Watson había estado observando con atención a su compañero desde
que se había sentado a la mesa del desayuno. Holmes de pronto alzó la vista y
percibió su mirada.
–Bien, Watson, ¿en qué está
pensando? –preguntó.
–En usted.
–¿En mí?
–Sí, Holmes. Pensaba en lo
superficiales que son sus trucos, y lo sorprendente que es que el público siga
mostrando interés por ellos.
–Estoy bastante de acuerdo
–dijo Holmes–. De hecho, recuerdo que yo mismo pensé algo similar.
–Sus métodos –sentenció
Watson gravemente–, son realmente fáciles de conseguir.
–Sin duda –respondió Holmes
con una sonrisa–. Quizá usted mismo pueda ofrecer un ejemplo de ese método de
razonamiento.
–Con mucho gusto –dijo
Watson–. Puedo afirmar que usted estaba muy preocupado cuando se levantó esta
mañana.
–¡Excelente! –exclamó
Holmes–. ¿Cómo pudo saber eso?
–Debido a que suele ser un
hombre muy ordenado y sin embargo se le ha olvidado afeitarse.
–¡Dios mío! ¡Qué
inteligente! –musitó Holmes–. No tenía ni idea, Watson, de que fuera tan idóneo
como alumno. ¿Ha detectado su ojo de águila algo más?
–Sí, Holmes. Tiene un
cliente llamado Barlow, y no ha tenido éxito con su caso.
–Dios mío, ¿cómo sabe eso?
–Vi el nombre en el sobre.
Cuando lo abrió soltó un gemido y se lo guardó en el bolsillo con el ceño
fruncido.
–¡Admirable! Qué observador
es. ¿Alguna otra cosa?
–Me temo, Holmes, que se ha
volcado a la especulación financiera.
–¿Cómo puede decir eso,
Watson?
–Abrió el periódico, se
dirigió a la página financiera, y soltó una exclamación de interés.
–Vaya, eso es muy
inteligente, Watson. ¿Algo más?
–Sí, Holmes. Se ha puesto
el abrigo negro, en lugar de la bata, lo que demuestra que está esperando
alguna visita importante en cualquier momento.
–¿Algo más?
–No tengo duda alguna de
que podría hallar otras cosas, Holmes, pero sólo le informaré de esas pocas, a
fin de demostrar que hay otras personas en el mundo que pueden ser tan
inteligentes como usted.
–Y algunas otras no tan inteligentes –dijo Holmes–. Tengo que admitir
que hay algunas, pero me temo, mi querido Watson, de que tengo que contarle
entre esas personas.
–¿Qué quiere decir, Holmes?
–Bueno, mi querido amigo,
me temo que sus deducciones no han sido tan felices como hubiera deseado.
–Quiere decir que estaba
equivocado…
–Sólo un poco, me temo.
Tomemos los datos en orden: No me he afeitado porque he enviado mi navaja a
afilar. Me puse el abrigo, porque tengo, qué mala suerte, una inmediata cita
con mi dentista. Su nombre es Barlow, y la carta era para confirmar la reunión.
La página de críquet está al lado de la financiera, y la consulté para ver si
Surrey ha ganado contra Kent. ¡Pero siga, Watson, vamos! Es un truco muy
superficial, y no cabe duda de que pronto lo conseguirá.
Sir Arthur
Conan Doyle
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