Sin darse
cuenta, llegó la noche y Hannah se retiró a su habitación para asearse antes de
cenar. Apreciaba mucho los pocos momentos de quietud y soledad que tenía su
día. Quería lavarse la cara y cambiarse de delantal, puesto que se le había
ensuciado, pero antes de hacerlo tanteó con cuidado en su bolsillo.
El aparato
raro seguía allí. Lo tomó con mucho cuidado, asegurándose de que la puerta de
su cuarto estaba bien cerrada antes de hacerlo, y lo puso sobre la cómoda.
Escogió un delantal limpio del armario y, cuando iba a meter el artefacto de
nuevo en su bolsillo —el lugar más seguro que se le ocurría para guardarlo—,
oyó un zumbido extraño que la paralizó. ¿Qué era aquel ruido?
Sin duda
procedía de la pequeña máquina que Daniel había perdido. ¿Por qué sonaba? ¿Lo
había estropeado al tocarlo?
El zumbido
parecía aumentar de volumen y Hannah se asustó, pensando en cómo iba a poder ocultar
aquella máquina diabólica de los oídos de su familia. Tomó una de las esferas
blancas del extremo del hilo, sin saber qué hacer, y al acercar su cabeza para
cogerlo le pareció que el sonido que provenía del aparato no era un simple
ruido.
Hannah vio que
la pantallita cuadrada del aparato se iluminaba y pudo leer en ella unas
palabras incomprensibles: «Un dì, felice, eterea». Con curiosidad y miedo a
partes iguales, acercó la media esfera a su oreja. Entonces la oyó y se sintió
paralizada.
Era música.
Una música
sublime, nostálgica y extraña salía de aquel rectángulo plateado. Hannah no comprendía
las palabras, pronunciadas en un idioma sonoro y exótico, pero la melodía y las
voces, poderosas y vibrantes como pájaros alzando el vuelo, eran de tal belleza
que se preguntó si no procederían directamente del Cielo.
Se quedó allí
quieta un par de minutos, escuchando embelesada aquella rara tonada, hasta que
su madre la llamó para cenar. Entonces metió el aparato mágico debajo del
colchón, a toda prisa, y comprobó que las gruesas capas de mantas amortiguaban
el zumbido.
Mientras se
dirigía al comedor, se dijo que ya no tenía otra opción. Al día siguiente
buscaría a aquel inglés que tantos quebraderos de cabeza le estaba trayendo. Le
devolvería su máquina sonora y no lo dejaría marcharse hasta averiguar de dónde
procedía aquella música tan distinta de los himnos que hasta ahora había
escuchado.
Rocío
Carmona, El Corazón de Hannah
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