En mayo recibí
una tarjeta de felicitación anónima para el día de la madre. Me sorprendió
mucho. Estoy segura de que si hubiera tenido hijos me habría dado cuenta, ¿no?
En junio me
encontré un aviso que decía: «El servicio habitual se restablecerá lo antes
posible». Estaba pegado al espejo del baño junto a varias monedas pequeñas y
deslustradas de denominación y origen desconocidos.
En julio
recibí tres postales, a intervalos de una semana, todas con matasellos de
Ciudad Esmeralda de Oz, en las que decía que quien las enviaba se lo estaba
pasando muy bien, y me pedían que le recordara a Doreen que cambiara las
cerraduras de la puerta trasera y me asegurara de que había anulado el pedido
de leche. No conozco a ninguna Doreen.
En agosto alguien
dejó una caja de bombones en el escalón de la entrada. Tenía una etiqueta en la
que decía que era la prueba de un caso importante, y que no podía comerme los
bombones bajo ninguna circunstancia antes de que los examinaran en busca de
huellas dactilares. Como el calor del mes de agosto había derretido los
bombones hasta convertirlos en una plasta blanducha, tiré toda la caja.
En septiembre
recibí un paquete que contenía un ejemplar del primer número de Action Comics,
una primera edición de las obras de Shakespeare y una edición privada de una
novela de Jane Austen que no conocía, titulada Ingenio y aridez. No me
interesan ni los cómics, ni Shakespeare, ni Jane Austen, así que dejé los
libros en la habitación del fondo. Me di cuenta de que habían desaparecido una
semana después, cuando fui a buscarlos porque necesitaba algo para leer en el
baño.
En octubre
encontré un aviso que decía: «El servicio habitual se restablecerá lo antes
posible. De verdad»; estaba pegado a un lateral de la pecera de las carpas
doradas. Parecía que se habían llevado dos de las carpas doradas y las habían
reemplazado por sustitutos idénticos.
En noviembre
recibí una nota de rescate donde me explicaban con precisión qué debía hacer si
quería volver a ver a mi tío Theobald con vida. No tengo ningún tío llamado
Theobald, pero me puse un clavel rosa en el ojal y me pasé el mes entero
comiendo ensalada de todos modos.
En diciembre
recibí una felicitación de Navidad con el matasellos POLO NORTE en la que me
informaban de que ese año, debido a un error burocrático, mi nombre no figuraba
ni en la lista de los Traviesos ni en la de los Buenos. Estaba firmada por
alguien cuyo nombre empezaba por S. Podría haber sido Santa, pero parecía más
bien Steve.
Al levantarme
una mañana de enero, descubrí que alguien había pintado con pintura escarlata
la frase «PÓNGASE LA MÁSCARA DE OXÍGENO ANTES DE AYUDAR A LOS DEMÁS» en el
techo de mi cocina minúscula. Parte de la pintura había goteado en el suelo.
En febrero se
me acercó un hombre en la parada de autobús y me mostró una estatuilla negra de
un
halcón que llevaba en la bolsa de la compra. Me pidió que lo ayudara a protegerla del Hombre Gordo, y entonces vio a alguien a mis espaldas y salió corriendo.
halcón que llevaba en la bolsa de la compra. Me pidió que lo ayudara a protegerla del Hombre Gordo, y entonces vio a alguien a mis espaldas y salió corriendo.
En marzo
recibí tres correos basura: el primero me informaba de que podría haber ganado
un millón de dólares, el segundo decía que podrían haberme elegido para la
Académie Française y en el último ponía que podría haber sido nombrada
dirigente del Sacro Imperio Romano.
En abril me
encontré una nota en la mesita de noche en la que se disculpaban por los
problemas del servicio, y me aseguraban que, en lo sucesivo, todos los fallos
del universo se habían resuelto para siempre. LE PEDIMOS DISCULPAS POR LOS MOLESTIAS,
concluía.
En mayo recibí
otra felicitación para el día de la madre. Pero en esa ocasión no era anónima.
Estaba firmada, pero no entendí el nombre. Empezaba por la letra S, pero casi
seguro que no era Steve.
Neil
Gaiman
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