Estimado George:
Imagino que no te sorprenderá recibir una carta escrita por un
muerto, pues los dos sabemos que de toda Inglaterra eres la única persona que
sabe que sigo vivo. Lo que sí te sorprenderá, estoy seguro de ello, es el
motivo por el cual te escribo, que no es otro que para pedirte ayuda. Sí, has
leído bien: te envío esta carta porque necesito tu ayuda.
Permíteme, ante todo, que no pierda el tiempo en disfrazar la
verdad. Sé que me profesas un odio absoluto, similar al que yo te profeso a ti.
Eso es un hecho, y ambos lo sabemos. No te será difícil comprender, por lo
tanto, que escribirte estas líneas supone para mí una humillación. Pero una
humillación que he decidido enfrentar por la posibilidad de conseguir tu ayuda,
lo cual te dará suficientes pistas de mi desesperación. Imagíname arrodillado y
gimoteando ante ti, si eso te complace. No me importa. Mi dignidad no vale
tanto como para resistirme a sacrificarla. Sé que es absurdo que uno suplique
ayuda a quien considera su enemigo, pero ¿acaso no es también una muestra de
respeto, un modo de reconocer su inferioridad? Y yo reconozco la mía: siempre
he presumido de imaginación, lo sabes. Pero ahora necesito la ayuda de alguien
con una imaginación mayor que la mía. Y no conozco a nadie cuya imaginación
pueda compararse con la tuya, George. Es tan sencillo como eso. Si me ayudas,
estaría dispuesto a dejar de odiarte, aunque imagino que eso no será ningún
aliciente para ti. Pero piensa también que te deberé un favor y, como sabes,
ahora soy millonario. Tal vez esto sí te suponga un aliciente. Si me ayudas, tú
mismo podrás ponerle precio a esa ayuda. El que quieras. Te doy mi palabra,
George.
Y para qué necesito tu ayuda, te preguntarás. Bien, eso tal vez
avive aún más tu odio hacia mí, pues nuevamente está relacionado con una de tus
novelas, esta vez con La guerra de los mundos. Como sin duda tu brillante mente
habrá deducido, he de reproducir una invasión marciana. Pero te aseguro que
esta vez no busco demostrarte nada, ni pretendo lucrarme con ello. Tienes que
creerme. Ya no preciso nada de eso. Esta vez me mueve algo que necesito por
encima de todo, sin lo cual moriré: el amor, George, el amor de la mujer más
hermosa que he visto nunca. Si has estado enamorado alguna vez, comprenderás a
qué me refiero. Imagino que te resultará muy difícil de creer, incluso quizá
inconcebible, que un hombre como yo pueda enamorarse, pero si la conocieras, lo
que te resultaría extraño sería que no lo hubiese hecho. Ah, George, no tenía
otra opción que caer rendido ante sus encantos, y te aseguro que su inmensa
fortuna no es uno de ellos, pues como te he dicho, tengo más dinero del que
podría gastar en varias reencarnaciones. No, George, me refiero a su
encantadora sonrisa, a su dorada piel, a la salvaje dulzura de su mirada,
incluso a la adorable manera con que hace girar su sombrillita cuando está
nerviosa… Ningún hombre puede resultar inmune a su belleza, ni siquiera tú.
Pero para tenerla, George, tengo que conseguir que el 1 de agosto
un cilindro marciano aparezca en los pastos comunales de Horsell, y que de su
interior surja un marciano, tal y como sucede en tu novela. ¡Y no sé cómo
hacerlo! Lo he intentado todo, pero como te he dicho, mi imaginación tiene un
límite. Necesito la tuya, George. Por favor, ayúdame. Si lo consigo, esa dama
se casará conmigo. Y te aseguro que si eso sucede, ya no me tendrás como
enemigo,
Atentamente,
G. M.
Felix J. Palma, El Mapa del Cielo
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