Ya son casi
las doce y, como todas las malditas noches de junio en los últimos años, estoy
encerrada en casa, intentando memorizar cientos de datos estúpidos para un
examen, hasta que las sirenas y el ruido de la calle me interrumpen.
Abandono los
apuntes, resignada a que jamás conseguiré hacerme con ellos, y me asomo a la
ventana para averiguar qué sucede. Abajo, en mi portal, comienzan a reunirse
algunos vecinos con esa misma intención. Desde aquí no puedo oírlos bien, así
que recurro al móvil para informarme.
El
InstaStories de la gente de mi clase está lleno de imágenes del incendio que,
según parece, acaba de producirse en nuestro instituto. Alguien ha empezado a
postear fotos con #ArdeElValdés, y el resto lo ha seguido inmediatamente, así
que a lo mejor acabamos convirtiendo en trending topic este triste punto y
final para uno de los peores cursos que recuerdo. Despedir junio con un fuego
que, según veo en los vídeos, ha devorado el módulo donde se encuentra el
gimnasio, es una forma tan pésima como coherente de acabar este curso.
Pienso si debo
o no bajar yo también, si quiero acercarme hasta el edificio para enterarme
algo mejor de lo que ha sucedido e incluso si tengo que seguir estudiando para
un examen que, después de esto, quizá se suspenda. Imagino que la policía y los
bomberos habrán acordonado la zona y dudo que nos dejen pasar. Además, tampoco
sé si quiero ver a quienes andarán por allí ahora mismo.
Entre los
tuits y los pies de foto del Insta, #ArdeElValdés se hace cada vez más popular,
incluso entre gente que no estudia con nosotros, pero que sí se imaginan lo que
pasaría si su instituto se incendiara en plena semana de exámenes.
«Qué suerte,
¿no? Me pido uno igual en el mío. #ArdeElValdés».
«Siempre dije
que este insti era un infierno #ArdeElValdés».
«¿Y ahora qué
hacemos con el baile de graduación? #ArdeElValdés».
Confieso que,
en medio de las bromas macarras y de algún que otro selfie que, la verdad, no
entiendo, yo también lo he pensado. Qué hacemos con el baile de la semana que
viene… Pero no con interrogaciones, sino con alivio. Que no se celebre esa
americanada que se les había ocurrido hacer este año es una gran noticia. Al menos
para mí. Con que nos graduemos, nos den el diploma o lo que nos tengan que dar
y nos dejen salir de una vez, ya me conformo. Solo tengo ganas de dejar esto
atrás, de salir de este lugar donde todo se me hace pequeño, minúsculo, donde
siento que en vez de diecisiete sigo teniendo nueve, diez, once años, porque todo
sigue bajo el mismo control, bajo esa continua vigilancia que te impide tomar
tus decisiones. No necesito que nadie organice un baile ni una fiesta ridícula,
lo único que quiero es que me digan que ya se ha terminado, que no voy a tener
que convivir más entre estas cuatro paredes con gente con la que, al menos este
curso, he sentido que no tenía absolutamente nada que ver.
Nando
López, En las redes del miedo
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