martes, 17 de marzo de 2015

CÓMO WATSON APRENDIÓ EL TRUCO

Watson había estado observando con atención a su compañero desde que se había sentado a la mesa del desayuno. Holmes de pronto alzó la vista y percibió su mirada.
 –Bien, Watson, ¿en qué está pensando? –preguntó.
 –En usted.
 –¿En mí?
 –Sí, Holmes. Pensaba en lo superficiales que son sus trucos, y lo sorprendente que es que el público siga mostrando interés por ellos.
 –Estoy bastante de acuerdo –dijo Holmes–. De hecho, recuerdo que yo mismo pensé algo similar.
 –Sus métodos –sentenció Watson gravemente–, son realmente fáciles de conseguir.
 –Sin duda –respondió Holmes con una sonrisa–. Quizá usted mismo pueda ofrecer un ejemplo de ese método de razonamiento.
 –Con mucho gusto –dijo Watson–. Puedo afirmar que usted estaba muy preocupado cuando se levantó esta mañana.
 –¡Excelente! –exclamó Holmes–. ¿Cómo pudo saber eso?
 –Debido a que suele ser un hombre muy ordenado y sin embargo se le ha olvidado afeitarse.
 –¡Dios mío! ¡Qué inteligente! –musitó Holmes–. No tenía ni idea, Watson, de que fuera tan idóneo como alumno. ¿Ha detectado su ojo de águila algo más?
 –Sí, Holmes. Tiene un cliente llamado Barlow, y no ha tenido éxito con su caso.
 –Dios mío, ¿cómo sabe eso?
 –Vi el nombre en el sobre. Cuando lo abrió soltó un gemido y se lo guardó en el bolsillo con el ceño fruncido.
 –¡Admirable! Qué observador es. ¿Alguna otra cosa?
 –Me temo, Holmes, que se ha volcado a la especulación financiera.
 –¿Cómo puede decir eso, Watson?
 –Abrió el periódico, se dirigió a la página financiera, y soltó una exclamación de interés.
 –Vaya, eso es muy inteligente, Watson. ¿Algo más?
 –Sí, Holmes. Se ha puesto el abrigo negro, en lugar de la bata, lo que demuestra que está esperando alguna visita importante en cualquier momento.
 –¿Algo más?
 –No tengo duda alguna de que podría hallar otras cosas, Holmes, pero sólo le informaré de esas pocas, a fin de demostrar que hay otras personas en el mundo que pueden ser tan inteligentes como usted.
–Y algunas otras no tan inteligentes –dijo Holmes–. Tengo que admitir que hay algunas, pero me temo, mi querido Watson, de que tengo que contarle entre esas personas.
 –¿Qué quiere decir, Holmes?
 –Bueno, mi querido amigo, me temo que sus deducciones no han sido tan felices como hubiera deseado.
 –Quiere decir que estaba equivocado…
 –Sólo un poco, me temo. Tomemos los datos en orden: No me he afeitado porque he enviado mi navaja a afilar. Me puse el abrigo, porque tengo, qué mala suerte, una inmediata cita con mi dentista. Su nombre es Barlow, y la carta era para confirmar la reunión. La página de críquet está al lado de la financiera, y la consulté para ver si Surrey ha ganado contra Kent. ¡Pero siga, Watson, vamos! Es un truco muy superficial, y no cabe duda de que pronto lo conseguirá.

Sir Arthur Conan Doyle

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