¿Para qué me
instruyes en las reglas de la retórica?
Al fin y al cabo, ¿para
qué tantos discursos
que en nada me
aprovechan?
Será mejor que
enseñes a saborear
el néctar de Dionisio
y a hacer que la más
bella de las diosas
aún me haga digno de
sus encantos.
La nieve ha hecho en
mi cabeza su corona;
muchacha, escancia
agua y vino que el alma me adormezcan
pues el tiempo que me
queda por vivir
es breve, demasiado
breve.
Pronto me habrás de
enterrar
y los muertos no
beben, no aman, no desean.
Anacreonte
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