Ya hemos comentado alguna
vez sobre Fahrenheit 451, novela
distópica de Ray Bradbury. La trama
gira en torno a Montag, un bombero cuya misión es quemar libros. Su jefe,
Beatty, le dice que los libros sólo sirven para que las personas se sientan mal.
ya que la lectura, según el gobierno, impide
que el hombre sea feliz y le llena de angustia, pues. al leer, los hombres se
diferencian del resto y pueden llegar a cuestionar las acciones del gobierno. Os
ofrecemos parte de ese parlamento:
—Tarde o temprano, a todo bombero le ocurre esto, Sólo necesita
comprensión, saber cómo funcionan las ruedas. Necesitan conocer la historia de
nuestra misión. Ahora, no se la cuentan a los niños como hacían antes. Es una
vergüenza. — Beatty exhaló una bocanada—. Sólo los jefes de bomberos la
recuerdan ahora —otra bocanada—. Voy a contártela. En cierta época, los libros
atraían a alguna gente, aquí, allí, por doquier. Podían permitirse ser
diferentes. El mundo era ancho. Pero, luego, el mundo se llenó de ojos, de
codos Y bocas. Población doble, triple, cuádruple. Films y radios, revistas,
libros, fueron adquiriendo un bajo nivel, una especie de vulgar uniformidad.
Luego, en el siglo XX, se acelera. Los más breves, condensaciones. Resúmenes.
Todo se reduce a la anécdota, al final brusco. Los clásicos reducidos a una
emisión radiofónica de quince minutos. Después, vueltos a reducir para llenar
una lectura de dos minutos. Por fin, convertidos en diez o doce líneas en un
diccionario. Pero eran muchos los que sólo sabían de Hamlet, sólo sabían, como
digo, de Hamlet lo que había en una condensación de una página en un libro que
afirmaba: Ahora, podrá leer por fin todos los clásicos. Manténgase al mismo
nivel que sus vecinos. ¿Te das cuenta? Salir de la guardería infantil para ir a
la Universidad y regresar a la guardería. Ésta ha sido la formación intelectual
durante los últimos cinco siglos o más. Los años de Universidad se acortan, la
disciplina se relaja, la Filosofía, la Historia y el lenguaje se abandonan, el
idioma y su pronunciación son gradualmente descuidados. Por último, casi
completamente ignorado. La vida es inmediata, el empleo cuenta, el placer
domina todo después del trabajo. ¿Por qué aprender algo, excepto apretar botones,
enchufar conmutadores, encajar tornillos y tuercas? Vaciar los teatros excepto
para que actúen payasos, e instalar en las habitaciones paredes de vidrio de
bonitos colores que suben y bajan, como confeti, sangre, jerez o sauterne. Eso
hicieron. Las revistas se convirtieron en una masa insulsa y amorfa. Los
libros, según dijeron los críticos esnobs, eran como agua sucia. No es extraño
que los libros dejaran de venderse, decían los críticos. Pero el público, que
sabía lo que quería, permitió la supervivencia de los libros de historietas. Y
de las revistas eróticas tridimensionales, claro está. Ahí tienes, Montag. No
era una imposición del Gobierno. No hubo ningún dictado, ni declaración, ni
censura, no. La tecnología, la explotación de las masas y la presión de las
minorías produjo el fenómeno, a Dios gracias. En la actualidad, gracias a todo
ello, uno puede ser feliz continuamente, se le permite leer historietas
ilustradas o periódicos profesionales.
—Sí, pero, ¿qué me dice de los bomberos?
—Ah. —Beatty se inclinó hacia delante entre la débil neblina
producida por su pipa.— ¿Qué es más fácil de explicar y más lógico? Como las
universidades producían más corredores, saltadores, boxeadores, aviadores y
nadadores, en vez de profesores, críticos, sabios, y creadores, la palabra
«intelectual», claro está, se convirtió en el insulto que merecía ser. Siempre
se teme lo desconocido. Sin duda, te acordarás del muchacho de tu clase que era
excepcionalmente «inteligente», que recitaba la mayoría de las lecciones y daba
las respuestas, en tanto que los demás permanecían como muñecos de barro, y le
detestaban. ¿Y no era ese muchacho inteligente al que escogían para pegar y
atormentar después de las horas de clase? Desde luego que sí. Hemos de ser
todos iguales. No todos nacimos libres e iguales, como dice la Constitución,
sino todos hechos iguales. Cada hombre, la imagen de cualquier otro. Entonces
todos son felices, porque no pueden establecerse diferencias ni comparaciones
desfavorables. ¡Ea! Un libro es un arma cargada en la casa de al lado. Quémalo.
Quita el proyectil del arma, domina la mente del hombre. ¿Quién sabe cuál
podría ser el objetivo del hombre que leyese mucho? ¿Yo? No los resistiría ni
un minuto. Y así, cuando, por último, las casas fueron totalmente inmunizadas
contra el fuego, en el mundo entero ya no hubo necesidad de bomberos para el
antiguo trabajo. Se les dio una nueva misión, como custodios de nuestra
tranquilidad de espíritu, de nuestro pequeño, comprensible y justo temor de ser
inferiores. Censores oficiales, jueces y ejecutores. Eso eres tú, Montag. Y eso
soy yo. Has de comprender que nuestra civilización es tan vasta que no podemos
permitir que nuestras minorías se alteren o exciten. Pregúntate a ti mismo:
¿Qué queremos en esta nación, por encima de todo? La gente quiere ser feliz,
¿no es así? ¿No lo has estado oyendo toda tu vida? «Quiero ser feliz», dice la
gente. Bueno, ¿no lo son? ¿No les mantenemos en acción, no les proporcionamos
diversiones? Eso es para lo único que vivimos, ¿no? ¿Para el placer y las
emociones? Y tendrás que admitir que nuestra civilización se lo facilita en
abundancia.
—Sí.
—A la gente de color no le gusta El pequeño Sambo. A quemarlo. La
gente blanca se siente incómoda con La cabaña del tío Tom. A quemarlo. Escribe
un libro sobre el tabaco y el cáncer de pulmón ¿Los fabricantes de cigarrillos
se lamentan? A quemar el libro. Serenidad, Montag. Líbrate de tus tensiones
internas. Mejor aún, lánzalas al incinerador, ¿Los funerales son tristes y
paganos? Eliminémoslos también, Cinco minutos después de la muerte de una
persona en camino hacia la Gran Chimenea, los incineradores son abastecidos por
helicópteros en todo el país. Diez minutos después de la muerte, un hombre es
una nube de polvo negro. No sutilicemos con recuerdos acerca de los individuos.
Olvidémoslos. Quemémoslo todo, absolutamente todo. El fuego es brillante y
limpio.
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