jueves, 24 de junio de 2021

INVENTANDO A ALADINO

 


Como todas las noches, acostados en la cama,

con su hermana sentada a sus pies,

termina de contar el cuento,

y espera.

Rápidamente,

su hermana le sigue el juego y dice:

«No puedo dormir. ¿Nos cuentas otro?».

Sherezade, nerviosa,

toma aliento y empieza:

«En el lejano Pekín

hubo una vez un joven gandul que vivía con su madre.

¿Su nombre? Aladino. Su padre había muerto...».

Y sigue hablándoles del taimado mago que se presenta en su casa,

aduciendo ser su tío, con un plan:

lleva al joven hasta un lugar solitario,

le entrega un anillo mágico para que le proteja de cualquier peligro,

bajan hasta una caverna repleta de piedras preciosas.

«¡Ve y tráeme la lámpara!», y Aladino obedece,

y el mago le deja abandonado, sepultado en la caverna...

Ya pasó.

Aladino está atrapado bajo tierra,

Sherezade se detiene, ha conseguido enganchar a su marido,

otra noche más

Al día siguiente

hace la comida

da de comer a los niños

sueña...

sabiendo que Aladino está atrapado,

y que con su cuento

sólo ha comprado un día más.

Y ahora ¿qué?

Ojalá lo supiera.

Tan sólo un poco antes del anochecer,

cuando el rey, fiel a su costumbre, le dice:

«Al amanecer, ordenaré que te maten»,

y Dunyazad, su hermana, implora:

«Pero, señor, ¿qué hay de Aladino?»;

sólo entonces, Sherezade sabe...

Y en la caverna, mientras admira las joyas,

Aladino frota su lámpara. Aparece el Genio.

La historia da un vuelco. Aladino consigue

Y a su princesa y un palacio hecho de perlas.

Pero, cuidado, el pérfido mago vuelve a entrar en escena:

«Cambio lámparas viejas por nuevas», pregona por las calles.

Y justo cuando Aladino pierde todo cuanto posee,

Sherezade se detiene.

El rey le concederá una noche más.

Su marido y su hermana se han quedado dormidos.

Sherezade sigue despierta, con la vista clavada en el techo,

urdiendo y tanteando nuevos avatares;

discurriendo el modo de devolver su mundo a Aladino,

su palacio, su princesa, todo su haber.

Y al rato se duerme. Su cuento necesita un desenlace,

Y pero ahora los sueños se han adueñado de su mente.

Sherezade despierta,

Da de comer a los niños

Se cepilla el cabello

Baja al mercado

Va a comprar aceite

El mercader llena su vasija

vertiendo el aceite

de una enorme tinaja.

Sherezade piensa:

¿Y si hubiera un hombre escondido en una tinaja?

Después compra unas onzas de sésamo.

Su hermana le dice: «No te ha matado aún».

«Aún no. —Y piensa—: pero lo hará.»

Ya en la cama les habla del anillo mágico.

Aladino lo frota, y aparece el efrit del anillo...

El mago muere, Aladino se salva, y Sherezade se detiene.

Pero si el cuento se acaba, la narradora muere,

un nuevo cuento es su única esperanza.

Sherezade revisa su repertorio,

ideas confusas, inacabadas y sueños se mezclan

con grandes tinajas en las que un hombre podría esconderse,

y piensa, Ábrete Sésamo, y sonríe.

«Pues bien, Alí Babá era un hombre íntegro, pero era muy pobre...»,

omienza, y deja volar su fantasía,

de este modo consigue salvar su vida una noche más,

hasta que el rey se aburra, o le falle la imaginación.

Sherezade no sabe adónde van a parar los cuentos antes de ser contados.

(Yo tampoco lo sé.)

Pero cuarenta ladrones le suenan bien,

y cuarenta ladrones serán.

Reza por que el cuento le garantice unos cuantos días más.

Salvamos la vida por los medios más insólitos.

Neil Gaiman

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