A la mañana
siguiente Jesús llegó a las afueras de Jerusalén. Envió a Jaime y a Juan a un
cruce de caminos, algo más adelante, donde hallarían un asno joven atado a un
poste en una posada. Debían desatarlo y traérselo. Si alguien se oponía, la
contraseña era «El maestro lo necesita». Nadie se opuso, y entregaron el asno a
Jesús, a quien hallaron sentado debajo de una palmera, vestido con un manto y
una túnica rojos, nuevos, que Judas había llevado desde Bozra, envueltos en una
manta y sin que ellos lo supieran. Tenía una guirnalda de vid en la cabeza, y
una rama florecida de granado en la mano derecha. Alzaron las manos asombrados
y gritaron casi con tanto júbilo como el mendigo ciego.
Jesús nada
dijo; no era necesario. Finalmente había llegado la hora largamente esperada de
la manifestación, la hora triunfal prevista por el profeta Isaías:
¿Quién es éste que viene de Edom,
con vestidos teñidos de Bozra?
Y por el
profeta Zacarías, que había dicho:
Alégrate mucho, hija de Sión; da
voces de júbilo, hija de Jerusalem; He
aquí tu rey que vendrá a ti, justo y salvador, humilde y cabalgando sobre un
asno, sobre un pollino hijo de asna.
Amontonaron
sus ropas en el lomo del animal, como habían hecho los hombres de Ramoth-Gilead
cientos de años antes, mientras aclamaban como rey a Jehú. Jesús montó y entró
como un rey en la ciudad por la Puerta de Jericó; sus discípulos cantaban con
toda su voz estos versículos del salmo Oh, dad gracias al Señor:
Abridme las puertas de la
justicia; entrare por ellas, alabaré al Señor. Esta puerta de Jehová, por ella
entrarán los justos. Te alabaré, porque me has oído y me fuiste por salud. La
piedra que desecharon los edificadores, ha venido a ser cabeza de ángulo. De parte de Jehová es esto: es maravilla en nuestros
ojos. Este es el día que hizo Jehová; nos gozaremos y alegraremos en él. Oh,
Jehová, salva ahora, re ruego; oh Jehová, ruégote hagas prosperar ahora. Bendito el que viene en nombre de Jehová.
Arrojaban sus
mantos al suelo para que su cabalgadura los pisara y bailaban extáticamente a
ambos lados. Los miembros más jóvenes y ruidosos de la multitud, arrastrados
por el entusiasmo, cubrieron la calle con las ramas de palmera que traían a la ciudad
como combustible para los hornos de Pascua; golpeaban entre si las copas de metal
y con los labios fruncidos imitaban el potente son de las trompetas. (…)
-¡HOSANNA!
¡SALVA AHORA! -gritaban los discípulos-. ¡SALVA AHORA, Señor! -Porque «Salva
ahora» era el grito prescrito por el profeta Jeremías para el día del tumulto,
que por fin alboreaba. Jesús desmontó de su asno ante la puerta oriental del templo,
donde depositó su guirnalda y la rama de granado, cambió sus vestiduras rojas por
otras blancas, se quitó los zapatos y fue inmediatamente absorbido por la gran muchedumbre
de peregrinos que se apretujaban en los patios del templo. Los gritos de «¡HOSANNA!»
se perdían entre el jubiloso clamor universal y las resonantes palabras del
salmo:
¡Oh, entra entonces por sus
puertas con alabanza, Acércate con regocijo a sus patios!
Robert Graves, Rey Jesús
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