Obedeció la orden del
juez. Desparramó un haz de luces blancas a su alrededor y su cuerpo perdió el
contacto con el módulo de reposo. Era la primera vez que los espectadores del
juicio podían verla con claridad, así que algunos estiraron el cuello. Apenas
si hubo rumores. La máxima autoridad de la sala había dejado bien claro que
expulsaría a los que no respetaran las normas.
-Acércate al estrado
Dio uno, dos, tres
pasos, muy breves, hasta quedar enmarcada por la pequeña tribunita metálica en
la que podría apoyarse si lo deseaba. Ese era el límite. En el centro de la
sala.
El juez la cubrió con
una mirada acerada, exenta de nada que no fuera rigor. Era un humano
implantado, es decir, un cerebro humano con cuerpo sintético e interior formado
por sistemas de última tecnología. Sus rasgos tenían todos los atributos de una
persona, incluída la facultad de la expresión. Al contrario que ella.
-Dínos tu nombre.
–inició el interrogatorio.
-Yadia 9-527
-¿Cuál es tu ocupación,
Yadia?
-Intendente de segunda
en el Nucleo Corporativo del sector 72, Área de Servicios Integrales, Sección
Tercera. Mi trabajo consiste en…
-No es necesario que
especifiques tus funciones –la detuvo el juez-. No son relevantes.
El hombre la evaluó
desde la breve distncia que los separaba. Apenas cinco metros. en la sala, la
expectación había creado ahora un silencio absoluto. Lo insolito del caso había
llevado hasta el Palacio de Justicia a muchos curiosos, sin olvidar los medios
de comunicación. El Panel Comunitario grababa todo el proceso para emitirlo en
un programa especial. A veces, pese a la tecnología, los avances, el progreso,
sucedian cosas como aquella. Nada era perfecto. El Sistema siempre tenía algún
pequeño fallo. ¿O no era un fallo?
-¿Conoces la
envergadura de tu delito, Yadia?
La hora de la verdad.
Se enfrentó a ella con decisión. Ya no tenía nada que perder.
-Yo no lo considero un
delito –se atrevió a decir.
-Responde con un si o
un no –fue tajante el juez.
-No.
-¿No la conoces?
-No. –se mantuvo
firme, casi desafiante.
-¿Tienes algún proceso degenerativo, un sistema
desconectado, niveles de energía limitados, funciones sinápticas anómalas…?
-No. El procesador médico que me examinó dejó
constancia de que estoy operativa al cien por cien.
-¿Te consideras, pues, normal?
-Sí.
-¿Entonces porque lo hiciste?
-Curiosidad.
La expectación subió de tono. La palabra llenó de
conmoción a algunos de los asistentes.
-¡Silencio! –ordenó la máxima autoridad de la
sala.
Yadia llenó sus micropuntos oculares de luces
anaranjadas.
-Curiosidad –repitió despacio el juez.- Define la
palabra curiosidad.
-Interés por algo. También… excitación, inquietud,
ansiedad.
-¿Qué sientes al tener curiosidad?
-Un hormigueo en mi núcleo cuántico, una
vivificnte corriente de energía recorriéndome los sistemas inductivos, una
necesidad… más bien un impulso…
-¿Necesidad? ¿Impulso? –el juez frunció el ceño.
A Yadia
las expresiones faciales de los humanos, aunque fueran implantados, siempre le
habían parecido hermosas. Una facultad única. Por más que la cara del hombre
que tenía delante fuese terrible.
-Si. –un haz de luces blancas titiló en sus
micropuntos oculares,
-Eres una máquina, Yadia.
-Lo sé.
-Las máquinas no tienen necesidades, ni impulsos.
-Yo tuve todo eso.
-¿No te pareció raro?
-No.
-¿Lo lamentas?
-¡No!
-¿No estás arrepentida?
-¡No!
-¿Sabes que te estás condenando a ti misma? Este
tribunal sería indulgente si mostraras un mínimo arrepentimiento. En tal caso
bastaría con reprocesarte.
Yadia se estremeció. Todos sus circuitos
alcanzarón niveles de saturación. El leve zumbido interior fue como una
sacudida, una descarga eléctrica negativa. Era una máquina de quinta
generación, con todas la facultades desarrolladas aunque con cuerpo humanoide
metálico. Ella odiaba la palabra robot. Los robots, antaño, eran autómatas,
simples esclavos. Cien años antes. Otro tiempo, otro mundo. La invadió una
oleada de tristeza.
-Cuéntanos lo que sucedió, Yadia. –la invitó el
juez.
-¿Todo?
-Queremos ser justos.
Consideró la clase de justicia que podïa esperar y
las luces de su rostro cambiaron de amarillo a rojo, y después a un suave tono
añil que fue desvaneciéndose despacio.
-Fue una conmoción –ahora sí miró con fijeza, casi
desafiante al juez del tribunal-. El día que entré en aquel lugar…
-¿Qué clase de lugar?
-La vieja biblioteca del Museo de Arte del Siglo
XXI.
-¿Nunca habías visto un libro?
-Al natural, no.
-¿Qué estabas haciendo allí?
-Fui a examinar unos componentes estructurales de
fines de siglo.
-¿Por qué entraste en la biblioteca?
-Sentí… algo. Una llamada. Era como si miles de
voces me gritaran desde los estantes. Y entonces…
-Sigue –la alentó el juez al ver que se detenía.
-¿Ha tocado uno, señoría?
-¿Un libro? –pareció sonprenderse-. No.
-Claro. Casi nadie lo ha hecho, y menos una
máquina.
-Los libros son residuos cien por cien humanos.
Ellos los gozan todavía.
-Los libros son hermosos.
-Todo lo del pasado nos lo parece. Es la historia.
-Pero ellos son más que la historia, porque además
de serlo la contienen. Su belleza reside tanto en lo que contienen como en su
aspecto externo.
-Una belleza deteriorable, con esas hojitas
delicadas y débiles, que se amarillean y destruyen con el paso de los años.
-Pero el conocimiento…
-El conocimiento se implanta. ¿Para qué tenemos
sino los receptores cerebrales? Todos llevamos uno, ¿lo olvidas? Humanos y
máquinas. Las capsulas de información hacen el resto. ¿Quieres aprender a volar
en una nave urbana? Se te implantan los códigos operativos. ¿Quieres conocer
una vieja historia como El Quijote o Hamlet? Ningún problema. Se te implanta al
completo. ¿Quieres visualizar una obra, holográfica o no? Lo mismo. Eso es el
conocimiento. Y para eso tenemos el progreso, la tecnología.
De pronto parecía un padre reprendiéndola.
-No es igual que leer. –Las luces de Yadia eran
ahora de un hermoso color verde.
-Leer no es algo que necesite una máquina
–insistió el humano.
-Porque ninguna lo ha probado.
-Probar es un término muy poco lógico.
-Si la humanidad no hubiera probado cosas no
estaríamos aquí.
-Se te valora y juzga a ti, no a la humanidad.
Ciñete al tema. ¿Qué experimentabas al leer?
-El mundo desaparecía por completo.
-¿Este mundo?
-Sí, porque penetraba en otro, aún más hermoso.
-¿Imaginario? ¿Asi que dejabas de ser tú? ¿Pasabas
a formar parte del libro?
-Sí.
-¿¿Todas tus funciones?
-Eran una con el libro.
-¿Y no veías el peligro en eso?
-¿Qué clase de peligro?
-Todos tenemos una misión en la Comunidad, y
dependemos los unos de los otros. Si perdemos esa disciplina caminamos directos
a la anarquía.
-¿Es peligroso ser mejor?
-¿Crees que los libros te han hecho… mejor?
-He aprendido muchas cosas.Sí.
El rostro del magistrado reveló cansancio. La miró
como a una enferma sin solución, mitad triste mitad resignado. Era un caso
cerrado. Y aún asi…
-¿Cuántos libros leíste antes de ser descubierta?
-Ciento noventa y siete y medio. De todo tipo,
novelas poesía, íncluso un manual de jardinería.
-Ahora no hay jardines.
-Pero los hubo. Y resulta agradable imaginar como
los cuidaban.
-¿Leías con tu facultad de comprensión rápida?
-No, despacio, para llenarme mejor de lo que
asimilba.
- -Yadia –el juez parecía no entender nada-. ¿Te
das cuenta de lo absurdo de tu proceder?
-¿Es absurdo despreciar la belleza?
-¡Es absurdo desafiar la lógica! ¡No tiene
sentido! ¿Qué pasaría si a todas las máquinas les diera… por leer –lo pronunció
con estupefacción-, o por hacer cualquier otra cosa irrelevante en términos
sociales? ¡Fuiste creada para un fin! ¡Todos tenemos uno! ¡Si cambiamos eso,
cambiamos el equilibrio! ¡La humanidad ya fue dispar en otro tiempo, pero hoy
no; hoy tenemos principios fundamentales, la razón la lógica! ¡No se puede
hacer lo que a uno le apetezca, sin más! ¡Tú leíste ciento noventa y siete
libros sin motivo alguno, sin estar preparada ni programada para ello! ¡Es
inadmisible!
-Volvería a hacerlo, porque fue lo más hermoso que
me ha sucedido en la vida, y lo más grande que siento haber hecho. Todas esas
historias… todas esas personas navegando libremente por mi interior… todos esos
sentimientos…
-¿Sentimientos? ¡Las máquinas tenéis sentimientos
porque se os implantaron células capaces de desarrollarlos, para que os
asemejaráis a los humanos, para que no os sintierais inferiores ni recelarais
creando el germen de la disconformidad! ¡Pero esto no tiene nada que ver con
los sentimientos de que me hablas! ¡Esos no son sentimientos inductivos, sino
espontáneos, provocados por causas externas y por lo tanto peligrosos! ¡Veneno!
–elevó la voz al máximo-. ¡Te lo repito: eres una máquina! ¡Te has contaminado
y no dejas ninguna alternativa a este tribunal!
-Sé que voy a ser reprogramada –sus luces fueron
blancas.
-No voy a ordenar reprogramarte, Yadia –manifestó
con hermética sequedad el magistrado-. Quedaría algún residuo. Siempre queda
alguno. Un pequeño átomo, por infinitesimal que parezca, , y en unos años
volverías a las andadas, se reproducirían los patrones de conducta. No, no
puedo reprogramarte. Y tampoco puedo pasar por alto tu acción, porque podría
ser contaminante, extenderse. Hay un delito. Ha de existir un castigo. La ley
es la ley, por la Lógica y la Razón.
-Entonces…
El magistrado sostuvo por unos instantes la
coloración arco iris de sus micropuntos oculares. Luego endureció la
resignación de sus facciones.
No la hizo regresar a su módulo. ya no.
Lo meditó muy poco. Le bastaron diez segundos.
Cuando pronunció su sentencia, su voz volvió a mostrarse serena, fuerte,
directa. En la sala el silencio era absoluto. Todos le miraban a él, porque
Yadia, de espaldas, no era más que una estatua a la espera del veredicto.
-Yadia 9-527 –dijo el magistrado despacio-, este
tribunal te condena a ser desconectada en la noche de hoy, y tus piezas, a
excepción de los sistemas inductivos, que serán destruidos por estar
contaminados, se entregaran a los Equipos de Reciclaje como componentes de
futuras intervenciones de intercambio de materiales –dejo que sus palabras
cayeran sobre todos los asistentes como una losa antes de agregar-: Lo siento,
Yadia. ¡Cúmplase la sentencia!
El revuelo fue ya imparable. La vista llegaba a su
fin. Iban a llevarse a la máquina a las dependencias de la Fábrica de
Conexiones. El magistrado se levantaría de su módulo de un momento a otro.
Entonces se escuchó de nuevo la voz de Yadia.
-Señoría…
-El veredicto…
-Todo condenado tiene derecho a una última voluntad
–le cortó ella.
Se aplicaba a los humanos. Era la primera máquina
que iba a ser desconectada. El juez se detuvo.
-¿Y cuál sería tu última voluntad? –preguntó el
humano implantado.
Los micropuntos oculares de Yadia brillaron con
tonos azules.
-Terminar el libro que estaba leyendo cuando me
detuvieron, por favor. Quiero saber cómo acaba.
Jordi Sierra i Fabra
PRECMIO CERVANTES CHICO 2012
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