Inglaterra en
la Edad Media.
Del paso de
los romanos por la isla sólo quedan ruinas, y Arturo y Merlín –amados por unos,
odiados por otros– son leyendas del pasado. Entre la bruma todavía habitan
ogros, y británicos y sajones conviven en unas tierras yermas, distribuidos en
pequeñas aldeas.
En una de
ellas vive una pareja de ancianos –Axl y Beatrice– que toma la decisión de
partir en busca de su hijo. Éste se marchó hace mucho tiempo, aunque las
circunstancias concretas de esa partida no las recuerdan, porque ellos, como el
resto de habitantes de la región, han perdido buena parte de la memoria debido
a lo que llaman «la niebla».
En su periplo
se encontrarán con un guerrero sajón llamado Wistan; un joven que lleva una
herida que lo estigmatiza; y un anciano Sir Gawain, el último caballero de
Arturo vivo, que vaga con su caballo por esas tierras con el encargo, según
cuenta, de acabar con un dragón hembra que habita en las montañas. Juntos se
enfrentarán a los peligros del viaje, a los soldados de Lord Brennus, a unos
monjes que practican extraños ritos de expiación y a presencias mucho menos
terrenales. Pero cada uno de estos viajeros lleva consigo secretos, culpas
pendientes de redención y, en algún caso, una misión atroz que cumplir.
Sumando el viaje iniciático, la fábula y la
épica, Kazuo Ishiguro ha construido una narración bellísima, que
indaga en la memoria y el olvido acaso necesario, en los fantasmas del pasado,
en el odio larvado, la sangre y la traición con los que se forjan las patrias y
a veces la paz. Pero habla también del amor perdurable, de la vejez y de la
muerte. Una novela ambientada en un pasado remoto y legendario que vuelve sobre
los grandes y eternos temas que inquietan a los seres humanos.
Un
extraño y, a veces, irónico narrador (al final descubrimos que es quien menos
pensábamos) nos cuenta el viaje de dos ancianos que parten de viaje con la
excusa de visitar a su hijo en su pueblo. Digo excusa porque al haber perdido
la memoria, sus recuerdos, no saben con exactitud dónde vive ese hijo. A lo
largo del viaje irán recobrando atisbos de lo que han olvidado, y querrán, con
la ayuda o sin ella de sus curiosos compañeros de viaje, recuperar su memoria,
pues necesitamos nuestros recuerdos para saber lo que hemos hecho, pues
nuestros hechos nos hacer ser quienes somos, y, sin nuestros recuerdos, no
seriamos nada. Para ello, deberán matar a
la dragón hembra Querig, cuyo aliento alienta el olvido. Lo malo es que
el olvido oculta las rencillas, las traiciones, las venganzas, los castigos
inmisericordes, el odio…
Mediante un
lenguaje claro y un estilo sobrio, Ishiguro va transmitiéndonos su
historia con unos personajes bien construidos. La pareja de ancianos, Axl y
Beatrice: ella es para él su princesa, a la que ama y a la que siempre va a
proteger; él, como descubriremos a lo largo de la novela, un viejo caballero de Arturo que
ha sufrido una doble traición. Wistan, el guerrero sajón, que oculta sus
secretos, que aparece como salvador en ese pueblo sajón (nos recuerda a
Beowulf, aunque su final marcado por el destino no será trágico); sus hazañas
nos las contarán otros, pues a él sólo le veremos desenvainar su arma tres
veces, tres veces que preferiríamos que no lo hiciera. Sir Gawain, el sobrino
de un rey Arturo ya muerto, un viejo caballero con una armadura vieja y
oxidada, que tiene una misión que cumplir; misión, que, si nos fijamos en sus parlamentos,
le ha llevado a un estado próximo a la locura. Y en medio de todos, la niebla,
la niebla producida por el aliento de Querig, que alimenta el olvido, pues los
recuerdos no sólo nos traen los momentos agradables, sino también aquello que
nos gustaría que permaneciera oculto en nuestro interior.
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