Le he robado un verso al poeta y lo he convertido en su antítesis
para definir mi vida. El poeta, al contrario que yo, nació en mala luna. EI no
mereció esa corta vida que padeció y yo no merezco ésta larga que no he sabido
disfrutar. La vida no es justa y está mal que lo diga yo que, sin haber hecho
méritos para ello, he gozado de todo lo que cualquier hombre haya podido
desear. Quizá mi castigo sea darme cuenta ahora de que, en realidad, y a pesar
de todos los logros, no he sido feliz.
Deseo que mi plan haya funcionado y que mi lector seas tú, mi
nieto Víctor. Durante los últimos anos he pretendido crear entre ambos un
rincón secreto, una complicidad que alejase de esta historia a tu padre. Con
esos sobrecitos misteriosos en cada regalo de cumpleaños quería que llegases
hasta aquí por tus propios medios: «De esto ni una palabra a tu padre». Me
consta que lo has cumplido. Espero que al tener en tu poder la llave misteriosa
hayas sabido seguir guardando nuestro secreto. Sé que podía haber sido más
explícito, ponerte en el sobre la dirección exacta o decirte qué escondía este
trastero, pero he querido dejar la resolución del asunto a tu ingenio y al
azar. Supongo que habrás leído con detenimiento el libro que te he regalado (se
que siempre los lees, cada ano he procurado asegurarme de ello) y te habrás
percatado de las letras subrayadas que espero que te hayan traído hasta aquí.
Si no es así, el destino habrá convertido en receptor de este documento a
alguien anónimo cuyo nombre jamás conoceré.
Quiero creer que eres tú, Víctor, quien me estará leyendo en un
tiempo impreciso que ya no viviré, y con esa idea voy a redactar estas páginas.
Con esa idea y con la celeridad que me impone un futuro incierto y una muerte
que presiento cercana. No es sólo un presentimiento, es el diagnóstico de mi
médico. Me da pavor nombrar la enfermedad que sé que me matará sin estar
muerto, que me convertirá en un hombre sin memoria. ¿Qué somos si nos borran
los recuerdos de nuestra vida? Te lo diré, Víctor, no somos nada. Por eso hoy,
que todavía recuerdo, quiero rellenar cuanto antes este cuaderno negro, tan
negro como ese otro que quizá tu padre te haya contado que existe y que no sé
si te ha traído hasta aquí en su búsqueda infructuosa. Pero no te apures, hablaré
de ese cuaderno, más tarde, cuando llegue el momento.
Mi infancia fue una sucesión de paseos de la huerta a casa y
viceversa. Era un niño un tanto flojo. Padecí todas las enfermedades típicas de
la época y no sé cómo logré sobrevivir en unos años en los que el indice de
mortalidad infantil era altísimo. El campo me agotaba, en invierno las manos se
me helaban desbrozando matas y en verano me desvanecía con el calor Tampoco me
mostré muy apto para el estudio. Mi padre me animaba, yo creo que con la idea de
que, si no podía ayudarlo en el campo, quizá podría labrarme un futuro aunque
fuese en el seminario. Seguramente no le habría sido difícil conseguirme una
beca o una ayuda si yo hubiese manifestado inclinación o aptitudes para el
estudio, pero no fue así, y no te imaginas lo que me arrepentí de mi desidía
años después.
Miguel Hernández, que sí tenia estas cualidades, que llevaba un
tesoro dentro, se encontró de frente con la oposición de su padre para estudiar
Supongo que lo sabes o, al menos, deberías saberlo. Su padre, un hombre cerril,
lo sacó de Santo Domingo, el colegio en el que estudiaba con éxito (el mismo en
el que estudias ahora) para dedicarlo a pastorear cabras. A pesar de ello, ya
ves dónde llegó.
Rosa Huertas, Mala Luna
No hay comentarios:
Publicar un comentario