Como todas las
noches, acostados en la cama,
con su hermana
sentada a sus pies,
termina de contar el
cuento,
y espera.
Rápidamente,
su hermana le sigue
el juego y dice:
«No puedo dormir.
¿Nos cuentas otro?».
Sherezade, nerviosa,
toma aliento y
empieza:
«En el lejano Pekín
hubo una vez un joven
gandul que vivía con su madre.
¿Su nombre? Aladino.
Su padre había muerto...».
Y sigue hablándoles
del taimado mago que se presenta en su casa,
aduciendo ser su tío,
con un plan:
lleva al joven hasta
un lugar solitario,
le entrega un anillo
mágico para que le proteja de cualquier peligro,
bajan hasta una
caverna repleta de piedras preciosas.
«¡Ve y tráeme la
lámpara!», y Aladino obedece,
y el mago le deja
abandonado, sepultado en la caverna...
Ya pasó.
Aladino está atrapado
bajo tierra,
Sherezade se detiene,
ha conseguido enganchar a su marido,
otra noche más
Al día siguiente
hace la comida
da de comer a los
niños
sueña...
sabiendo que Aladino
está atrapado,
y que con su cuento
sólo ha comprado un
día más.
Y ahora ¿qué?
Ojalá lo supiera.
Tan sólo un poco
antes del anochecer,
cuando el rey, fiel a
su costumbre, le dice:
«Al amanecer,
ordenaré que te maten»,
y Dunyazad, su
hermana, implora:
«Pero, señor, ¿qué
hay de Aladino?»;
sólo entonces,
Sherezade sabe...
Y en la caverna,
mientras admira las joyas,
Aladino frota su
lámpara. Aparece el Genio.
La historia da un
vuelco. Aladino consigue
Y a su princesa y un
palacio hecho de perlas.
Pero, cuidado, el
pérfido mago vuelve a entrar en escena:
«Cambio lámparas
viejas por nuevas», pregona por las calles.
Y justo cuando
Aladino pierde todo cuanto posee,
Sherezade se detiene.
El rey le concederá
una noche más.
Su marido y su
hermana se han quedado dormidos.
Sherezade sigue
despierta, con la vista clavada en el techo,
urdiendo y tanteando
nuevos avatares;
discurriendo el modo
de devolver su mundo a Aladino,
su palacio, su
princesa, todo su haber.
Y al rato se duerme.
Su cuento necesita un desenlace,
Y pero ahora los
sueños se han adueñado de su mente.
Sherezade despierta,
Da de comer a los
niños
Se cepilla el cabello
Baja al mercado
Va a comprar aceite
El mercader llena su
vasija
vertiendo el aceite
de una enorme tinaja.
Sherezade piensa:
¿Y si hubiera un
hombre escondido en una tinaja?
Después compra unas
onzas de sésamo.
Su hermana le dice:
«No te ha matado aún».
«Aún no. —Y piensa—:
pero lo hará.»
Ya en la cama les
habla del anillo mágico.
Aladino lo frota, y
aparece el efrit del anillo...
El mago muere,
Aladino se salva, y Sherezade se detiene.
Pero si el cuento se
acaba, la narradora muere,
un nuevo cuento es su
única esperanza.
Sherezade revisa su
repertorio,
ideas confusas,
inacabadas y sueños se mezclan
con grandes tinajas
en las que un hombre podría esconderse,
y piensa, Ábrete
Sésamo, y sonríe.
«Pues bien, Alí Babá
era un hombre íntegro, pero era muy pobre...»,
omienza, y deja volar
su fantasía,
de este modo consigue
salvar su vida una noche más,
hasta que el rey se
aburra, o le falle la imaginación.
Sherezade no sabe
adónde van a parar los cuentos antes de ser contados.
(Yo tampoco lo sé.)
Pero cuarenta
ladrones le suenan bien,
y cuarenta ladrones
serán.
Reza por que el
cuento le garantice unos cuantos días más.
Salvamos la vida por
los medios más insólitos.
Neil Gaiman
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