Los dos
estaban muertos de hambre, y Antonia sugirió ir a un restaurante para un
almuerzo temprano. Jon dijo que a esas horas dónde se iba a poder comer bien,
que esto es Madrid; Antonia, que a ver qué te crees; Jon, que no tienes ni idea
de cocinar; Antonia que, aquí se come mejor que en ningún sitio; Jon, que tú
qué sabrás si a ti te sabe todo a cartón. Y acabaron en casa de Antonia tras un
no hay huevos. Una parada previa en el súper de abajo: Una malla de patatas,
una cebolla, una botella de aceite de oliva, media docena de huevos camperos
(que no había).
Así que Jon se
quita la chaqueta, se arremanga, se lava las manos. Pela las patatas y las
corta en láminas muy finitas, chascándolas un poco. Pone el aceite a calentar,
mucho, vigilando que no esté demasiado caliente. Echa las patatas, veinte
minutos. Mientras, pica la cebolla y la pocha en sartén aparte hasta que está
cristalina. Saca las patatas. Las escurre. Las deja reposar hasta que han
enfriado un poco. Luego pone el aceite caliente como los pozos del infierno, y
echa las patatas. La doble fritura es la clave. A partir de ahí, cuesta abajo.
Bate los huevos, homogéneos pero sin pasarse. Saca las patatas, están
crujientes y un punto tostadas. Las escurre, las seca un poco con papel de cocina.
Las deja atemperar para que no cuajen el huevo al entrar en contacto con él.
Las mezcla con el huevo, apretando un poco para que se empapen. Las echa en la
sartén. Cuando los bordes están cuajados, le da la vuelta con un plato. Momento
crítico. Sale bien. La sirve.
Antonia corta
la tortilla, que se derrama un poco, oro líquido. La prueba.
—Me sabe a
cartón —dice, con la boca llena.
—Me cago en tu
padre, Scott.
Resulta que es
la mejor tortilla de patatas que Antonia ha probado en su vida, claro. Aunque
ella no lo sabe, por lo de su anosmia. Pero Jon sabe por los dos, por eso se
come tres cuartas partes, mojando pan. De pie, en la cocina y pinchando por
turnos en el plato, porque no hay otro sitio. Luego un par de cápsulas en la
Nespresso.
Acaban sentados
en el salón, en el suelo. Por el ventanuco se cuela la primera luz de la tarde.
Un millón de motas de polvo bailan en el rayo que ha quedado entre los dos.
Juan Gómez-Jurado, Reina Roja
No hay comentarios:
Publicar un comentario