Nada es más
fácil que poner de manifiesto las ventajas de la lectura sobre la ausencia de
lectura, la benéfica influencia que tiene sobre todos nosotros, y sobre todo,
el placer que nos proporciona. Otra cosa es que mi discurso sea convincente,
otra que los padres y los maestros convenzan a sus hijos y alumnos, y otra más
difícil aún pretender con mis palabras cambiar los hábitos del que no tiene,
porque nunca la tuvo, la costumbre de leer, o del que, por causas varias,
difíciles a veces de determinar, la perdió.
Leer es ante
todo un ejercicio de la mente que la mueve, la revoluciona y la desarrolla,
siempre produciéndole esa inquietud que asoma cuando conocemos otros ámbitos y
otras opiniones, en una palabra, cuando accedemos a otros mundos distintos del
que nos envuelve y nos protege. Leer acelera el ritmo de nuestra inteligencia,
la fortalece y la enriquece, del mismo modo que caminar fortalece los músculos
de las piernas y nos hace más ágiles. Pero además, esa misma inteligencia va
adquiriendo con la lectura tal confianza en sí misma que, al poner a debatir su
propio parecer con los pareceres múltiples que le ofrece la lectura, adquiere
su propio criterio frente a todos los acontecimientos que la vida nos ofrece.
Es en buena parte gracias a la lectura que la inteligencia deja de ser
susceptible de ser manipulada, al menos en parte, y comienza y afianza su
propio camino hacia la libertad.
Además, la
lectura nos convierte en creadores. El texto que leemos pasa inevitablemente
por nuestra experiencia, nuestra imaginación y nuestra fantasía, gracias a las
cuales somos capaces de interpretarlo y de hacerlo nuestro, de tal modo que el
resultado de la novela, del relato o incluso del ensayo que hemos recibido lo
recreamos en función de nuestra propia interpretación. Es ahí donde reside la
grandeza de la creación: todo el que bebe de ella no sólo participa de la
creación del autor sino que a partir de ella crea su propia historia.
Pero sobre
todo sumergirse en la lectura, sea de ficción o de opinión o de investigación,
proporciona uno de los grandes placeres para los que, todo parece indicar, que
hemos venido al mundo, ya que para ello disponemos de las herramientas
necesarias. Cierto es que esas herramientas hay que utilizarlas, (le otro modo
ni hay lectura ni hay placer. De ahí que la Iectura siendo un placer, sea uno
de los placeres activos que exigen nuestra colaboración, en contraposición con
los placeres pasivos que nos ofrecen tantos ocios conocidos hoy, en los que,
por decirlo así, casi no participan las facultades del alma y no tienen más
exigencia que, es un decir, ese leve movimiento de la mano para ir cambiando de
canal.
Leer es
viajar, es conocer otros mundos que viven como nosotros en el planeta, pero
también es conocer otros ámbitos de pensamiento tan válidos como los nuestros.
Leer es sumergirse en la vida de otros personajes, es detestar y amar y
comparar, es sentir complicidad con el pensamiento de un ser que tal vez nunca
conoceremos o disentir de otro entendiendo los elementos que nos separan de él.
Leer es vivir muchas vidas, es abrirnos mil posibilidades, es tener la opción
de conocer y de reconocer el pasado y el presente, y -¿para qué negarlo?- es un
camino que nos conduce inevitablemente al centro mismo de nuestro propio yo:
Conocerse al fin, saberse, aceptarse y por lo mismo aceptar a los demás.
Estoy
convencida de que leer es un antídoto contra cualquier concepción del mundo
excluyente y fundamentalista, y un revulsivo contra la violencia, la personal y
la de las ciegas violencias que en nombre de dios o de la patria, quienquiera
que sean, tiñen hoy de oprobio y vergüenza buena parte del planeta y de sus
habitantes.
Rosa Regás
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