En el capítulo XLIII, de la primera parte, camino de su aldea y acompañado del cura y el barbero, don Quijote se detiene en una venta, allí es testigo de otra historia de amor. Don Luis, enamorado de Clara le canta este romance:
Marinero soy de amor
y en su piélago profundo
navego sin esperanza
de llegar a puerto alguno.
Siguiendo voy a una estrella
que desde lejos descubro,
más bella y resplandeciente
que cuantas vio Palinuro.
Yo no sé adónde me guía
y, así, navego confuso,
el alma a mirarla atenta,
cuidadosa y con descuido.
Recatos impertinentes,
honestidad contra el uso,
son nubes que me la encubren
cuando más verla procuro.
¡Oh clara y luciente estrella
en cuya lumbre me apuro!
Al punto que te me encubras,
será de mi muerte el punto.
Miguel de Cervantes, El Quijote, I, XLIII
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