Soy mujer y escribo. Soy plebeya y sé leer. Nací sierva y soy
libre. He visto en mi vida cosas maravillosas. He hecho en mi vida cosas
maravillosas. Durante algún tiempo, el mundo fue un milagro. Luego regresó la
oscuridad. La pluma tiembla entre mis dedos cada vez que el ariete embiste
contra la puerta. Un sólido portón de metal y madera que no tardará en hacerse
trizas. Pesados y sudados hombres de hierro se amontonan en la entrada. Vienen
a por nosotras. Las Buenas Mujeres rezan. Yo escribo. Es mi mayor victoria, mi
conquista, el don del que me siento más orgullosa; y aunque las palabras están
siendo devoradas por el gran silencio, hoy constituyen mi única arma. La tinta
retiembla en el tintero con los golpes, también ella asustada. Su superficie se
riza como la de un pequeño lago tenebroso. Pero luego se aquieta extrañamente.
Levanto la cabeza esperando un envite que no llega. El ariete ha parado. Las
Perfectas también han detenido el zumbido de sus oraciones. ¿Acaso han logrado
acceder al castillo los cruzados? Me creía preparada para este momento pero no
lo estoy: la sangre se me esconde en las venas más hondas. Palidezco, toda yo
entumecida por los fríos del miedo. Pero no, no han entrado: hubiéramos oído el
estruendo de la puerta al desgajarse, el derrumbe de los sacos de arena con que
la reforzamos, los pasos presurosos de los depredadores al subir la escalera.
Las Buenas Mujeres escuchan. Yo también. Tintinean los hombres de hierro bajo
las troneras de nuestra fortaleza. Se retiran. Sí, se están retirando. Al sol
le falta muy poco para ocultarse y deben de preferir celebrar su victoria a la
luz del día. No necesitan apresurarse: nosotras no podemos escapar y no existe
nadie que pueda ayudarnos. Dios nos ha concedido una noche más. Una larga
noche. Tengo todas las velas de la despensa a mi disposición, puesto que ya no
las vamos a necesitar. Enciendo una, enciendo tres, enciendo cinco. El cuarto
se ilumina con hermosos resplandores de palacio. ¡Y pensar que nos hemos pasado
todo el invierno a oscuras para no gastarlas! Las Buenas Mujeres vuelven a
bisbisear sus Padrenuestros. Yo mojo la pluma en la tinta quieta. Me tiembla
tanto la mano que desencadeno una marejada.
Rosa Montero,
Historia del Rey Transparente
No hay comentarios:
Publicar un comentario