El fragmento del cuento de hoy está
inspirado muy libremente en las teorías del filósofo jesuita Pierre Teilhard de
Chardin; en él, un grupo de religiosos quiere probar que la religión cristiana
es la verdadera, pues si hay razas extraterrestres inteligentes, es lógico
deducir que el hijo de Dios se ha encarnado, o se encarnará, en cada una de
esas razas: es decir, que cada planeta habitado ha tenido o tendrá su propio
Cristo.
Antes de
abandonar el módulo de observación me detuve un momento y examiné con atención
las imágenes que mostraban las holopantallas: Ichthys en un calabozo, sentado
en un banco, encadenado de pies y manos, mostrando un aspecto todo lo desvalido
que puede ofrecer un ser con ocho colmillos. No hacía nada, se limitaba a estar
ahí inmóvil y silencioso. Sin embargo, las miradas de todos los presentes,
incluyendo a Gretel, estaban fijas en él, llenas de asombro, como si fuera el
más portentoso de los espectáculos.
Aquella noche
tuve pesadillas que, al despertarme, no podía recordar.
Al día
siguiente, después de desayunar, me dirigí al módulo de observación, donde ya
se habían congregado todos los pasajeros, incluyendo al padre Pettkus, que
estaba más callado que de costumbre.
—Ya ha
comenzado el juicio —me informó Gretel, señalando las holopantallas.
Las imágenes
mostraban un amplio patio situado frente a una fortaleza. Rodeado de soldados
imperiales, un astartiano vestido con ricos ropajes, el prefecto, presidía el
juicio sentado en una silla. Frente a él, entre dos soldados armados con
espadas y lanzas, se hallaba Ichthys con las manos atadas a la espalda. A su
derecha había un grupo de astartianos vestidos con túnicas rojas; Gretel me
dijo que se trataba de los sacerdotes del templo de Alqud, pues eran ellos los
que acusaban a Ichthys de blasfemia, de estar endemoniado y de sedición.
Tras menos de
media hora de cháchara astartiana, que ni siquiera con la ayuda de la
traducción simultánea resultaba medianamente inteligible, el juicio concluyó
con un rotundo veredicto de culpabilidad. Ichthys fue condenado a recibir
treinta y nueve latigazos y a morir crucificado.
Acto seguido,
los soldados se llevaron a Ichthys de nuevo a la prisión, le ataron a un poste,
un fornido astartiano empuñó un flagelo y comenzó la sesión de tortura. Fue un
espectáculo atroz; el látigo arrancaba literalmente tiras de carne de la
espalda de Ichthys, cubriéndole de una sangre que no por ser verde daba menos
grima. (…)
Concluida la
flagelación, Ichthys ofrecía un aspecto penoso; pese a ello, los soldados le
obligaron a cargar con una pesada cruz de madera y a transportarla hasta un monte
cercano a Alqud. Ichthys estaba tan débil que, durante el trayecto, cayó al
suelo tres veces, y eso, por algún motivo, llenó de júbilo a los religiosos que
me rodeaban.
Entonces me di
cuenta de lo grotesco que era aquello. Estábamos asistiendo al cruel tormento
de un pobre diablo alienígena, un espectáculo atroz; y sin embargo, esos
sacerdotes, con la excepción de Hacher, lo contemplaban como si fuera lo más
maravilloso que hubiesen visto jamás. Vale, cada vez estaban más seguros de
encontrarse en presencia de su dios, pero ¿acaso no se daban cuenta de que su
dios las estaba pasando canutas?
Tras la
tercera caída, los soldados pararon a un astartiano que caminaba por allí y le
obligaron a cargar con la cruz hasta su destino final, algo que también entusiasmó
a los pasajeros.
Al llegar al
monte donde tendría lugar la ejecución —en cuya cima había otros dos
astartianos crucificados, lo que de nuevo fue motivo de regocijo—, los soldados
tumbaron la cruz en el suelo, a Ichthys encima de ella y comenzaron a clavarle
las manos al travesaño y los pies al larguero. Aparté la mirada para no ver
aquella salvajada. (…)
Todos volvimos
a centrar la atención en las holopantallas. Las imágenes mostraban a los
soldados alzando la cruz donde estaba clavado Ichthys e introducían su base en
un hoyo situado entre las otras dos cruces. Concluido el macabro trabajo, ocho
soldados se alejaron de regreso a su cuartel, mientras que otros cinco se
quedaban de guardia. Al pie de la cruz había tres hembras y un macho, todos
pertenecientes al círculo de Ichthys.
César
Mallorquí, Fiat Tenebrae
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