Un día Tom envió a uno de los muchachos a recorrer el pueblo con
una antorcha encendida (ésta era la señal convenida para que todos acudiéramos
con urgencia a la cueva) y luego era para decirnos que sus espías le habían
proporcionado la información secreta de que al día siguiente una cuadrilla de
mercaderes españoles y árabes ricos iban a acampar en Cave Hollow, con una
caravana de doscientos elefantes y seiscientos camellos, y más de mil
«cabargaduras» rebosantes de diamantes, y que además sólo venían escoltados por
una guardia de unos cuatrocientos soldados. Por lo tanto, podríamos prepararles
lo que él llamaba una emboscada, les mataríamos a todos, quedándonos con las
riquezas. Nos recomendó que puliéramos bien las espadas y los rifles y
estuviéramos listos para el asalto. Nunca consintió en atacar a una sola
carreta de verduras sin habernos hecho antes limpiar bien las espadas y
fusiles, aunque no eran más que trozos de hojalata y palos de escoba, y ya
podía uno frotar hasta hartarse, que no por ello dejaban de ser lo que eran ni
ganaban en absoluto. Yo no creí ni por un momento que fuéramos a vencer contra
una multitud semejante de españoles y árabes, pero me hacía ilusión lo de ver
camellos y elefantes, así que el sábado estaba yo como un clavo en mi puesto en
la emboscada. Cuando recibimos la señal salimos corriendo cuesta abajo por el
bosque. Pero al llegar no encontrarnos ni españoles, ni árabes, ni camellos, ni
elefantes. No se trataba más que de una excursión de niños de primer grado de
la escuela dominical. Embestimos sobre ellos, y les hicimos huir ladera abajo,
y como único botín sólo conseguimos unas cuantas cosquillas y mermelada, aunque
Ben Rogers logró además apoderarse de una muñeca de trapo y Joe Harper de un
libro de himnos y un folleto.
Pero para colmo nos dio alcance la maestra y nos obligó a soltar
todo lo que habíamos cogido. Y así acabó todo. Yo no había visto ni el menor
asomo de diamante, y así se lo dije a Tom Sawyer, que me repuso que los había a
montones, así como árabes, elefantes y todas las demás cosas.
—Si es verdad —le dije—,¿cómo es que no se ven?
Me replicó que si yo no fuera tan ignorante y hubiera leído un
libro titulado Don Quijote sabría la respuesta sin necesidad de hacer preguntas
tan tontas. Me explicó que todo se había transformado por arte de encantamiento
Y me aseguró que allí habla cientos de soldados, de tesoros, y de elefantes,
pero que nuestros enemigos, a los que él llamaba magos, lo habían convertido en
una excursión de niños de la escuela dominical, sólo por despecho.
—Bueno —le dije yo entonces—, pues lo que deberíamos hacer es
perseguir a los magos esos.
Tom Sawyer me dijo que no era más que un zoquete.
Mark Twain, Las
Aventuras de Huckleberry Finn
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