(80 AÑOS DEL GUERNICA DE PICASSO)
El general mayor Wolfran barón von Richthofen
introdujo los guantes en la gorra, tendió la gorra a la criada, una rubia con
trenzas. Echó una mirada al espejo y en el reflejo vio cómo la muchacha le
observaba. Vio la impresión que causaba en ella su apostura, el uniforme de
color azul acero de la Luftwaffe, sus medallas, la Cruz de Hierro de Primera
Clase al cuello. Vio cómo la chica se excitaba, movía las pestañas y ponía ojos
de mantequilla. Berlín, pensó él con desagrado. Ciudad de la lujuria. Aquí no tienen
vergüenza.
- La señora dice que pase.
El cuarto estaba oscuro, no sólo por las pesadas
cortinas en las ventanas. Oscuros eran también los muebles, el olor que
desprendían la madera y el polvo, oscuro el papel de las paredes, oscuros, difusos
e inquietantes los retratos que colgaban de los muros.
- ¿Madame Von Throtta?
- Aquí.
Apretó el interruptor, una débil bombilla cubierta
por una pantalla de cartón derramó una débil esfera de claridad que arrojaba
sobre el cielo raso y las paredes unas sombras fantasmagóricas. El pájaro
disecado que estaba sobre la mesa cobró vida, daba la sensación de que torcía
la cabeza y miraba con un ojo de vidrio. Un cristal de extraña forma ardió en
los reflejos, brilló la chapa de un aparato que recordaba a un microscopio,
refulgieron los dorados de los lomos de los libros. Una mujer estaba sentada a
la mesa. Llevaba un vestido negro y un velo también negro le ocultaba el
rostro. Por supuesto, constató Von Richthofen, está de luto.
- Si me permite…
- Acerqúese, por favor.
Cuando él se acercó, ella alzó el velo. Y dirigió
sus ojos hacia él. No, no eran ojos. Eran globos oculares. Cristalinos sin
iris, dos esferas, blancas como un huevo duro. Le dio la sensación de que
escuchaba un bufido.
- El general mayor Wolfram Freiherr von Richthofen.
Pariente de Manfred von Richthofen, el as del aire, el famoso Barón Rojo. No
esperaba tal honor.
- Me ha sido encargada una tarea que me honra -el
barón se enderezó aunque sea muy amarga. Sin duda sabe usted de qué se trata.
- Sin duda.
- En abril de 1937, en España, yo era jefe de su
hermano, el teniente Bertram von Estorff, piloto de caza.
- Lo sé.
- Adolf Hitler -se cuadró-, nuestro gran Führer y
mando supremo de la Wehrmacht, ha decidido honrar a los soldados alemanes que
lucharon en la guerra de liberación de España. Ha decidido demostrar
reconocimiento y agradecimiento por su servicio a los voluntarios alemanes que
tomaron parte en la derrota del bolchevismo en España. Puesto que las unidades alemanas
que lucharon al lado del general Franco no lo hicieron del todo oficialmente,
sólo se ha podido honrar a los héroes ahora, después de la guerra. Se ha creado
una orden nueva a instancias del Führer: la Spanienkreuz, la Cruz Española, que
desde abril de este año portan con orgullo los veteranos de la Legión Cóndor.
»E1 Führer -Von Richthofen abrió la cartera- ha
cuidado de que de este honor participen también los soldados alemanes que
pagaron el precio más alto posible en la lucha contra el bolchevismo. El Führer
ha ordenado honrar a los soldados de la Legión caídos en la lucha con una orden
especial, la Cruz Española de Honor. Se les concede a los miembros de la familia
de los caídos. Usted es la única pariente viva del teniente Von Estorff. En sus
manos…
Juntó los tacones, hizo una reverencia, le dio a la
mujer el diploma y la cruz. Vio cómo ella pasaba los dedos por la insignia.
Carraspeó.
- En atención a la falta de madame -se inclinó-, me
permitiré describirla. La cruz es de bronce, tiene por supuesto forma
teutónica, está adornada con la esvástica y el águila de la Luftwaffe. La cinta
de luto lleva en los bordes unas tiras con los colores de la bandera española…
- Yo veo -le interrumpió la mujer, apuntando con sus
esferas blancas hacia el general-. Pese a, como el señor barón tuvo el gusto de
expresar, mi falta. Simplemente veo de otra forma. Con ayuda de otros sentidos.
Y no veo peor en absoluto. A veces mejor. Hay cosas en el cielo y en la tierra
con las que no han soñado los filósofos. El señor barón, con toda seguridad, no
puede no saberlo.
Von Richthofen agitó la cabeza y abrió los labios
con desprecio. Recordó la tablilla cubierta de hiedra que estaba a la puerta de
la villa y en la que, junto al nombre y el apellido, aparecía escrito con
letras góticas «Hellseherin, Wahrsagerin, Sterneleserin» o algo parecido.
Berlín, pensó con disgusto. Ciudad de cocainómanos, putas, pederastas y
charlatanes.
- Veo -la mujer alzó sus blancos ojos- que en el
bolsillo derecho de arriba del uniforme lleva el señor barón una cruz parecida
a la descrita, pero con una espada y diamantes. ¿Por qué la espada y los
diamantes? ¿Por Guernica? ¿Por matar a mujeres y niños?
El general guardó silencio por un instante. Luego
hizo surgir en su rostro un desprecio bien estudiado.
- Estimada madame -pronunció-. Seguramente contaba
usted con sorprenderme. He de desengañarla. Ya me he encontrado antes con la propaganda
bolchevique, conozco las mentiras generalizadas por Die Rote Front y otras
basuras rojas. Sólo me extraña que Dorothea Daisy von Throtta, viuda del
teniente general Gustav Wilhem von Throtta, se ocupe de tal propaganda
subversiva.
»En España, madame, había guerra. La Legión Cóndor
cumplió su tarea con honor. La ciudad de Guernica, centro de la resistencia
roja, fue atacada, el enemigo sufrió pérdidas. Ésta era la tarea de la aviación
en la que sirvió su hermano. El Oberleutenant Bertram von Estorff sirvió a la
patria y al Führer. Por la Vaterland, el honor y el Führer, dio su vida ante
los mandos de su avión en un combate aéreo sobre Guernica…
- Miente, barón -le interrumpió bruscamente Daisy
von Throtta-. Ensucia con sus mentiras el honor de un aristócrata y de un
militar.
La lámpara se extinguió. Ante la mirada de Von
Richthofen el pájaro disecado que estaba encima de la mesa volvió la cabeza y
clavó un ojo en él. Se movieron las cortinas, se agitó y se llenó de burbujas
el papel de las paredes. Se revolvieron las figuras de los retratos, murmuraron
algo ininteligible. Daisy von Throtta alzó una mano huesuda y la estiró en un
gesto acusador.
- Mi hermano, Bertram Bruno Ritter von Estorff, se
enteró, y al fin y al cabo, por su boca, de que en Guernica no había objetivos
militares y que allí no había estacionado ningún destacamento republicano. Que
el ataque a Guernica era un acto terrorista, pensado simplemente contra la población
civil, que sólo servía para asustar a los vascos que apoyaban a la República.
Mi hermano, el teniente Bertram Bruno von Estorff, rechazó entonces cumplir la
orden. Y por ello lo mataron. Lo asesinaron. Detrás del hangar, de un tiro en
la cabeza. Fuera de mi casa, barón Von Richthofen. Y cuando se vaya no olvide
llevarse esto.
Le arrojó la cruz directamente a los pies. El
general palideció, apretó los puños. Se controló.
- Su hermano -gritó- fue a España como voluntario. A
defender al mundo de la plaga roja. Sin embargo, resultó ser un traidor y un
cobarde sin honor. Se negó a volar sobre Guernica por cobardía, traicionando a
sus camaradas, exponiéndolos a la muerte, pues la falta de la escolta de su
Me-109 podía terminar trágicamente para la tripulación de alguno de los
bombarderos. Y si el teniente Von Estorff hubiera tenido siquiera una pizca de
honor, habría aceptado la pistola con un cartucho que le di.
»Si de mi dependiera, el apellido Von Estorff sería
en toda Alemania símbolo de cobardía y traición. Por desgracia, fue una
decisión política. Ahora son necesarios los héroes, no los cobardes. Los
voluntarios de la Legión Cóndor han de ser símbolo de heroísmo, ejemplo para
los jóvenes pilotos alemanes. Y el nombre de Guernica, un símbolo de la
maestría de la guerra aérea de la Luftwaffe. Por ello y sólo por ello su
hermano recibió la muerte a manos de un camarada oficial, sólo por ello evitó
una muerte más humillante. Sólo por ello he venido hoy aquí, por eso,
controlando mi asco, quería entregarle la cruz. Me la arroja a los pies: no me
voy a agachar, que siga allí, entre el polvo y la suciedad, como el repugnante
honor del Oberleutenant y de toda la familia de los Von Estorff. Y por tu
parte, bruja, te callarás. Soy un oficial alemán, no me gusta la delación. Pero
estamos al borde de la guerra, la propaganda subversiva es un acto de traición.
Si dices siquiera una palabra sobre tu hermano y Guernica, acabarás en Dachau.
O en Moabit, donde te reducirán en una cabeza. Tus hechizos y tus artes no te
salvarán.
Los susurros se hicieron más fuertes. Daisy von
Throtta alzó hacia Von Richthofen sus ojos blancos.
- Todo lo que sucede en el universo -dijo- está
sometido a las leyes de la naturaleza. Por razones que están claras, la naturaleza
está interesada en que el universo exista y perdure. Todo lo que puede amenazar
la existencia y perduración del universo, todo lo que trae destrucción y
hecatombe, es enemigo de la naturaleza, como un bacilo lo es para el organismo.
Es algo con lo que la naturaleza lucha. Que combate. Ante lo que avisa. Con
ayuda de señales y signos. Que sólo unos pocos escogidos pueden ver. Clarividentes,
profetas, sibilas, aquéllos que ven, advierten y comprenden. Guernica fue una
señal. Una advertencia ante algo mucho peor, que está viniendo. Bert escuchó la
advertencia. Por desgracia, sólo él…
- Adiós -la interrumpió Von Richthofen-. No tengo
intenciones de escuchar estos balbuceos de charlatán de feria.
Daisy von Throtta resopló.
- ¿Y la doctrina militar? ¿Acaso es menos metafísica
y más digestible? ¿La teoría de la guerra aérea total y de la aviación como
arma de terror? ¿En la forma de Douhet y Mitchell, los autores de la idea de
los «bombardeos en tapiz»? ¿No te da miedo, no percibes la advertencia? ¿Nada?
¿Reacción cero? En fin, parece que el adiestramiento militar te ha matado los
sentimientos y la razón. Fuera de mi casa, barón. Y te aconsejo que mires a
menudo al cielo. Piensa en Guernica. En mi hermano. Y en la advertencia que te
hizo.
Abandonó la villa a toda prisa y enfadado, arrancó
el abrigo y la gorra de las manos de la criada. En el exterior, Charlottenburg
lo golpeó por un momento con el olor de la primavera y la hiedra. Dio un
portazo al entrar en el coche.
- ¡Al aeropuerto! Schnell!
Guernica,
pensó. Hace dos años.
26 de abril de
1937. Las cuatro y media de la tarde. Aparece un único Heinkel He-111, que
lanza bombas sobre los suburbios del norte. Es día de mercado en Guernica, la
ciudad está llena de refugiados de otros lugares del País Vasco. Las explosiones
producen pánico, la gente sale a la calle. Entonces comienza la segunda oleada
del ataque. Se acerca una formación de Heinkels y de Dorniers Do-17, apoyada
por Savoia Marchetti, de la escuadra de bombardeo italiana. Las destrucciones
son todavía pequeñas, pero entonces llega la tercera oleada. Tres escuadras de
Junkers Ju-52 en picado, que desde baja altura arrojan bombas sobre las calles
y plazas atascadas de gente. Son bombas demoledoras e incendiarias, en conjunto
unas trescientas toneladas. Al bombardeo lo acompañan las incansables ráfagas
de ametralladora de los Messerschmidt de la escolta. El resultado: mil
quinientos muertos, centenares de heridos. Guernica ha sido borrada del mapa.
El general mayor Wolfram barón von Richthofen
contempló el cielo despejado sobre Berlín.
La guerra es inevitable, pensó. Sin embargo, la
guerra puede dar muchas vueltas… Ese cielo… ¿Acaso es posible que de pronto
pudiera llenarse con cientos de aviones enemigos? ¿Con escuadras en picado?
¿Que se llenara con el aullido de los motores y de las aletas de las bombas?
No, aspiró profundamente. El Führer nunca lo
permitiría. El Führer es un genio militar. Y la Luftwaffe es invencible.
Pero para estar seguros…
Para estar seguros, mejor será llevar a la mujer y
los hijos a otro sitio por un tiempo. A algún lugar seguro. Allá donde no haya
objetivos militares. Nada que pueda llegar a ser objeto de bombardeo.
Por ejemplo, a Dresde.
Andrzej Sapkowski, Camino sin Retorno
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