De repente,
una extraordinaria fuerza lo empujó hacia atrás y lo arrojó al suelo. Fue como
si una bomba hubiera estallado dentrode la pequeña caja.
Niko vio ante
sí un minúsculo punto de luz.
LA LUZ MÁS INTENSA QUE
JAMÁS HUBIERA VISTO.
UN SEGUNDO DESPUÉS, LA
HABITACIÓN ENTERA
TEMBLÓ CON UNA GRAN
EXPLOSIÓN.
Era una
explosión algo extraña, pues no se oía absolutamente nada. Un abrumador
silencio rodeaba a Niko. Entonces, el punto de luz empezó a crecer. De la nada
surgieron unas diminutas bolitas.
—Son los
leptones y los quarks —dijo una voz suave—, las primeras partículas de la
materia.
Niko dio un
brinco al oír aquello. Aprovechando el resplandor de la explosión, pudo ver que
había un chico. Era pequeño. Le llegaba más o menos al hombro, y eso que él no
era de los más altos de la clase.
El espectáculo
que se desarrollaba ante él volvió a captar su atención. Aparecieron más
bolitas, o «partículas», como las había llamado aquel extraño ser.
Se creaban de
repente, como las palomitas en la sartén de casa de su abuela.
A Niko siempre
le había encantado ver cómo los granos de maíz, tras ese peculiar sonido de
petardo, se convertían en deliciosas palomitas. La diferencia con las
partículas que acababa de ver era que éstas no surgían de granos, sino de un
espacio aparentemente vacío.
Las partículas
no eran todas iguales. Las había de distintos tamaños y colores. Algunas se
juntaban entre sí, fundiéndose y creando otras mayores.
Cuatro grandes
focos se encendieron de golpe, uno en cada esquina de la habitación. Iluminaban
lo que parecía un campo de rugby.
Niko estaba
boquiabierto. Si lo sucedido hasta entonces ya era raro, lo que estaba viendo
se pasaba de la rosca.
Aquellas
caprichosas bolitas cobraron vida y se repartieron en dos grupos. Se enfundaron
unas camisetas: un grupo blancas y el otro negras. Acto seguido, empezaron a
calentar para el partido que estaba a punto de iniciarse.
En los
laterales, los focos iluminaban unas gradas abarrotadas de personitas pequeñas,
muy parecidas al personaje que estaba al lado de Niko.
Los de la
grada izquierda llevaban camisetas blancas con la palabra MATERIA escrita en
ellas.
Al otro lado
del campo, en las gradas de la derecha, los hinchas llevaban camisetas negras
con la palabra ANTIMATERIA.
Las dos aficiones
seguían atentamente el espectáculo mientras animaban a sus equipos a pleno
pulmón. ¡Incluso había un hincha regordete que marcaba el ritmo con un bombo!
—¿Tú de qué
equipo eres? —le preguntó el chico que estaba de pie a su lado.
Niko se
encogió de hombros.
—Me llamo
Eldwen —se presentó.
Haciendo un
esfuerzo, Niko consiguió cerrar su boca, que permanecía abierta desde que había
empezado aquella loca escena.
Esta vez
observó más detalladamente al recién llegado. No levantaba más de un metro del
suelo, era flaco y sus ojos, tras unas gafas de montura redonda, tenían un
color verde brillante. Sus pupilas negras, en vez de redondas, eran ovaladas
como las de un felino. El pelo liso y cobrizo le caía sobre los hombros.
Parecía un
elfo sacado de un cuento nórdico.
—Yo soy Niko
—se presentó.
Tal vez ese
personaje fuera el único que podía dar respuesta a las mil preguntas que
bullían en su cabeza. Antes de que pudiese iniciar el interrogatorio, el elfo
empezó a hablar:
—Estás
presenciando la lucha entre la materia y la antimateria. Lo que acabas de ver
es la creación de las partículas y las antipartículas en el
Big Bang,
el estallido que dio origen al
universo.
Niko recordó
que la caja que tenía la etiqueta de:
UNIVERSO POR ESTRENAR
había explotado al levantar la
tapa.
—Las
partículas y las antipartículas surgen de la nada, como si dos equipos de
fútbol aparecieran en el campo de repente. Cuando la materia choca contra la
antimateria, ambas pueden destruirse entre sí.
—Pero entonces
no quedará nada —lo interrumpió Niko.
—No será así.
Uno de los dos debe ganar. ¿Cómo podría empezar un universo, si no?
Niko se acordó
de algo que le había contado su abuela, que había estudiado filosofía. Decía
que, según un mito mencionado por Platón, toda persona tiene su doble negativo,
un «hermano oscuro» o «anti-yo». Si tienes la mala fortuna de encontrarlo, uno
de los dos tendrá que morir. No hay sitio en el universo para ambos.
Antes de que
Niko pudiera seguir preguntando, el partido que enfrentaba a la materia y la
antimateria comenzó.
Las bolitas
—las partículas de blanco y las antipartículas de negro— corrían por todo el
campo. Los jugadores de cada equipo eran muy diferentes entre sí: los había de
todos los tamaños. Los pequeños eran mucho más ágiles que los grandes y se
dedicaban a driblar a los del equipo contrario. Sin embargo, cuando las
partículas se encontraban con las antipartículas, se producía una colisión tremenda.
Justo después desaparecían ambas en medio de un fogonazo de luz.
Era hermoso y realmente
entretenido.
Niko no quería
perderse ni un detalle del partido. En las gradas, los hinchas-elfos animaban
sin cesar a sus respectivos equipos.
Se fijó en que
cuando partículas y antipartículas de distintos tamaños chocaban entre sí, se
creaban muchas otras bolitas. Las recién nacidas corrían hacia los laterales
para ponerse las camisetas de su equipo e incorporarse rápidamente al juego.
Sobre uno de
los laterales había un marcador que sumaba los puntos, casi sin parar, de ambos
equipos. En aquel momento, el equipo de la materia ganaba al de la antimateria
por goleada.
En la grada de
los vencedores se notaba ya una gran agitación. Aunque el partido no había
terminado, ya celebraban la victoria y daban saltos, abrazándose unos a otros.
Al otro lado, los
seguidores de la antimateria estaban cada vez más cabizbajos. Se daban cuenta
de que el partido llegaba a su fin.
Finalmente, un
silbato anunció el final del partido. ¡El equipo Materia había vencido! Tres
elfos periodistas retransmitían el partido por televisión desde el campo.
Algunas partículas de materia se acercaron para ser entrevistadas.
—¡Enhorabuena!
—las felicitó la reportera—. Hacía tiempo que esperabais celebrar una gran
victoria como ésta, ¿no es así?
—Efectivamente
—contestó entusiasmada una de las partículas—. Hacía eones que esperábamos la
oportunidad de jugar un partidazo como éste. ¡Ha sido atómico!
—¿Y ahora
cuáles son vuestros planes?
—Queda aún
mucha liga por delante. Tenemos que ponernos manos a la obra para crear los
átomos, los planetas y las galaxias. Habrá que trabajar duro.
—Muchas
gracias, Up, por tus declaraciones para nuestra audiencia —dijo la periodista a
la pequeña partícula—. Acabamos de retransmitir en directo el partido entre
Materia y Antimateria para Quantum TV. Les dejo ahora con nuestra compañera del
teleuniverso, que nos informará de las preocupantes noticias que llegan desde
los confines de nuestro mundo.
La partícula
llamada Up, que debía de ser el capitán, corrió para celebrar la victoria con
el resto de su equipo.
El equipo de
la materia celebraba el triunfo danzando en el centro del campo. Empezaron a
quitarse las camisetas y a tirarlas hacia el público.
De repente,
las luces de los cuatro focos se atenuaron. Sólo se veía la silueta de las
gradas. Los gritos de felicidad de los hinchas habían cesado. Todos guardaban
un respetuoso silencio mientras observaban el trabajo que las partículas habían
empezado a realizar.
Con cada danza
en el centro del campo, el número de partículas crecía y crecía. Se unían entre
sí formando figuras cada vez más grandes.
A partir de
entonces, todo sucedió muy rápido.
Niko pudo ver
cómo se creaban estrellas extremadamente brillantes y hermosas. Un instante
después se formaron los redondos planetas, algunos azules, otros verdes y morados.
Pudo ver muchos de esos planetas, quizá la Tierra entre ellos, colocarse en sus
órbitas alrededor de las estrellas.
Las estrellas
y los planetas se agrupaban a su vez en galaxias que tomaban diversas formas:
espirales, circulares, nubes cuajadas de estrellas...
Niko las
reconocía por documentales de la televisión que había visto. En aquellas
imágenes, las galaxias parecían estáticas, como si hubiesen existido desde
siempre, inamovibles y eternas. Pero en el universo que estaba viendo, las
estrellas y las galaxias cambiaban constantemente. Crecían y se expandían sin
dejar de danzar armónicamente con el resto del cosmos.
Aquel universo
se estaba expandiendo sin parar. Niko temió que acabara aplastándoles a él y a
Eldwen, como a los demás hinchas que aún celebraban la victoria de su equipo.
Retrocedieron
hasta tocar las cortinas con sus espaldas.
—Esto se pone
feo —le dijo Niko a su nuevo compañero—. Si sigue creciendo de este modo,
acabaremos espachurrados.
Estas últimas
palabras las dijo con un tono de gravedad en la voz. Eldwen lo miró a los ojos
y le contestó:
—Llegados a
este punto, tan sólo pueden pasar tres cosas...
Sonia Fernández-Vidal, La Puertade los Tres Cerrojos
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