Excuso
decir que era vegetariano. Una vez más, su ética particular lo impulsaba a
razonar, que si tenía derecho a comerse un cerdito inofensivo, que nunca le
había hecho daño, no veía por qué no podía comerse a alguno de los políticos
que tanto fatigaban el televisor: ellos sí que le producían un deterioro
irreparable. Primero, por haber derrumbado una inocencia y una fe tan
laboriosamente construidas; más tarde, por las repetidas ofensas a su
inteligencia. Y así, detestaba las “pretensiones artísticas” de la política,
que según él se había convertido en el arte de engañar de modo más o menos
convincente, sonsacar y esquilmar al pueblo, y desde luego no cumplir nunca las
promesas electoralmente vociferadas.
Emilio Pascual, Días de Reyes Magos
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