculparlas por el bien de la narración.
También espero
que me perdonen aquellos que se hayan visto abrumados por el ingente número de
personajes que forman parte de esta historia. Siguiendo su origen en aquella
cafetería de Honor Oak, mientras deambulaba por las calles de Londres con mi
libreta, este libro creció con mucha rapidez y se dispersó en muchas
direcciones inesperadas, de una forma muy similar al Londres del siglo XIX.
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