Ha venido Sibyl Vane. No es la primera vez, pero cada día me pilla más cansada para la polémica. Se apoya en el respaldo del sofá con ojos perdidos en el vacío y gesto lánguido. Le hago una taza de té, suspira, se levanta.
-Anda, Sibyl
-le digo-, tómate el té, mujer.
Se vuelve a
reclinar en el sofá, sin mirarme.
-Hasta para
respirar le necesito -dice.
-Eso no es
verdad -le digo sonriendo-. Estás desmesurando las cosas. Ahora respiras y él
no está aquí.
-Si, respiro
-arguye-, pero respiro mal, como si una piedra me entorpeciera el paso del
aire. Me gusta respirar y que me entre todo el aire del mundo, el de la
primavera que se acerca, el del mar, el de la brisa de la noche, y saber que
hay más reserva de aire para mañana y para siempre, que la muerte no va a llegar
nunca, eso quiero.
Me deja un
poco apabullada su perorata. Está ahora muy guapa Sibyl, con los ojos
brillantes y el pecho agitado. Se lo digo, que su expresión ha revivido. Cuando
entró estaba apagada y opaca, parecía una mujer vieja.
-Es que me gusta
hablar de él -dice-. Es lo único que me gusta.
Luego se
levanta y se mira en el espejo que hay encima del sofá, sonríe complacida y
vuelve a su postura de antes.
-Me gustaría
que él me viera ahora -dice suspirando-, contarle estas cosas que te cuento a ti.
-¿Por qué no
lo haces, mujer? Eso de la reserva de aire para mañana y para siempre es muy
poético y muy convincente. Seguro que lo entendería. Dices que él es una
persona inteligente y que le gusta entenderlo y razonarlo todo. ¿Cómo es que no
te entiende a ti?
-Porque a él
no sé decirle estas cosas, sólo puedo mirarle. Digo para mis adentros:
"Ahora le voy a explicar lo que siento, lo que me turban sus ojos", a
cada momento lo pienso, pero lo voy dejando para luego.
Miro a Sibyl,
que ha empezado a sorber su té y parece ahora una niña pequeña, le acaricio las
puntas de los dedos.
-Si estuviera
él aquí, ¿te tranquilizaría? -le pregunto.
-Sí -dice-,
con tal de que te quedaras tú también y me dictaras lo que le tengo que ir
diciendo, protegida por el tacto de tus manos.
Me echo a
reír.
-Pero, Sibyl,
estás loca. ¡Vaya un papel el mío! Preferirías que te cogiera las manos él,
como es lógico, ¿no?
-Sí, claro
-dice-. Sus manos las preferiría a las tuyas. Son ardientes y cautelosas. Pero
a veces se las hielo sin querer, se las espanto, se echan a volar como pájaros
bellos y desconocidos. Nunca se sabe cuándo se van a posar sobre mi cuello y a
rozarlo, no sé pedirles que vengan. Si tú estuvieras conmigo cuando él aparece,
sabría explicarle estas cosas, pero te vas, me dejas sola. Y yo no sé hablar
como tú.. Todo lo enturbio con mis balbuceos y mis lágrimas. A él le gusta que
me ría y que me olvide de él. Le gusta que haga teatro y que revolotee como
antes, cuando se enamoró de mí y amaba mis discursos. Pero ahora no se, me
encoge precisamente por lo mucho que le necesito, y así encogida no le puedo
gustar. Ayúdame tú, por favor, a no necesitarle tanto, a él le gusta que sea
yo, que no me confunda con él. Va a perder la paciencia.
Le he
prometido a Sibyl ir con ella la próxima vez que se entreviste con ese hombre
que le quita el aire. Se siente muy confortada y me pide que la deje dormir un
poco. Le pongo una manta por los pies y la miro con envidia.
NOTA A LA EDICIÓN
Para el que no
lo recuerde, le refrescaré la memoria sobre la heroína literaria que dio pie a
esta fantasía para escribir este breve relato, del que no me acordaba, y que he
encontrado perdido entre las páginas de un viejo cuaderno, fechado en febrero
de 1975.
El nombre de
Sibyl Vane aparece fugazmente en las páginas de la famosa novela de Oscar
Wilde: "El retrato de Dorian Gray". Dorian se enamoró ardientemente
de ella, al verla representar el papel de Julieta en un modesto y mal iluminado
teatrucho de Londres, por entrar en el cual pagó una guinea. La encontró
sagrada y divina. Posteriormente, cuando, después de haberles hablado de ella
en términos encendidos a sus amigos, decidió pedirla en matrimonio y comprobó
que Sibyl no sólo correspondía a su amor, sino que era la primera vez que se
enamoraba de un hombre, volvió a verla actuar en compañía de lord Henry. La
decepción de Dorian Gray y de su amigo fué total. Sibyl Vane, una vez que había
conocido de verdad el amor, interpretaba a Shakespeare de forma desmañada,
torpe y artificial. Julieta se había convertido en una muñeca de madera. Y la
Sibyl Vane enamorada dejó de interesar a Dorian Gray y de enardecer su
imaginación. No daba forma ni sustancia a las sombras del arte. Era una
criatura vulgar, sin secreto. Y el cruel Dorian Gray la apartó de su vida.
Carmen Martin Gaite
PREMIO NACIONAL DE LAS LETRAS ESPAÑOLAS 1994
No hay comentarios:
Publicar un comentario